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Información General |EN EL JARDÍN DE LOS MINOLI

“El paso de los libres”: la fuga de película que ocurrió en pleno centro de La Plata

Fue uno de los escapes más espectaculares de la historia carcelaria. Sucedió en plena calle 1, donde estaba “La Penitenciaría”, cuando 33 presos aparecieron en el jardín de un vecino. Un descendiente de aquella familia recuerda lo que fue todo un suceso nacional

“El paso de los libres”: la fuga de película que ocurrió en pleno centro de La Plata
27 de Marzo de 2022 | 04:56
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Carlos Malpeli tiene 74 años, es agrimensor, y todavía recuerda en detalle un episodio ocurrido en su familia, inclusive antes de que él naciera, que sus padres supieron describirle muchas veces, casi como si se tratara de un cuento. Pero que fue algo tan real, que aquel episodio no solo conmovió a la Ciudad, sino que ocupó los espacios centrales de los medios más importantes del país. Porque fue esa, tal vez, la fuga más espectacular de la que se tenga memoria, la de un grupo de convictos que excavaron un túnel desde la cárcel de una celda ubicada en pleno corazón de La Plata, a pocos metros de la cancha de Estudiantes, hasta el jardín de la casa de su tío. Fue un episodio histórico que se conoció como “El paso de los libres”.

“Mi tía Rosa Malpeli Bazana, hermana de mi papá -cuenta Carlos- se había casado de muy joven con Plinio Minoli, un italiano que con su familia se había radicado en La Plata, y que junto a su hermano Herminio había montado un taller mecánico en la calle 56 entre 1 y 2, donde ahora se está construyendo un hotel, a metros de la cancha de Estudiantes, mientras Herminio tenía su casa sobre la calle 1, justo en frente de la que por aquel entonces era la Cárcel de Detenidos y Encausados que se levantaba en la calle 1 entre 58 y 59, frente a las vías del tranvía”.

“Los Minoli, Plinio y Herminio, eran mecánicos -describe Carlos-, dos genios que sin siquiera tener terminada la escuela primaria, eran brillantes. Plinio, por ejemplo, fue el inventor del cojinete de metal rosado, algo revolucionario para los motores que incluso patentó en Estados Unidos, y que lo llevó a convertirse en un industrial de los más importantes del país, como que junto a Herminio fundaron la empresa Indeco, que muchos años después, en 1962, vendieron a capitales de Estados Unidos, y que hasta el día de hoy sigue funcionando. Pero la historia que siempre se contó en la familia, más allá del éxito que alcanzaron aquellos hermanos, fue la fuga de los presos que terminaron su escape en la casa de Herminio, porque fue aquella una verdadera historia de película”.

Carlos Malpeli contó detalles de la historia, que pasa de generación en generación en su familia - La Penitenciaría que estaba en 1 entre 58 y 59

LA FUGA DE LOS 33

Aquel hecho al que refiere Carlos Malpeli, ocurrió en la madrugada del 12 de septiembre de 1932, cuando treinta y tres reclusos se fugaron de la vieja cárcel de la avenida 1 mediante un sofisticado túnel pergeñado durante varias semanas.

“La Penitenciaría”, como se llamaba popularmente desde su apertura en los años veinte a la Cárcel de Detenidos y Encausados que se levantaba en la calle 1 entre 58 y 59, ocupaba casi media manzana y estaba considerada como una prisión de baja seguridad debido a su arquitectura original, un enorme edificio con subsuelos que había sido construido como escuela de artes y oficios.

Sin embargo, pese a lo endeble de su seguridad, el lugar era el hogar forzado de asesinos y violadores de la peor calaña, como un tal Urbano Echaire, un presidiario que ostentaba la triste fama de haber matado a dos personas en la misma prisión luego de haber caído detenido por otro asesinato.

Aquella mañana del 12 de septiembre, el mecánico Herminio Minoli se preparaba para salir de su casa e ir a trabajar a su taller, pero en el jardín delantero, antes de llegar a la tapia que daba a la calle 1, encontró una montaña de tierra húmeda y una pila de ropa sucia que se amontonaba a su lado. Se acercó asombrado y comprobó que la tierra provenía de un pozo que continuaba en las profundidades en lo que parecía ser un túnel.

En ese instante, Herminio lo entendió todo. Cruzó corriendo la avenida 1 y dio aviso en la cárcel. Eran poco más de las siete de la mañana cuando los guardias descubrieron la fuga y comprobaron que el túnel de casi cien metros de largo conectaba el pabellón número seis de la prisión con el jardín de la casa de enfrente, la de Herminio Minoli.

En realidad, según consta en las crónicas policiales de la época, los guardias lo supieron un rato antes, cuando fueron a despertar a los reclusos y vieron que ninguno se movía. Y es que todos “los presos” de ese pabellón eran en realidad muñecos hechos con ropa vieja y colocados cuidadosamente de modo tal que parecieran figuras humanas. El trabajo de los reos había sido tan meticuloso y detallista que, según se sabría después, utilizaron cabellos reales para tapar las cabezas de tela.

“Un primo mío, Jorge Minoli, hijo de Pedro, el otro hermano de Plinio y Herminio que no se dedicaba a la mecánica -cuenta Carlos Malpeli- siempre me contaba que su padre había guardado los diarios de la época en los que se contaba que los 33 presos que se escaparon de la cárcel salieron por el jardín de la casa del tío Herminio, quien contaba que en la noche del 11 de septiembre había oído ruidos a los que les restó importancia porque pensó que era algún borrachín que andaba caminando por la calle haciendo lío y se había vuelto a dormir. Pero cuando se levantó y salió al patio que daba a la calle, se encontró con una pila de tierra y un montón de ropa sucia, y tardó en reaccionar, hasta que se dio cuenta de que lo que estaba viendo era la salida de un túnel que daba justo en el jardín de su casa, tras lo cual cruzó corriendo hasta el penal y avisó a los guardias lo que había encontrado. Herminio le había contado a su familia que a eso de las cuatro de la madrugada de aquel 12 de septiembre había escuchado algunos ruidos en el jardín, y que, muy asustado después de comprobar lo que había pasado, decía “ni quiero pensar lo que me hubieran hecho si salía a ver”.

Los rostros de algunos de los reclusos que escaparon de la penitenciaría que estaba ubicada en 1 entre 58 y 59

UNA OBRA PERFECTA

Lo más llamativo era la obra que había permitido el escape. Se trataba de un túnel de una ingeniería admirable. El camino subterráneo pasaba por debajo de distintas dependencias y oficinas carcelarias para desembocar en el jardín de Minoli, y tenía en todo su recorrido un tendido de candiles minuciosamente instalados que daban luz de una punta a la otra del trayecto. Según lo que informaron las propias autoridades carcelarias en su momento, el boquete de entrada se había hecho con un cortafierros en el piso de hormigón del pabellón seis, y tenía una profundidad de 1,5 metros. Desde allí se accedía al camino subterráneo, el cual estaba iluminado en todo su tramo porque los reclusos lo habían ido construyendo durante las horas de la noche.

En el túnel dejaron un cartel escrito a mano que decía “Paso de los libres”

El túnel había sido planificado y llevado a cabo durante semanas, tal vez meses, y para concretar su excavación los reos se valieron de cucharas, barretas y ollas para sacar la tierra, además de procurarse fuelles para ir renovando el aire durante las horas de trabajo.

“Es una obra magistral”, había reconocido en su momento Aurelio Smith, uno de los cabos de Bomberos que se hizo presente en el lugar luego de conocido el escape.

Es que cuando los guardiacárceles empezaron a registrar las celdas, vieron que debajo de una cama estaba escondida la entrada a un túnel que tenía unos 90 metros de largo, cruzaba por debajo del baño de la prisión, seguía bajo unas oficinas, salía a la calle, y ahí encaraba directo hasta la casa de Minoli, donde hicieron la salida.

El pasaje no era recto, sino que su trazado tenía forma de una S alargada. Dentro del edificio de la cárcel el túnel era zigzagueante, porque evidentemente los reclusos no sabían muy bien para dónde estaban yendo. Recién cuando se salía al nivel de la vereda había un pequeño ventiluz que daba a la calle. De allí se dedujo que, cuando pudieron sacar la cabeza, vieron hacia dónde tenía que apuntar el túnel para salir derecho hacia el patio de Minoli, que era la única casa que tenía un jardín en la vereda de enfrente. Por eso el túnel mostraba una curva que, al llegar a la vereda, conducía directo al jardín de Herminio Minoli.

Al poco tiempo del escape hasta el último de los reclusos fue recapturado

“En casa siempre contaban que aquella noticia fue tema nacional durante varias semanas -recuerda Carlos Malpeli- y que el boquete de entrada se había hecho con un cortafierros en el piso de hormigón del pabellón seis y tenía una profundidad de 1,5 metros. Fue una anécdota familiar muy conocida. Mi tío tenía en ese entonces el taller mecánico en 56, que después fue un taller de rectificación de motores, y con el tiempo dio lugar a la fábrica Indeco, que montaron en el camino General Belgrano a la altura de Gonnet”.

IRONÍAS, BROMAS Y RECAPTURA

Además de la astucia demostrada por los reos para pergeñar y construir aquel túnel, también dejaron sentado que no les faltaba buen humor. Es que en el mismo túnel por donde habían escapado, antes de llegar al final del trayecto, dejaron un cartel escrito a mano que decía “Paso de los libres”.

No fue la única burla, ya que antes de abandonar el pabellón 6 donde estaba hecho el boquete, los reclusos se habían hecho del tiempo suficiente para colgar otro cartelito en el que se podía leer “Se algila”.

Nunca se supo si aquel sarcasmo fue un error ortográfico, o si, como se usaba en el lunfardo de aquella época, los reos quisieron resumir en la inventada palabra “algila” la idea de una celda que quedaba vacía y se podía alquilar, con la de tomar por “giles” a los guardias que nada pudieron hacer para evitar semejante fuga.

El recorte del diario EL DIA donde se contaba la historia del escape de los reclusos de la penintenciaría

Otro de los hechos que demostraron el ingenio de aquellos reos, se descubrió cuando los guardias fueron a ver aquella mañana de septiembre las camas de los reclusos, y se encontraron con el chasco de que en los camastros solo había muñecos hechos con trapos, a los que los presos les habían puesto sus propios cabellos para engañar por completo a los guardias.

Sin embargo, tamaño ingenio para perpetrar la fuga no se condijo con la poca lucidez que demostraron para esconderse una vez que concretaron el fantástico escape, ya que al poco tiempo hasta el último de los reclusos fue recapturado.

Los primeros tres fueron encontrados a las pocas horas en Berisso, cerca de la playa Bagliardi y hasta algo alcoholizados. Otros aparecieron luego en una zona de Ensenada que por aquellos años estaba ganada por los pastizales y se la consideraba selvática. Y al mes y medio terminaron de recapturar a los últimos reclusos que seguían en libertad.

En tanto, aquella cárcel que se levantaba sobre la calle 1 conocida como “La Penitenciaría” y que antes había sido una escuela de Artes y Oficios a la que habían tenido que reformar para que cumpliera su nuevo propósito -de hecho las celdas eran aulas a las que le habían agregado barrotes- duró pocos años más y terminó cerrando una vez demostrada su fragilidad.

“Todo esto que parece salido de una película de Hollywood ocurrió en realidad -dice Carlos Malpeli- y sucedió en La Plata. Es una historia que en mi familia se transmite de generación en generación, la del tío Herminio al que le apareció una banda de presos en el jardín de su casa, en lo que fue una verdadera fuga de película, aunque aquellos hermanos se destacaron también por muchas otras cosas, como el auto anfibio que desarrolló Plinio y que probaron con éxito en el lago del Bosque, aunque esa ya es otra historia”.

 

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