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Pablo Mira
www.eleconomista.com.ar
Hace unas pocas semanas, en algunos medios y redes sociales se discutía cual era la forma más justa de llamar a la compra de dólares por parte del público, cuya identificación técnica es Formación de Activos Externos. La versión indulgente de este fenómeno es “refugio del ahorrista”, mientras que la versión peyorativa es “fuga de capitales”. La primera echaría la culpa a una macroeconomía inestable y mal manejada por el Estado, mientras que la segunda le atribuiría una moralidad dudosa al sector privado.
Vale aclarar que en general la compra de dólares en Argentina no está relacionada con el ahorro de una manera tradicional, o al menos de la manera tradicional. En la conceptualización moderna, el ahorro se utiliza como un elemento “suavizador del consumo”, lo que significa que durante los tiempos buenos la gente ahorra más y en los malos ahorra menos, todo para mantener un estándar de consumo lo más estable posible.
Si bien es cierto que el argentino medio busca refugio para sus ahorros en el dólar, en general no lo hace para sostener un consumo constante. Cuando un ahorrista compra dólares tiende a guardarlos, básicamente porque tiene temor a venderlos demasiado baratos. Esta asimetría hace que el sector privado acumule dólares de manera casi ininterrumpida, y que la decisión de deshacerse de ellos solo se produzca ante eventos particulares.
En el corto plazo, un contexto que anima a vender dólares es una tasa de interés elevada. Esta es una estrategia por definición cortoplacista porque estos ahorristas no sueñan con ganar 70% en pesos, sino ganarlos en dólares. En otras palabras, están listos para volver a comprar divisas tarde o temprano. Esos ahorros tienen un objetivo de largo plazo en moneda extranjera, no en moneda local. Por eso, las estrategias puras de altas tasas sin intentar “desdolarizar” la economía terminan por gastar mucha pólvora sin resultados efectivos en el mediano plazo.
La historia argentina mostró pocos casos en los que los agentes se deshicieran de sus dólares ahorrados de manera más o menos permanente. Quizás el más recordado sea 2002, cuando tras una devaluación suculenta (muy superior a las que observamos en estos años), varios se convencieron de que el precio en dólares de los no transables en Argentina (inmuebles y servicios) se había abaratado a niveles absurdos. Esto convenció a los agentes de que los dólares debían utilizarse para gastar y dio lugar a una recuperación fuerte y sostenida. La evidencia sugiere entonces que solo un peso hiperdevaluado da lugar al “retorno de los capitales”. Pero si bien esta actitud duró un tiempo más, la memoria verde permaneció, y sin trabajar en la estabilidad nominal, finalmente esta obsesión retornó.
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Las dos etiquetas de la compra de dólares son útiles. Por un lado, el ahorrista elige cuidarse justificadamente de la inestabilidad del peso. Pero por el otro, el individuo observa un sesgo en su conducta que hace que las “fugas” sean mucho más comunes que los “comparecimientos”. Aunque podríamos usar otra expresión más precisa, la palabra “fuga” podría ser adecuada si, en lugar de aludir a la ética de la decisión, se refiriera a la baja probabilidad de que ese dinero retorne al circuito económico.
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