Un perro llamado Halcón fue noticia nacional hace dos meses, cuando marcó la casa de José León Suárez donde habían enterrado el cuerpo de Araceli Fulles, la chica que estuvo casi un mes desaparecida y a la que cientos de policías buscaron en rastrillajes y allanamientos que no conducían a nada.
La historia de este ovejero sable que ya había sido protagonista de otros casos parecidos renovó el debate en torno a la efectiva utilización en el país de perros entrenados como herramienta de investigación policial.
“Hay mucho mito con eso”, aclara el adiestrador Osvaldo “Patón” Bonavera, antes de explicar que “uno puede ver el trabajo del perro, pero hay un trabajo investigativo previo que es clave. Yo puedo tener el mejor perro de búsqueda, pero si no tengo claro dónde poner su nariz no me sirve. Y eso es investigación policial; siempre es una tarea combinada”.
Bonavera es el instructor de un curso de formación que ofrece la Dirección de Veterinaria y Bromatología del ministerio de Seguridad para todos los policías bonaerenses que quieran convertirse en guías de canes. Fuentes oficiales dijeron a este diario que la fuerza dispone, hoy, de “unos 100 perros entrenados”.
“Hay de seguridad en canchas y también de rastros”, apunta Bonavera, confirmando que preparan varios más en “narcóticos, búsqueda de personas y rastros específicos”, que son los que pueden ubicar a alguien con el olor de una prenda.
checa
Mientras tanto, en el amplio predio de la escuela de suboficiales Julio Dantas (al lado de la Vucetich), Checa olfatea con ganas el terreno junto a su guía, José Villalba. Sin perder la noción de juego, esta cachorra de pastor alemán nacida el 1 de enero está formándose para detectar armas, a partir del olor a pólvora que tienen impregnado las pelotas que busca para divertirse.
“Tengo dos hijos adolescentes y una nena de 4 años”, cuenta Villalba, justo antes de que “Patón” le apunte: “Y a Checa”. Es que la perrita vive en la casa de este policía de la Dirección de Veterinaria, como parte de la estrategia de socialización del animal.
Según Bonavera, buscamos “que el perro pueda tener contacto con cualquiera y que sea estable”, condiciones que se consiguen más fácilmente en un “ambiente familiar, con una menor carga de estrés”.
“Antes las fuerzas de seguridad se manejaban con perros donados; y nadie dona el mejor perro”, reflexiona el instructor.
La Policía está relevando actualmente sus canes para dar de baja a los más viejitos (agilizaron los trámites para que la mayoría se quede con sus guías o en casas de familia) y “de a poco se está considerando el potencial que hay en materia prima de perros”, indica Bonavera, convencido de que “en el país tenemos lo mejor genética del mundo en pastores belga Malinois”, que se parecen mucho a un pastor alemán, sólo que tienen una postura distinta y mayor resistencia.
ego
De esa raza es Ego, un macho de 5 años que viajó con Patón a exposiciones en el extranjero y es uno de los siete perros que tiene en su casa del norte del Conurbano (no está de más comentar que su esposa también es instructora).
Ego parece un perro hiperactivo al que le gusta saltar y dar “besos” por sorpresa en la cara, aunque todo cambia cuando escucha que la voz de Bonavera dispara una orden. Entonces deja de ser una mascota inquieta para convertirse en un can entrenado en seguridad, que inmoviliza a cualquiera con una sola palabra y con una sola palabra lo suelta.
¿Cuánto tiempo demanda formar un perro de estas características? Según el instructor, “alrededor de dos años”, en un proceso que se ha vuelto muy intensivo.
“A partir del tercer día de vida se empieza a hacer estimulación temprana”, explica, con una “técnica americana que se fue perfeccionado. Se los somete a pequeñas situaciones de estrés que los vuelven perros fuertes y a los 60 días los cambiamos de área, porque uno de los principales problemas que teníamos eran las habituaciones. El perro tiene que estar preparado a todo tipo de escenarios”, para que no se bloquee ante determinados sonidos o situaciones del ambiente.
Para eso se entrena a los canes en escenarios distintos y con estímulos auditivos diversos, como el de vehículos, bocinas, sirenas o estampidos, aunque siempre asociados al juego o a la comida. El trabajo sobre el instinto de presa comienza a partir de los dos o tres meses.
tranca
Tranca también es belga Malinois y cachorra como Checa, sólo que si a ésta le esconden pelotas con olor a pólvora, a aquella la estimulan con comida o juguetes impregnados con olor a droga. Nunca tienen contacto directo con la sustancia, que se coloca en una pecera con una rejilla en el medio.
“Existe el mito de que les damos droga”, admite “Patón”, quien compara a esa posibilidad con la de entrenar a un perro de explosivos tirándole cartuchos de dinamita.
Para Bonavera, lo más efectivo es “entrenar como se va a operar” y evaluar a los canes “en terreno”, algo que “recién se está empezando a hacer” en estos tiempos, reconoce.
Y pone como ejemplo: “Si preparo a un perro en Campo de Mayo, en colectivos vacíos, y después tiene que ir a buscar narcóticos a Salta o a Jujuy, donde el pavimento suele estar a 50 o 60 grados, en micros que salieron de Perú hace dos días, las narinas se le inundan de olores y no funcionan como creemos que funcionan”.
Aarón Giacosa es otro instructor del curso en la escuela de suboficiales, en el área de táctica.
“Todos los días se trabaja con perros diferentes”, cuenta a este diario, que compartió una tarde con el grupo mientras observaba el entrenamiento de canes especializados en la búsqueda de armas.
“los años solo dan vejez”
Bonavera, que es docente en la cátedra de adiestramiento de la UBA, tiene 60 años y arrancó “con los perros a los 17”, recuerda, aunque está seguro de que “los años sólo dan vejez; la experiencia pasa por otro lado”.
Dice que “el adiestramiento moderno evolucionó muchísimo, pero en las fuerzas de seguridad recién ahora está empezando a llegar el cambio”.
El 6 de agosto de 2013 una fuga de gas provocó el estallido y derrumbe de un edificio del centro de la ciudad de Rosario, en Santa Fe, que mató a 22 personas y dejó con heridas a otras 66. Para Bonavera, esa catástrofe significó un punto de inflexión en el área que trabaja.
“Se encontraron con que había 30 perros y una disparidad de potencial, por lo que se decidió parar y hacer un ejercicio. Se escondió un bombero y solamente quedaron tres perros buscando”, relata. Esta experiencia visibilizó la necesidad de organizar un registro nacional de perros, con un primer simulacro que se hizo hace casi tres años en Bahía Blanca y al que se presentaron 22 binomios.
“Solamente aprobaron tres, lo que habla de la exigencia que se impone a nivel nacional”, resalta Bonavera, no sin aclarar que la prioridad es “reforzar primero las estructuras del estado”, como el grupo de canes de Provincia, y “convocar sólo a los que estén capacitados”, cuando la situación exceda los recursos oficiales. Porque “hay buenas voluntades que a la hora de la catástrofe te suman problemas”.
En definitiva, insiste el especialista en que hay un largo camino por recorrer, porque en esta materia “estamos como 40 años atrás”, mientras en el mundo ya saben que “se pueden reforzar las emociones en los perros” a partir de “comprobaciones científicas de los procesos de aprendizaje”.
Neurociencias aplicadas y estimulación temprana en animales aparecen en un horizonte cercano, mientras las fuerzas de seguridad de Argentina van tomando conciencia, muy de a poco, que muchas veces los perros triunfan donde todo lo demás fracasa, en un trabajo combinado con los investigadores y los hombres que los entrenan.
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