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Milagros Gismondi
eleconomista.com.ar
“Nada más progresista que bajar la inflación”. Eso decía, allá por 1989, Juan Carlos Torre, funcionario y miembro del equipo económico de Juan Sourrouille -ministro de Economía alfonsinista-.
Lamentablemente, estamos en una situación similar: la pobreza alcanzó al 39,2% de la población en el segundo semestre de 2022 y, así, se dio algo inédito en las últimas dos décadas: que aumente la pobreza con la economía y el empleo (precario, pero empleo al fin) creciendo.
Esta excepcionalidad tiene una explicación: con la inflación arriba del 100%, no hay ingresos que alcancen. Por eso es que hoy no hay nada más progresista, como hace 35 años, que bajar la inflación y estabilizar la economía. Esto implica superar los desbalances macroeconómicos que se debaten en un “lenguaje” difícil, pero que terminan pagando siempre lo más vulnerables.
Cada 6 meses el Indec publica los datos de pobreza y nos alarmamos con los números (39,2% de la población es pobre, ¡54%! de los niños, 45% en el conurbano bonaerense, hay hoy 2,3 millones de nuevos pobres con respecto a 2019, por decir los más preocupantes), pero luego esta noticia se mezcla en la vorágine de la macroeconomía local que no da respiro.
De hecho, al día siguiente de que nos alarmamos, se siguen tomando medidas que agrandan el déficit (que en el primer bimestre fue el mayor desde 2015: 0,3% del PIB), que amplían la emisión monetaria, que alimentan la inflación y, por ende, que aumentan la pobreza. Y así entramos en un loop que no relaciona causa y efecto: sin equilibrio fiscal ni crédito, el gasto se financia con inflación.
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De hecho, aunque lo veamos publicado recién en septiembre, la pobreza está aumentando y llegaría al 42% en el primer semestre de 2023, tanto por la caída en el nivel de actividad económica como por la aceleración de la inflación (la Canasta Básica aumentó 16,1% en solo dos meses).
Es hora de que empezamos a entender que la política económica y la social son dos caras de un mismo proceso. La estabilidad económica y el orden fiscal son la base de cualquier proceso de crecimiento y desarrollo. Sin eso, no se puede.
Con 100% de inflación no hay manera de combatir la pobreza: es imperioso que el objetivo de primer orden de cualquier gestión se centre en el combate contra la inflación. Si seguimos así, no habrá proceso de desarrollo que deje de excluir a más argentinos.
Pero ese objetivo no puede ser declarativo (”comenzaremos una guerra contra la inflación”), tiene que ser real, con un programa integral que parta de la base de que no podemos seguir siempre gastando más de lo que ingresa, con un déficit fiscal crónico financiado con emisión inflación; porque no podemos seguir con las mismas reglas de una economía que está estancada y que no funciona hace, mínimo, diez años.
Si queremos torcer el rumbo de deterioro social y económico es necesario que se terminen los privilegios (hay de los más diversos) y tengamos una arquitectura económica que promueva el empleo, la integración con el mundo, que sea más simple encarar un negocio y que nos permita poner nuevamente en el mapa. En definitiva, que tenga como objetivo generar empleo y divisas, necesarios para la sustentabilidad social y macroeconómica.
También hay que reformular las políticas sociales: ya quedó demostrado que no es con más gasto financiado con inflación como se solucionan los problemas. Menos con gasto superpuesto entre niveles de gobierno (Nación, provincias, municipios) y que genera desincentivos a la productividad. No se puede seguir con la lógica de dar todo a todos sin priorización, porque al final eso termina desapareciendo mediante la inflación (peor en el caso de los más vulnerables). Hay que ir hacia una política social que genere oportunidades productivas en los sectores más marginados. La política social y la política económica tienen que estar diseñadas en conjuntamente e ir en la misma dirección.
No será fácil, pero negando los problemas o ignorándolos los 363 días que no está el dato de pobreza en la tapa de los diarios no se va a solucionar nada. Esta realidad social que nos interpela no es algo coyuntural, ya llevamos casi 4 décadas (desde la recuperación de la democracia) con una pobreza promedio del 36% de la población, no pudiendo nunca bajar del 25% de la población. Es decir, 1 de cada 4 argentinos es pobre hace más de 40 años.
Tampoco es una realidad regional. Más bien, todo lo contrario: entre 2011 y 2020, usando una medición comparable del Banco Mundial, Brasil redujo la pobreza en 9 p.p., Bolivia en 6, Paraguay en 5 y Uruguay en 1, pero en Argentina aumentó la pobreza en 7 p.p.
Tenemos que dejar de ir a contramano del mundo, no por dejar de ser el “bicho raro” (ya no quedan países con 100% de inflación prácticamente), sino porque la mitad de los niños que hoy son pobres se merecen un futuro mejor.
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