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El Mundo |El operativo más letal en la historia de Brasil dejó 132 muertos y una ciudad en estado de shock

Cuando Río dejó de respirar: un antes y un después para la ciudad

En las favelas de Penha y del Complexo do Alemão, el aire aún huele a pólvora y miedo. Las balas callaron, pero la sensación que quedó dice más que el parte policial

Cuando Río dejó de respirar: un antes y un después para la ciudad

El operativo en las favelas marcó un antes y un después / AFP

2 de Noviembre de 2025 | 02:06
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Aún de noche, cuando el sol no había asomado sobre la bahía, el cielo de Río de Janeiro volvió a rugir. Desde los techos del Complexo do Alemão, los vecinos contaron más de diez helicópteros. Las sombras bajaban con la precisión de un ritual que la ciudad conoce de memoria. En el aire, la mezcla amarga de humo y gasolina. En el suelo, la certeza de que otra vez el día amanecería sobre cuerpos tendidos.

El operativo había comenzado con una promesa: “recuperar el control”. La policía y el Ejército cercaron dos de las favelas más populosas, buscando desarticular al Comando Vermelho, la organización nacida en una prisión hace casi medio siglo. En unas horas, Río fue otra vez escenario de guerra. El conteo final fue de 132 muertos. Entre ellos, cuatro policías. La ciudad amaneció muda, como si el ruido de las ráfagas le hubiera robado la voz.

Donde el silencio pesa más que el plomo

En las calles estrechas de Penha, los perros ladran ante el eco de los pasos. Algunas persianas siguen bajas. Los kioscos, las peluquerías y los almacenes abren a medias. Nadie habla demasiado. “Nunca vimos algo así”, dice René Silva, periodista y activista del Complexo do Alemão. Lo dice despacio, como quien teme que las palabras también sean vigiladas.

El silencio pesa, pero no es paz. Es la pausa entre dos tormentas. Los vecinos saben que las operaciones no cambian la vida de nadie, salvo la de los muertos. “El crimen continúa, todo sigue igual”, agrega Silva, mirando un muro donde alguien pintó la fecha del operativo, como si fuera un recordatorio o una advertencia.

A pocos metros, un chico barre los vidrios rotos. Su madre no lo deja salir después de las seis. Desde la terraza se ve la ciudad brillante: el Cristo del Corcovado, las luces de la Avenida Brasil, el mar. Pero aquí arriba, Río parece otra cosa: un lugar donde el Estado entra como un ejército y se va dejando huellas que nadie limpia.

El crimen que nunca muere

El Comando Vermelho nació entre rejas, cuando presos comunes y políticos aprendieron a sobrevivir juntos en los años setenta. De esa mezcla salió una organización que se expandió con la misma lógica que el abandono. Hoy disputa rutas internacionales de drogas y poder con el PCC de São Paulo. Su nombre —rojo, combativo, antiguo— se convirtió en sinónimo de un país fracturado.

El gobernador Cláudio Castro lo llama “narcoterrorismo” y celebra el operativo como un éxito. En los medios, su voz suena firme. Pero en las favelas, la palabra “éxito” tiene otro significado: sobrevivir. Los números son otra forma de política. Para algunos, 132 muertos son una victoria; para otros, una herida abierta.

El presidente Luiz Inácio Lula da Silva, desde Brasilia, promete leyes más duras contra el crimen organizado. En Río, sin embargo, la línea que separa el delito de la miseria es demasiado delgada. Como dice el sociólogo Daniel Hirata, “el crimen no vive en la pobreza, sobrevive gracias a su vínculo con las élites”. Pero esas frases rara vez llegan a los noticieros.

Las heridas que no salen en la foto

Cuando la policía se fue, quedaron los rastros: paredes agujereadas, techos quebrados, ropa colgada sobre el polvo. Los vecinos salieron a contar a los ausentes. Cada favela tiene su propio recuento, más preciso que el oficial. Las madres marcan las fechas con tiza en la puerta, los niños aprenden a distinguir el sonido de un fusil del de una motocicleta.

El aire todavía huele a pólvora. Y sin embargo, la vida insiste. En una esquina, un grupo de chicos juega a la pelota con una botella vacía. Un vendedor ambulante vuelve a su puesto. Una mujer enciende una vela sobre el muro de un vecino muerto. Río se acostumbra a sobrevivir a sus propias batallas.

El martes que la ciudad dejó de respirar ya pasó, pero el aire sigue denso. En las noches, el eco de los helicópteros parece volver, como un recordatorio de que aquí, entre los cerros y el mar, la paz siempre suena a tregua.

 

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