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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Acción de gracias

DR. JOSE LUIS KAUFMANN (*)

16 de Junio de 2019 | 08:39
Edición impresa

Queridos hermanos y hermanas.

La vivencia de la Misa implica una respuesta al don divino de la fe recibido en el Bautismo y expresar su gratitud es una exigencia vital para todo cristiano que se esfuerza por ser coherente con la fe que profesa. La vida cristiana es un canto agradecido al Amor de Dios.

Como es lógico, después de la Comunión tiene lugar la acción de gracias, que primero es individual, mientras se canta y acompaña a los que también están comulgando. Luego puede hacerse un breve tiempo de silencio, para continuar el agradecimiento a Dios por el Don Eucarístico recibido, y sigue la oración conclusiva que pronuncia el sacerdote que preside la Asamblea y los ritos de despedida. Mientras los ministros se retiran del altar se entona un canto final.

Si bien la celebración litúrgica de la santa Misa ha terminado y la Asamblea fue invitada a irse en paz, todavía cabe un breve tiempo de oración personal para manifestar la gratitud y el compromiso de vivir lo que se ha celebrado, de modo que se prolongue el Misterio Eucarístico en las actividades domésticas y laborales.

El Papa Pío XII afirmaba que “se alejan del recto camino de la verdad los que afirman y enseñan que, terminada la Misa, no se debe prolongar la acción de gracias…” (Encíclica Mediator Dei, 152).

En efecto, la misma naturaleza del Sacramento reclama un breve tiempo de acción de gracias, a fin de que la compenetración del misterio vivido produzca los frutos de santidad en cada uno. Si bien ha terminado la Asamblea pública de la comunidad, nada impide ni exime para que todo cristiano, unido a Jesús, continúe en su interior la alabanza, “dando gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef. 5, 20).

“Por lo cual, si en todo tiempo hemos de dar gracias a Dios y nunca hemos de dejar de alabarle, ¿Quién se atreverá a impugnar o reprender a la Iglesia porque aconseja a los sacerdotes y a los fieles que, después de la Sagrada Comunión, se entretengan al menos un poco con el Divino Redentor, y porque inserta en los libros litúrgicos oraciones oportunas, enriquecidas con indulgencias, para que con ellas los ministros del altar, antes de celebrar y de alimentarse con el manjar divino, se preparen convenientemente y, acabada la Misa, manifiesten a Dios su agradecimiento?” (Pío XII, Encíclica Mediator Dei, 154).

La era neopagana en que vivimos, donde pareciera que no se ve más allá de la nariz y que no hay conciencia de tener un alma inmortal, en que se cuida a las mascotas y se descuida a los hijos, favorece la superficialidad en las relaciones interpersonales y descarta la dimensión sobrenatural de cada ser humano. En el neopaganismo no hay lugar para Dios ni tiempo para pensar en Él.

“Se alejan del recto camino de la verdad los que afirman y enseñan que, terminada la Misa, no se debe prolongar la acción de gracias…” (Encíclica Mediator Dei, 152)

 

El imperio del pecado en todos los órdenes obnubila y hasta enceguece a quienes limitan su existencia a lo material. Pero ¿qué sentido tienen sus vidas? ¿Para que viven? Todo indica que no tienen interés en ser felices.

Los cristianos que participamos habitualmente en la celebración de la actualización del Misterio Pascual de Jesús, en aras de la salvación de la humanidad, no sólo tenemos innumerables motivos para expresar nuestro agradecimiento a Dios por tantísimos beneficios recibidos durante nuestra vida, sino que también tenemos motivos para rezar por la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por la salud de los enfermos, por el triunfo de honestidad y de la justicia, por los familiares y amigos difuntos… No hagamos oídos sordos y seamos coherentes con nuestra fe.

 

(*) Monseñor

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