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EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES
El viernes era la final de Lucas Ocampos o de Lautaro Martínez. Ocampos venía siendo la mejor figura de la temporada en Sevilla, pero jugó lastimado los dos partidos finales y su nivel decayó. Lautaro, si bien más irregular, venía de jugar una semifinal notable para Inter, pero casi ni la tocó en la final que Sevilla terminó ganando 3-2 el viernes en Colonia, Alemania. Por eso, la figura argentina fue finalmente Ever Banega. Y hoy, la final de Champions de Lisboa (PSG-Bayern Munich), podría ser la consagración de Leandro Paredes, pero apunta más para Angel Di María, que la rompió en la semifinal contra RB Leipzig. Ocampos, Lautaro y Paredes son parte fundamental en el futuro de la selección argentina. Banega y Di María (aunque el segundo es muy querido por el DT Lionel Scaloni) son en cambio parte del pasado. No definitivo, claro, porque si el fútbol nos muestra todos los días algo, es que, mientras ruede la pelota, nada es definitivo. Lo saben PSG-Bayern Munich, animadores de la gran final esta tarde en Lisboa.
El propio PSG casi fue eliminado en su debut en la espectacular fase final de la Champions, cuando el modesto Atalanta lo tenía entre las cuerdas y cedió en el descuento (pobre partido allí de otro nombre futuro de selección, Mauro Icardi). Y el propio Di María estaba con un pie afuera de PSG cuando comenzó esta temporada. Ahí está ahora, como figura de una final histórica para el equipo parisino, formando trío notable con Neymar y Kylian Mbapé. ¿Y Banega? También él inició la temporada más afuera que adentro de Sevilla. Tanto que negocio su salida y acordó tres temporadas de contrato con el club árabe Al Shahab. La pandemia atrasó el cierre, Sevilla rogó a Banega que no se fuera y el ex Boca terminó siendo figura clave, ganador de tres de las seis Ligas de Europa ganadas por el club español.
Banega había sido figura ya en la semifinal que Sevilla ganó acaso injustamente a Manchester United. Los medios ingleses celebraron el “guante” en su pie derecho. “Masterclass”, lo felicitaron. “Si Banega juega bien Sevilla gana”, dijo el DT Julen Lopetegui, otro que también festejó revancha, porque es el técnico que fue duramente criticado y echado de la selección de España porque arregló con Real Madrid en pleno Mundial de Rusia. Real Madrid lo echó también a los pocos partidos. Lloró como pocos el viernes en Colonia después de ganarle a Inter. Tenía motivos. En el fútbol, como en la vida, nada tiene por qué ser definitivo. Allí está sino la crónica de la misma final del viernes. Una película de principio a fin. Y de las buenas. Final impredecible. Y “héroes” que terminan como “villanos”. Y “villanos” como “héroes”.
Cuando apenas iniciado el partido Romelu Lukaku impuso su tremenda potencia y provocó el penal que convirtió él mismo, el guión comenzaba a recordarnos la infancia difícil del pibe negro que sufrió racismo, la infancia pobre que incluía ratas en una vivienda que había perdido su única tele y dejaba al niño sin poder ver la final de la Champions, que sí habían visto en cambio sus compañeros de escuela. El pibe que se propuso hacer goles y goles para sacar a su familia de la pobreza. Y que no solo ya podía ver finales europeas, sin que las jugaba y las ganaba como goleador record de Inter. El villano perfecto era en cambio el zaguero brasileño de Sevilla Diego Carlos. Porque fue torpe su primer penal. Porque cometió otro que no fue sancionado y que podría haberle costado la expulsión. Y porque volvió a equivocarse en el segundo gol de Inter. Todo cambió en el final. Diego Carlos, lanzado al ataque, realizó una gran chilena en el área de Inter y Lukaku puso la punta del botín y terminó metiendo en su arco la pelota que se iba afuera. Diego Carlos “villano-héroe”. Y Lukaku “héroe-villano”. En el fútbol, dijimos, nada es definitivo.
¿Cómo no ilusionarse entonces con una gran final hoy en Lisboa? Hasta nos olvidamos que no hay gente en las tribunas. La UEFA y sus ruedas finales de copas europeas demostraron que, aunque los intereses sean poderosos (clubes que llevan invertidos más de mil millones de euros para ganar la Champions) se puede unificar un reglamento, resignar posiciones y adaptar el gran show a los tiempos de pandemia. ¿Acaso el poderoso City de Guardiola no habría tenido muchas más chances de ganarle al Lyon en partidos de ida y vuelta? Es cierto que las comparaciones suelen ser odiosas y que las realidades son completamente opuestas. Pero ese gran acuerdo europeo para salvar el espectáculo suena como imposible en nuestro fútbol que todavía busca cómo salvar la ropa, arriesgar lo menos posible y sacar en cambio la mayor ventaja. Los negocios que reabren estos días especialmente en Buenos Aires buscan cómo reconquistar al cliente. Nuestro fútbol, en cambio, abusa de la pasión. Estamos precisando hinchas unidos pero no para viajar a Mundiales, sino para defender el juego.
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