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Los desafíos del periodismo frente a la hostilidad del poder

Los desafíos del periodismo frente a la hostilidad del poder

Juan Manuel Mannarino*

27 de Mayo de 2025 | 15:48

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La reacción fue inmediata: el periodista Hugo Alconada Mon denunció recibir amenazas y que intentaron sabotearle sus cuentas después de dar a luz un informe sobre la SIDE. Entre otros hechos, dijo, su celular fue el blanco de una gran cantidad de insultos e intimidaciones. El domingo, en una nota publicada en La Nación, había escrito sobre un plan del organismo de inteligencia para perseguir periodistas y economistas. El Gobierno salió a negarlo, luego evitó pronunciarse sobre las amenazas. Alconada Mon, mientras tanto, ratificó la nota. Y el presidente se hizo eco con un mensaje en X: “EL PERIODISMO (90%). Los mayores creadores de noticias falsas en la historia de la humanidad. Fin”.

Ensobrados, torturadores seriales, prostitutas del poder, mandriles. Más elocuente que nunca, los nervios del presidente se exaltan no ya con la casta sino con otro de sus principales enemigos: el periodismo. Los ataques a la prensa, lejos de ser espontáneos, son planificados: se sabe que el odio es una técnica de comunicación y no una descarga emocional. Con “milicias digitales” que siembran la inquina contra la prensa en redes sociales, cuando anteriormente bajo decreto había restringido el acceso a la información pública, el presidente Javier Milei también acaba de demandar penalmente a periodistas por presuntas “difusión de mentiras” en su contra. “¿Tenés la libreta con los que tengo que meter en cana?”, preguntó a su amigo, el streamer Gordo Dan, el cual anteriormente le había sugerido “meter presos a periodistas por decreto”. Mientras, la Argentina se derrumba en los rankings de libertad de prensa del mundo y ADEPA y FOPEA repudian los ataques presidenciales como riesgo para la democracia.

Todo mientras Pablo Grillo todavía sigue internado por haber sido herido por la policía en una manifestación, y otro fotógrafo se quedó paralizado cuando Santiago Caputo tomó su credencial y le sacó una foto en claro gesto intimatorio con guardaespaldas a su alrededor, y Roberto Navarro, director de El Destape, fue golpeado salvajemente por la espalda. En ese contexto, Milei intenta instalar la consigna “la gente no odia lo suficiente a los periodistas”, y su principal gladiador en la batalla cultural, Agustín Laje, habla de “periodistas basura”.

¿Qué tipo de periodismo es el que se hace hoy en Argentina? En la reciente Feria del Libro, durante un debate periodístico, un grupo de trabajadores de prensa irrumpió para reclamar mejoras salariales y exigir la firma de paritarias. La realidad mundial no deja de ser, año tras año, abrumadora. Según el teórico español Ignacio Ramonet, en los últimos tiempos miles de periodistas perdieron sus puestos de trabajo en Estados Unidos, la meca de la comunicación, siendo la característica principal de esos medios la precarización y la amenaza constante a trabajadores de prensa de quedarse sin su empleo. “El periodismo enfrenta una presión existencial en un mundo polarizado. A la presión económica se suma la dificultad de operar en un ecosistema informativo dominado por un puñado de empresas: las gigantes tecnológicas”, escribió A.G. Sulzberger, editor del The New York Times. En una reciente entrevista, la periodista y escritora española Rosa Montero dijo que la crisis económica del periodismo se arrastra hace veinte años y culminó en la desaparición del 90 por ciento de todos los periódicos del mundo. La agonía de los medios se complementa con “la realidad aterradora de que más del 70 por ciento de los jóvenes menores a veinticinco años se informan sólo por las redes sociales. Eso puede implicar que mañana un amigo les cuente algo que vio allí y se los creen sin dudarlo”. Montero concluye que estamos en el mundo de los ultras, “hordas de enfrentamiento y odio”. Y, a pesar de todo, dice que el periodismo no desaparecerá: si desaparece, se pierde la democracia por completo.

Los riesgos para ejercer el periodismo, en rigor, son evidentes. México se mantiene como el país más violento de la región, con más de 50 asesinatos de periodistas registrados desde 2019. Lo de México no es un caso aislado y forma parte de un contexto de hostigamiento contra la prensa en el resto de América Latina, donde gobiernos de corte autoritario persiguen y acallan sistemáticamente a periodistas y medios de comunicación, que migran a otros países por los abusos de poder y las amenazas recibidas también por la violencia del narcotráfico y los trolls y haters virtuales. Por poner un caso, José Ramón Zamora, el periodista más conocido fuera y dentro de Guatemala, fue sentenciado a  seis años de prisión en un proceso plagado de irregularidades y con un gobierno que intimidó a los medios que fiscalizan el poder. “Es un tiempo muy duro para el periodismo latinoamericano y, lamentablemente, confirma las tendencias que observamos desde hace tiempo, que son el acoso y la represión como norma”, afirma Carlos Martínez de la Serna, director de programas del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ).

Es así que la intolerancia, la impunidad y el efecto de la autocensura acechan el ejercicio cotidiano de la prensa. Los peligros de la profesión son moneda corriente en todo el mundo, a una escala de agresión irrefrenable. Desde la Fundación Gabo, advirtieron que en Latinoamérica no sólo los crímenes cometidos contra reporteros sino el hostigamiento judicial sigue siendo una herramienta eficaz para silenciar voces críticas. ¿Cómo pueden los periodistas protegerse cuando la violencia no sólo es física, sino también digital y judicial? Más importante aún: ¿cómo puede el oficio preservar su misión de informar cuando el costo personal y profesional de hacerlo se vuelve insoportable?

Otro desafío para el periodismo de estos tiempos es la aceleración de las noticias, tanto en su producción como en su circulación, con la insoslayable presencia de la Inteligencia Artificial (IA)  involucrada en todo el proceso creativo. Especialistas concuerdan que ante la avalancha de información, percepciones y opiniones sobre un hecho, la demanda principal sobre el periodista no será que produzca noticias, crónicas o entrevistas, sino que lleve a cabo una suerte de  “curaduría” para tratar de separar lo importante de las versiones en circulación y de la inmensa cantidad de fake news. Y que, en efecto, sea capaz de llevarlo a un lenguaje entendible.

¿A quiénes, en verdad, les interesa el periodismo? ¿Adónde irá a parar, en los próximos años, este oficio fundante de la modernidad y en permanente estado de crisis? ¿Cuál es su nuevo rol ante la paradoja de una sobreinformación infernal y una transformación en el consumo de las noticias?

Se ha anunciado de maneras tan distintas la muerte del periodismo en las últimas décadas que es difícil creer que aún siga en pie. ¿El periodismo sigue siendo necesario? Los ejemplos de la realidad parecen, contra viento y marea, afirmarlo. Que se sigan creando portales de todo tipo, proliferando espacios de formación, manteniéndose medios y sigan egresando periodistas de academias; que sigan existiendo series y documentales basados en investigaciones periodísticas de fuste; que sigan saliendo libros de no ficción con los premios más prestigiosos sobre hechos de la realidad; que continúen, en definitiva, produciéndose buenos reportajes y nuevos contenidos significan una realidad difícil de negar y, a la vez, una suerte de resistencia: describir y comprender el mundo supone, más que nunca, un tremendo desafío intelectual, tan sensible como ético, y el periodismo, como sugirió un empresario argentino conocedor del oficio, “sigue siendo la forma cultural preeminente de nuestra era: ocupa más recursos en su producción y distribución que cualquier otra creación de contenido y es consumido rutinariamente por más gente en todo el mundo”. El mismo empresario, Jorge Fontevecchia, que hace unos días no pudo explicar cómo una columna de la escritora Leticia Martin titulada “Nadie lee nada”, donde exponía que hace seis meses su diario no pagaba sus honorarios, se bajó de la web una vez publicada tanto de forma virtual como impresa. Luego de que se generó un repudio en las redes, al diario no le quedó otra que volver a subirla online.

Lo cierto es que la formación no deja de ser otro tema de debate. Los directores de medios ya no parecen tan interesados en las carreras de Comunicación Social, e insisten en que las universidades transformen sus planes curriculares: quieren periodistas antes que comunicadores, con mayor cantidad de horas de práctica en redacción y en cobertura de fuentes. En Latinoamérica las facultades de Comunicación, en gran parte, suelen formar en historia de la comunicación, docencia e investigación y poco periodismo: escasea la preparación técnica y conceptual, con casi nula formación en estadística y en manejo de datos, por caso herramientas de uso cotidiano en los últimos tiempos. Los editores saben, además, que la mitad de la población mundial tiene menos de 30 años y son nativos digitales proactivos que cuando quieren saber algo lo buscan en Internet y mayormente en redes sociales, de ahí que los jóvenes no asuman la dinámica del periodismo tradicional. Y que posan su atención en un promedio de no más de dos o tres minutos sobre una nota, por lo que no casualmente varios especialistas están hablando del “flagelo de los tres minutos” como máximo tiempo de lectura.

En este marco el pensador italiano Franco Bifo Berardi ha dicho que la muerte del pensamiento crítico es una de las pérdidas esenciales del periodismo: “Francamente, es algo que asistimos. La capacidad del pensamiento humano de discriminar entre verdadero y falso, y entre lo bueno y lo malo entre los enunciados se deterioró notablemente. La aceleración extrema del flujo de informaciones, de una masa innumerable de datos ha puesto a la mente en una condición de sumisión. Asistimos a una atención deficitaria de la mayoría que afecta directamente a los medios”.

En tal caso, varios expertos en análisis de medios alegan que, más allá de lo que prime a nivel hegemónico, no existe un único periodismo ni la forma de ejercerlo en cada país es igual, ni en todos los países hay prensa libre ni las audiencias son estáticas, como ni internet ni las redes sociales ni la IA son el demonio ni la salvación sino herramientas irrenunciables del periodismo digital. “Hoy el periodista es un ´comunicador´, concepto que explicaría mejor la multitarea a la que se ve abocado en la liquidez digital para subsistir en ´el mejor oficio del mundo´”, dice la investigadora de medios y comunicación Adriana Amado en su libro Metáforas del Periodismo. Mutaciones y desafíos.

Amado sugiere ampliar las voces y armar redes, no tanto y sólo a la comunidad lectora sino a otras comunidades involucradas en el reportaje que el periodista esté armando. Pone un ejemplo: “Hace poco empezaron las clases en las escuelas del cono sur y con ello, los problemas sindicales de los docentes. ¿Y qué reportan los periodistas? Entrevistan a los sindicatos y ministros de educación. ¿Y dónde está la comunidad educativa en las coberturas y reportajes? La comunidad educativa son todos: los niños, padres y madres, los negocios alrededor de las escuelas y en las noticias faltan esas fuentes. Esto tiene que ver con lo que nos dan en las facultades: no nos enseñan a encontrarnos con esa información, cómo buscarla, hallar esas fuentes que ya están producidas. Hacer periodismo desde la comunidad es un trabajo integral de competencias que hoy la mayoría de las facultades de comunicación y periodismo no enseñan”.

Intentar usar el algoritmo a favor y repensar la formación del periodista es algo en lo que coinciden muchos profesionales. Amado insiste en salirse del esquema del mero productor de la noticia. “Nunca hemos tenido una materia, ya no de conversar, sino de entender que está pasando fuera de la redacción, de mirar climas de opinión -continúa-. No están en la formación y creo que esa es parte de la transformación que se nos demanda. Un periodismo de soluciones participante y en diálogo con sus lectores y lectoras. Este periodismo se basaría en tres factores clave: la lucidez, fuentes de calidad y agenda ciudadana”.

En los últimos tiempos, por otro lado, han aparecido varios libros sobre periodismo escritos por periodistas. A saber: Pensar el periodismo, de Sebastián Lacunza; Periodismo: instrucciones de uso, compilado por Reynaldo Sietecase, Clics, precarización y resistencia en el periodismo, de Luciano Sáliche y Andrés Correa; Periodismo y verdad, de Jorge Fontevecchia; y En otras palabras. 35 periodistas jóvenes (entre la grieta y la precarización), con entrevistas de Carlos Ulanovsky. Allí, entre otras cosas, se piensa el periodismo como producto de las condiciones culturales, sociales y políticas de un país y de una época. Por un lado, se celebra que el periodismo haya dejado de ser intocable, juez, fiscal y policía de la Nación, y hayan surgido voces críticas y alternativas a su rol sagrado; por otro, se critica la especulación, el achicamiento de las redacciones y la rentabilidad concentrada en pocas manos.

Se alarma, a su vez, sobre el escaso trabajo de los periodistas en indagar un tema para contarlo en profundidad.  Asistimos, dicen los autores, a una debilidad de las verificaciones periodísticas y a un escasísimo interés por contrastar fuentes, algo que se potenció con medidas como  la eliminación del programa de verificación de hechos en Facebook (Meta). La necesidad de hacer buen periodismo en tiempos de desinformación es defendida, entre otras, por la periodista y abogada Laura Zommer, CEO y cofundadora de Factchequeado, quien recomienda a los periodistas “que hagan periodismo, vuelvan a las fuentes y chequeen, chequeen y chequeen”, sin perder de vista que “las redes principalmente potenciarán los contenidos que generen dinero y ‘engagement’, sin atender a su veracidad o falsedad”. 

Para Carlos Cortés, director de Linterna Verde y columnista del portal colombiano La Silla Vacía, el periodismo debe seguir buscando formas de mantener la relevancia dentro del debate público, ya que “tiene un reto grande de combatir la economía de la atención, de no dejarse llevar por los incentivos de las redes sociales y buscar formas de generar contenido de interés público que pueda también dar cuenta de cuáles son los factores estructurales, los valores, las emociones y los proyectos políticos que subyacen a esas convicciones. Hay un reto en términos de multidisciplinariedad, de nuevas miradas, pero por supuesto manteniendo el enfoque de interés público”.

En el mar de la incertidumbre y la dispersión laboral, un gran porcentaje de los periodistas se define hoy como freelance. “Hoy por hoy, con el auge del freelancismo y las redacciones atomizadas, se hace cada vez más difícil la transmisión del oficio”, piensa Fernanda Nicolini en el libro En otras palabras, y por fuera de los medios tradicionales hay quienes, como Franco Ciancaglini, del colectivo Mu, que expresan sentirse parte de una lucha por sus propios proyectos periodísticos y defenderlos “como lugar de disputa, de trinchera, de transformación” pese a las grandes dificultades para mantener un medio auto-gestivo. Los libros que analizan el periodismo actual, además, marcan que la profesión atraviesa una etapa de pobre creatividad y de baja credibilidad en tiempos de rendimiento inmediato alrededor  del mercado del clickbait y la posverdad, con la flexibilización y el pluriempleo como factores en común. “El periodismo sigue siendo la manera más divertida de ser pobre y vale la pena seguir ejerciendo”, opina la periodista Nora Veiras, quien subraya que la cuestión salarial es pavorosa.

Otras figuras recurrentes que se marcan como predominantes son las del “periodista empresario”, el “periodista superhéroe”, el “periodista militante”, el periodismo “para la hinchada”, el periodismo “emocional” y todos acuerdan en la sobreabundancia de un periodismo de “escritorio” y a la distancia, sin ir al territorio, trabajando alejado de los hechos y de los datos en una realidad de grietas ideológicas y de interpretaciones exageradamente sesgadas. En ese sentido, algunas voces hoy perseguidas por el gobierno de Milei como las de Ernesto Tenembaum y María O´Donnell, Joaquín Morales Solá, Carlos Pagni y Eduardo van der Kooy, entre otros, recuerdan que durante el kirchnerismo hubo cierta intolerancia crítica y se limitó la libertad de expresión, con el aliento de un “periodismo militante” y audiencias controladas como la del programa 6-7-8. “La profesión no se acabará, pero todos tenemos dudas sobre nuestro futuro laboral. Mirando para adelante, es un enorme signo de pregunta. El modelo de negocio como lo tenemos ahora va hacia un declive. Tenemos que encontrar un modelo que funcione y ahí es donde la verdad no tenemos la menor idea”, piensa Hugo Alconada Mon sobre la crisis de identidad de los medios.

Horacio Verbitsky, con su portal El Cohete a la Luna, agrega unos matices: “Los periodistas nunca hemos tenido el monopolio sobre la subjetividad. Hoy nuestro trabajo se revaloriza porque a medida que los factores de poder aniquilar el valor de la palabra e instalan la posverdad, el rol de quien precisa la verdad de los hechos es más importante que nunca, y de ninguna manera creo que vaya a desaparecer. Porque, además, hay un flujo tan grande que la audiencia necesita más que nunca filtros, intermediaciones, interpretaciones para entender y no sentirse arrasada por una ola imbatible”. Y Leila Guerriero acota: “El periodismo no es una herramienta de evangelización ni un órgano de propaganda y cuando pierde su mirada crítica, deja de ser periodismo. Para contar cualquier historia hay que estar dispuestos a mirar al sesgo, abandonar una orilla muy confortable y segura que se llama corrección política, a pensar en contra y a discutir cualquier convicción, ajena o propia”.

Con el continente del periodismo en descomposición, como sugiere el investigador Martín Becerra, el experimentado Reynaldo Sietecase piensa que el dilema central sigue siendo ético: “Defender la verdad de los hechos, resistir a las presiones y a la urgencia, apostar a la calidad, narrar con precisión, opinar con fundamento y ser fieles a uno mismo, son tareas indispensables si queremos contribuir a la construcción de una sociedad más justa y democráctica”.

¿Cómo contar hoy una noticia de manera atractiva y que se destaque entre el aluvión de información que se genera en la era digital? ¿Cómo lograr que la publicidad privada u oficial no funcione como condicionante? ¿Se puede desafiar a las audiencias en lugar de intentar complacerlas? ¿Puede sobrevivir el periodismo de calidad en el tiempo de los freelancers? ¿Cómo buscar caminos nuevos y convocantes?

 “Lo que pone en evidencia la IA es que mucho periodismo hacía tareas rutinarias, que es algo que no tiene mucho valor -escribe la investigadora Adriana Amado-. El periodismo necesita desembarazarse de la pesada armadura de quien se cree único portador de la verdad, última línea de defensa del conocimiento y de los hechos demostrados. Desarmado el periodismo de estos pesados lastres, será capaz de empatizar con una audiencia empoderada que tiene sus propios intereses, acaso no coincidentes con los del periodista sin que eso sea un sacrilegio; y sincronizar las agendas comunitarias, sin tratar de imponer las propias”.

En la compilación sobre sus Talleres de Libros Periodísticos en la Fundación Gabo, que se acaba de liberar recientemente en la web, Martín Caparrós dice que al periodismo le quedan dos armas básicas que todavía le son propias y que otras máquinas u otros profesionales no pueden hacerlas tan bien. La primera es narrar. “Se supone que nosotros sabemos narrar y sabemos poner las cosas en contexto”, dice el escritor, que fue diagnosticado en los últimos tiempos de ELA y sacó un último libro, Antes que nada, una suerte de autobiografía donde repasa su relación con el periodismo y la escritura.

Cuando se trabaja sobre un tema y cuando algo pasa en el mundo, explica el autor de libros clave en el periodismo como Larga distancia, La voluntad o El interior, “podemos contar qué significa eso dentro de una sucesión de hechos o de un contexto, podemos contarlo de una manera que sea más interesante, que valga la pena. Las tres líneas en Twitter sobre la muerte de fulano ya van a haber salido, pero se necesita que alguien te explique por qué importa la muerte de fulano, qué contexto se produce”. Y de la misma manera, la segunda arma es la de analizar. Así lo explica: “Porque, bueno, nos especializamos en ciertas cuestiones, tenemos más información, trabajamos en eso, ¿no? No porque seamos ni más astutos, ni más nada, sino porque nos dedicamos a reunir información sobre ciertas cosas y, bueno, podemos analizar lo que sucede de una manera interesante, más atractiva”.

En consonancia con la indagación del periodismo en tiempos actuales, el mexicano Juan Villoro se pregunta: “¿Qué tipo de prosa escriben los ciberreporteros?”. En su debut como cronistas de Los Ángeles Times, hace diez años, los llamados ciberreporteros se ocuparon de temas que pueden reducirse a cifras y datos fácticos. Desde allí las máquinas han ampliado su dominio del lenguaje de manera vertiginosa, y la competencia con ellas se torna desigual. Hoy en día, por ejemplo, el español es hablado por más robots que personas: los aparatos son fabricados por la industria en tiempo récord y ya rebasan los 700 millones.

Todo se remonta a cuando el programador Ken Schwencke había creado, una década atrás, un sistema informático capaz de analizar las variaciones de la corteza terrestre y convertirlas en un artículo sobre sismos. Así, “el periodismo automatizado” -cuenta Villoro en su ensayo No soy robot. La lectura y la sociedad digital- inició sus días con el siguiente párrafo: “Este lunes en la mañana ocurrió un terremoto de magnitud 4,7 a ocho kilómetros de Westwood, California, según el Centro Geográfico de los Estados Unidos (GGEU). El temblor ocurrió a las 6:25 horas estándar del Pacífico, a una profundidad de ocho kilómetros. Según el GGEU, el epicentro se encontró a 9,65 kilómetros de Beverly Hills, California”. Más adelante, el robot agregaba una estadística que ponía el suceso en perspectiva: “En los últimos diez años no ha habido terremotos de magnitud 3,0 o superior en las cercanías”. Sin mayor problema, la técnica se extendió al béisbol, deporte marcado por los datos y los porcentajes. Así, los “escritores mecánicos” no se distinguían mucho de los redactores a los que se les exige sobriedad y concisión. De hecho, la profesión periodística en los últimos tiempos se ha automatizado a un ritmo feroz. El sello distintivo de esta profesión inaugural hecha por robots es la rapidez de entrega: la nota se escribe en dos minutos.

Lo cierto es que la IA se hace cargo de más actividades: cada vez hay más sillas vacías en las oficinas de la prensa. La revolución digital, sugiere Villoro, engordó a los periodistas y adelgazó los periódicos. En forma progresiva, las noticias se cubren de manera sedentaria en la pantalla, sin que los periodistas vaya al lugar de los hechos ni, menos aún, hagan un reporteo largo que suponga varias entrevistas o una investigación que nadie es capaz de financiar. Además, la información en línea permite vigilar lo que hacen otros periódicos y eso provoca que la prioridad no consista en buscar exclusivas, sino en no perder la noticia que ya ofrece la competencia. El periodismo de investigación se ha convertido en una nostalgia, muchos de los periodistas no pueden realizarlo porque corre riesgo su vida, y es imposible competir con los robots en rapidez o resistencia pero existe una ventaja: ellos son literales y “nosotros aspiramos a ser literarios”, escribe el mexicano.

Es posible, entonces, que la supervivencia del periodismo humano dependa de una paradoja: el dominio del error. Hay que desconfiar de la aparente perfección de las máquinas, sostiene Villoro. “Por ahora, la  IA parece incapaz de dominar el sentido artístico de los defectos. Aunque provoque pérdidas de empleos, podremos hacer las paces con un periodismo robot, siempre y cuando se limite a informar sobre los goles o las réplicas de un terremoto”, dice y cree que la IA, como ya se ha demostrado, también falla: se necesita editar su contenido porque a veces no ubica bien en tiempo y espacio y su tono suele ser bastante neutro.

¿Estamos en el umbral de la escritura posthumana? Roger Bartra, en su libro Chamanes y robots, observa con agudeza: “Para que los robots alcancen formas de conciencia tan sofisticadas como las humanas, y no sean zombis insensibles, deberán pasar por los rituales del placer y el dolor”. Y Villoro agrega: “El robot aún no nos engaña. Para lograrlo, primero debe aprender, como los humanos, a engañarse a sí mismo”.

¿Llegarán las máquinas a leer con un nivel de diferenciación, con capas complejas de análisis, con la riqueza simbólica de un humano? En el diálogo del ser humano con la máquina, la prueba definitiva no está en lo que se escribe sino en lo que se lee, complejia Villoro. Para el escritor, en el universo ansioso de las redes y del imperio del clic y la información de a saltos, la lectura, forjada durante milenios, “sigue teniendo una función integradora, capaz de encontrar líneas de sentido en un océano de discursos fragmentarios”. Tal vez cuando entramos en la web a hacer un trámite, y se nos pide hacer un clic en la función “No soy un robot”, haya una reserva de lo humano. “El sentido del texto se decide al otro lado de la página o la pantalla: quien lee esta frase la transforma”, escribe el autor de libros como El testigo, Dios es redondo, El vértigo horizontal y La utilidad del deseo.

“Convivir con el mundo digital -nuestra caverna de bolsillo-, absorberlo y llevarlo a otro territorio, es más provechoso que negarlo, no sólo por las muchas utilidades que posee, sino porque el viaje de ida y vuelta entre lo real y lo virtual potencia ambos extremos del trayecto”, desliza Villoro, quien en el presente eterno de internet y el avance de la IA pondera, entonces, insistir en la lectura como “forma rebelde de la memoria” y como dispositivo temporal entre la realidad y la representación.

Recuperar la manera de leer, en rigor, no como algo nostálgico sino como una persistencia. “La lectura digital se potencia con la lectura literaria”, suelta Villoro en el imperio de la posverdad, la lectura veloz y dispersa y el tecnopolio digital. En sintonía, otro libro reciente apunta a recuperar las redes virtuales, de cuando el espacio común de internet tendía a redes más cooperativas antes de privatizarse salvajemente -por poner un dato, Google se lanzó en 1997-, y de allí a convertirse en modelo de negocio a escala mundial, con la flamante consolidación de unicornios descomunales bajo la mirada cómplice del status quo político y económico. El libro se llama Las redes son nuestras, escrito por la periodista española Marta Franco y lanzado con un sugerente subtítulo: “Una historia popular de internet y un mapa para volver a habitarla”.

Escribe la ensayista española: “Las fuerzas del mal se reorganizaron: aprendieron de nuestras tácticas de inteligencia colectiva y las transformaron en un conjunto de metodologías para hacer trampas y bullying. De ellas se benefician desde Trump hasta Vox pasando por Milei, en una convergencia que podemos llamar la Internacional del Odio. Ahora, aquellas plataformas que nos ayudaron a encontrarnos y organizarnos son un campo de minas y experiencias desagradables”. La concentración del poder en manos de corporaciones tecnológicas y figuras como Elon Musk han transformado el panorama mediático global. Tensiones políticas como la vivenciada entre X y Brasil, la pérdida de métricas automáticas o los algoritmos que privilegian la polarización demostraron que estas empresas no sólo regulan qué contenido se distribuye, sino también qué narrativas prevalecen, moldeando el debate público a sus intereses y controlando el flujo de información.

Franco dice que hace aproximadamente una década las redes sociales fueron tomadas por ejércitos de bots y los algoritmos dominaron la escena desde posiciones muy reaccionarias. “Las herramientas que antes nos fueron útiles ahora nos son ajenas”, resume la comunicadora, precisando que las plataformas de la web 2.0 “durante muchos años nos sirvieron, más o menos, para dialogar, aprender, conocer gente, mantener amistades, difundir ideas disruptivas y hacer política”.

¿Qué rol y posición pueden tener los comunicadores y los periodistas en los ecosistemas digitales? ¿Cómo no abrumarse ante tanta sobreinformación y fakenews, y a la vez generar ejercicios de pensamiento que permitan pensar prácticas autónomas y creativas?

Responde Franco: “Creo que sobre todo hay que resistirse a vivir al día, siguiendo los temas que surjan en cada momento. Concentrarse en buscar información y proponer temas activamente, en lugar de dejarse arrastrar por lo que sea viral o más visible, porque ya sabemos que esto suele estar determinado por actores interesados. No podemos seguir perdiendo el tiempo con cortinas de humo, tendencias alimentadas por el marketing o polémicas vacías, porque así perdemos la oportunidad de pensar e incidir sobre los temas realmente importantes”.

Y concluye, a modo de sugerencia, con el énfasis de trabajar en la información de calidad para combatir todo tipo de desinformación: “El periodismo lleva años intentando jugar el juego de internet: cada vez más rápido, más inmediato y más llamativo para competir en la batalla por la atención. Con el panorama actual de influencers, propaganda política e IA generativa está muy claro que es un juego en el que los periodistas nunca van a ganar. Una pista: donde no hay algoritmos de recomendación se respira mejor. Es decir, dejar de pasar tanto tiempo en Instagram, TikTok o Bluesky y mirar más hacia las webs, listas de correo, foros o el fediverso (Mastodon). A corto plazo parece que así pierdes algunas oportunidades, pero a la larga es la única salida que veo para que el periodismo conserve su valor específico en un entorno de creación de contenidos tan ruidoso y competitivo. Construir comunidades y crear el periodismo que sea importante para ellas. Si tu trabajo se parece a lo que puede hacer una IA, te quedan muy pocos años de trabajo”.

Para el periodista Sebastián Lacunza tal vez se trate de volver a lo viejo, esa frase que en las últimas semanas se viralizó desde un personaje de la serie El Eternauta: “El periodismo es lo opuesto a planchar la historia, anular sus pliegues, disimular sus matices, resolver sus contradicciones de un plumazo. Por el contrario, es cien veces más útil si se mete donde la historia cruje, y doscientas veces más entretenido”. No son pocas las voces que confían en la capacidad de “resiliencia” del periodismo en su larga metamorfosis digital, de recuperar la elaboración creativa, la formación integral y el sentido crítico de la profesión para contrarrestar la “atención trastornada” -como lo nombra la teórica Claire Bishop en su nuevo libro- y, a la vez, interpelar la condición agobiada y frenética de las audiencias. “Las imágenes vienen cada vez más aprisa, en un flujo continuo. Ya no respiran. Nos quieren ciegos. Sí, necesitamos que nuestros ojos parpadeen. La belleza del mundo nos lo exige”, se dice en la película “No soy yo”, del francés Leos Carax, en algo que análogamente podría compararse con los textos: recuperar las piezas periodísticas como una revelación del mundo, como sugería Clarice Lispector desde sus maravillosas crónicas.

Muchas preguntas, sin embargo, permanecen en el aire. ¿Qué modelo de negocio imperará en lo inmediato? ¿Se viene un futuro de medios especializados en temas, para públicos de nicho? ¿Qué pasará con aquellos que no cuenten con los suscriptores suficientes, aquellos que parecen ser el sostén ideal? ¿Cuánto avanzará la IA para reemplazar efectivamente los procesos creativos y humanos del periodismo? ¿Podrán tener los periodistas el tiempo, la formación y los recursos para poder hacer periodismo, adaptándose a los espacios cada vez más precipitados de las plataformas?  

*Periodista, docente y licenciado en Comunicación Social (UNLP)

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