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Alberto Ajaka: “Soy Hamlet, consciente de ser uno más, y ser yo mismo”

Con mucho respeto por el personaje y su autor, aunque quitándole la solemnidad que, dice, “no sabemos de dónde nos ha sido legada”, sube al escenario intentando “hundirse” el gran interrogante del teatro universal: ¿ser o no ser?

Alberto Ajaka: “Soy Hamlet, consciente de ser uno más, y ser yo mismo”

En su tercera experiencia shakesperiana, Alberto Ajaka es el príncipe de Dinamarca en una moderna versión del clásico que llega a La Plata / s.b.

María Virginia Bruno

María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com

11 de Agosto de 2018 | 04:08
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Fue boxeador (Toro, “Contra las cuerdas”), cura villero (Padre Miguel, “El Puntero”), sindicalista de mantenimiento aeroportuario (Donofrio, “Guapas”), peón de estancia (Negro Funes, “Los ricos no piden permiso”), emprendedor fallido (Alfred, “Quiero vivir a tu lado”) y también fiscal (Quinteros, “El lobista”). Ahora es Hamlet.

Alberto Ajaka (45), actor, director y dramaturgo, hombre de voz reconocible y mirada intimidante, se encontró con el teatro a los 28 años, después de probar suerte con la filosofía y el diseño, tras años de parar la olla trabajando en una imprenta familiar. A los 32 ya estaba arriba de un escenario con “Michigan”, escrita, actuada y dirigida por él.

Dice que tuvo suerte. Una seguidilla de proyectos importantes, entre ellos “De mal en peor”, con dirección de Roberto Bartís y con la que giró por Europa, y “Ala de Criados”, escrita y dirigida por Mauricio Kartún, por la que recibió un ACE, le dieron mayor impulso. En el teatro se fogueó, incluso formó su propia compañía, Colectivo Escalada, en la que hace lo que pinte: actuar, escribir o dirigir, junto a otras 15 personas. Después pasó al cine, en donde conoció a su mujer, la también actriz María Villar, con quien tiene dos hijos, Pedro (8) y Elena (4). Luego llegó a la tevé.

En uno de los años más intensos desde que comenzó a incursionar en este mundo (“todo lo que me rasqué en el último semestre, lo estoy compensando este año”, bromea), está a tres frentes. Filmó tres pelis (“Lobos”, de Rodolfo Durán, “Infierno grande”, de Alberto Romero, y “A oscuras” de Victoria Martínez) y rodará una cuarta, será parte del nuevo unitario de Pol-Ka “Otros pecados”, y está dirigiendo en el Centro Cultural San Martín de jueves a domingos su propia obra, “Los Rotos”, un “grotesco fantástico” en el que plasma, quizás, su mirada política sobre la actualidad. Le divierte adjudicarse la invención de ese género: grotesco “porque coteja con algo de la obra discepoliana, con todo respeto”, y fantástico “porque hay un baldío que tiene poderes sobrenaturales”. Simple.

Los fines de semana, además, explora el universo de William Shakespeare (viernes y sábados en el Centro Cultural de la Cooperación), como el personaje “canónico del teatro universal”, en una novedosa puesta de Patricio Orozco, ladeado por grandes figuras de la escena como Leonor Benedetto, Antonio Grimau, Patricio y Paloma Contreras, entre otros.

En diálogo con EL DIA, antes de su presentación en el Coliseo Podestá -mañana, a las 19-, que marcará su debut escénico en una de las ciudades en las que le gustaría vivir, por la armonía visual que le genera caminar por cuadras que han mantenido, según dice, el “respeto arquitectónico”, asegura que la puesta presenta “una narración clara de la tragedia shakesperiana”, abordando “la historia o el devenir de la trama de manera simple, sin metateatralidad” algo que le parece un valor en sí mismo.

No es la primera vez que Ajaka le pone el cuerpo a un personaje clásico. Ni tampoco es su primer Shakespeare. Fue Otelo en “Campeón mundial de la derrota” (2006), adaptada y dirigida por él. Y también fue MacBeth, en la recordada puesta de 2012 con Javier Daulte moviendo los hilos. “Es un nuevo atrevimiento de mi parte”, responde Ajaka en relación a si sus experiencias anteriores le han dado pistas para encarar este monstruo clásico por el que “la atracción es inevitable, en tanto, se te presenta la oportunidad de cotejarte con semejante personaje que de alguna forma reúne el canon teatral occidental”.

Le baja, Ajaka, de todos modos, el tono al asunto. Por supuesto, aclara, “sin perder conciencia de lo que se trata” aunque pensando en términos teatrales. “Por un lado está el Hamlet de Shakespeare, que se hizo cuando él vivía. Luego está el canonizado por los ingleses, pero del que se han hecho versiones de todo tipo y color, con Hamlet como mujer, afro, las que quieras. De modo que esa solemnidad es un legado que no se sabe, muchas veces, de dónde nos ha llegado. El respeto conlleva al amor, el cariño por la obra, y esa obra no está hecha nunca antes de que se haya hecho, por eso se sigue haciendo, sino no tendría sentido. El hacerla, el lograrla, en todo caso, es asunto de nosotros, en esta oportunidad”.

Le gusta decir que “el teatro es un problema en sí mismo”, y comparte algunas de las ideas que escribió en el marco del estreno de esta versión, meses atrás. Está convencido de que “todos somos Hamlet”, que “todas las demostraciones de dolor se parecen entre sí” y que “estos suspiros y lágrimas que aprendemos a imitar, se pueden fingir”. Sin embargo, “lo que llevamos dentro, ese dolor inconmensurable tan grande que sólo nuestra alma cabe, no se puede expresar más allá de nosotros mismos. Lo que sentimos no es posible de ser actuado”. Cada quien, entiende Ajaka, debe soportar su propia cruz. Y analiza: “Quién más que uno mismo, Hamlet, puede ser o no ser. Hamlet, el personaje teatral, sólo existe en el dilema de la existencia. El todo y la nada. Esta obra, por los motivos que sea, se ha erigido como el gran enigma del teatro universal. Solo así se explica la insistencia en hacerla y la voluntad en aceptar que por enésima vez, y una vez más, que un actor sea Hamlet”.

En esta línea, reflexiona Ajaka en que “si la antigua pregunta, tan vieja como el teatro, patrimonio de nuestra débil humanidad, encontrara la respuesta certera, habríamos dejado de persistir en el frágil juego de la representación”. Por eso, el intérprete, lejos de resolver el enigma, admite que sólo puede presumir “de haber hecho el gesto de hundirme en él, y desde allí, y para siempre, hacer el propio intento, mi versión, de dar cuenta del todo por una parte. Así a mí la parte que me toca: soy Hamlet, consciente de ser uno más, y ser yo mismo”.

De esta versión de Patricio Orozco, creador y director del Festival Shakespeare de Buenos Aires, aclara que si bien desliza la posibilidad de un cambio de perspectiva en la historia, en tanto se sugiere que el príncipe de Dinamarca podría ser hijo de Claudio, con quien Gertrudis se habría casado por amor y no obligada tras la muerte del Rey, él elige quedarse con otro planteo que posibilita esta puesta, y con la que se anima a trazar un paralelismo con la actualidad.

“Una lectura que a mí me gusta hacer es pensar en por qué Hamlet no derrama la sangre de Claudio. Me parece que es un gesto que dice ‘no más al ojo por ojo, diente por diente’. Encuentra una salida política a la venganza. Hay una modernidad en Hamlet en términos éticos, políticos y morales que me resulta muy interesante”, cierra.

“La atracción es inevitable, en tanto se te presenta la oportunidad de cotejarte con semejante personaje”

 

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Hamlet (ajaka) y Gertrudis (benedetto) en una escena trágica / s.b.

En su tercera experiencia shakesperiana, Alberto Ajaka es el príncipe de Dinamarca en una moderna versión del clásico que llega a La Plata / s.b.

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