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Ignacio Hutin
eleconomista.com.ar
Primero fue un virus desconocido en Asia, después hubo controles, contagios, cierres. Luego hubo vacunas y, de a poco, aquella extraña pandemia que obligó a cambiar los modos de vida de casi toda la humanidad, empezó a terminar. Hoy quizás parezca lejano, pero el coronavirus y la emergencia sanitaria obligaron a una adaptación y una reconversión que estuvo lejos de ser la ideal.
Un ejemplo claro es la industria de la tela no tejida, que se utiliza para fabricar, entre otros productos, material descartable hospitalario, como barbijos. Todo el planeta necesitaba esa tela, todo el planeta reclamaba esos barbijos. Y no fueron pocos los que, desde Argentina, invirtieron en nueva maquinaria, aun cuando los precios hubieran aumentado notablemente por la alta demanda global, e incluso cuando, en muchos casos, las inversiones provinieran de empresas no ligadas al rubro hospitalario o textil. Pero en la pospandemia, aquella inversión inicial queda en la nada.
Yeal Kim era presidente de la Fundación ProTejer hasta 2022 y calcula que, a partir de la pandemia, ingresaron al país unas 40 máquinas para fabricar barbijos. “La gran mayoría de los que compraron no eran del rubro. Sólo trajeron las máquinas por desesperación, porque nadie sabía qué iba a pasar y porque había que hacer algo. Se cuadruplicaron los precios y había que importar por vía aérea, que salió una fortuna. Pero después, hace algo más de un año, empezó a mermar la pandemia, mermaron las ventas y ahora la mayoría de estas máquinas están paradas”, dice y agrega que él compró dos máquinas y que planea venderlas.
Hasta diciembre de 2019, este tipo de maquinaria costaba entre US$ 25.000 y US$ 30.000, pero para 2020 aumentó a entre US$ 100.000 y US$ 120.000. La mayor parte ingresó al país entre mayo y junio de ese año, cuando la cuarentena estricta llevaba ya más de dos meses y la demanda era muy alta. Pero la puesta en marcha, la falta de experiencia y, en algunos casos, las condiciones en las que llegó el material significaron más demoras.
Ese fue el caso de TN&Platex. “Vinieron 2 máquinas muy mal de China y las dejamos perfectas. Incluso en ese momento no funcionaban bien los sonotrodos, los soldadores por ultrasonido, y terminé hablando con INVAP que nos ayudó con unos técnicos a distancia. Creo que fue útil en un momento, no sólo para abastecer porque la Argentina lo necesitaba, sino también para mantenernos ocupados. Y no fue rentable, pero tampoco perdimos plata. Pero la realidad es que, desde el punto de vista de la facturación, dejó de ser significativo para nuestra empresa”, explica Tomi Karagozian, CEO de la firma.
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Por otro lado, aún con la llegada de estas máquinas al país, la materia prima era escasa tanto a nivel local como internacional. Para cubrebocas sencillos, se utilizaba tela no tejida de tipo Spunbond, a base de polipropileno. De los diez fabricantes de este tipo de material que hay en el país, cuatro se incorporaron a partir de 2020. Los que vendían tela durante y a partir de la pandemia, hoy están volcados particularmente al mercado de confección de bolsas ecológicas, lo que significa que las líneas continúan produciendo con normalidad.
Pero el mercado se saturó pronto y la demanda está lejos de ser la misma que entonces, cuando las empresas locales llegaron a exportar incluso a China. Según Sergio Dobarro, vendedor de Scalter, una de estas fábricas, la venta cayó a entre 50% y 60%, tanto por la menor demanda como por la mayor oferta.
Por otro lado, para barbijos y otros descartables quirúrgicos, se utiliza una tela triple capa denominada SMS, que sólo fabricaban tres firmas en el país entonces y hasta hoy. No se sumó nadie.
Pero el caso es distinto en cuanto a las máquinas de descartables de cirugía: esas inversiones quedaron en la nada y hoy la mayoría acumula polvo.
Desde New Textile Company, el gerente comercial Sebastián Castagnaro cuenta que nunca antes había comercializado productos terminados y que su empresa empezó a producir barbijos en septiembre de 2020 y hasta mediados de 2021.
“Me fui metiendo en el rubro, pero nunca llegó a ser el negocio que esperábamos. De hecho, hace 8 meses que está parada la máquina. Está empacada para venderse porque no es nuestro rubro. En su momento lo vimos como un buen negocio, mi conclusión es que uno debe meterse de lleno en algo que mínimamente conozca y no hacer una inversión grande en un rubro que no conoce”.
Estas máquinas podrían haberse utilizado para agradar el mercado o incluso para exportar, pero nadie logró capitalizar esa inversión pasada la pandemia. Según Castagnaro, “quizás nos faltó más hambre. Si hubiéramos tenido unos vendedores que traccionaran el negocio con más ganas, quizás hubiéramos podido mantenerlo en el tiempo. También intentamos exportar a Uruguay y a Chile, pero compraban mucho más barato, casi a nuestros costos”. Kim, en cambio, cree que simplemente se debió a que el mercado local es pequeño en circunstancias normales y que “hay jugadores que tienen más know how, no tenía sentido seguirlo”. Respecto a la posibilidad de exportar, dice que es “inviable con todos los impuestos que tenemos, termina siendo más caro”.
Por una u otra razón, al menos en cuanto a producción textil, la pandemia fue tan sólo un desafío incómodo con el que se lidió a través de estrategias cortoplacistas. El desconocimiento, la desesperación y la altísima demanda conjugada con escasez a nivel global derivaron en reconversiones productivas de emergencia que en su momento sirvieron para, en parte, ayudar a mitigar los efectos del virus.
Pero hoy, que ya casi nadie usa barbijo en la vía pública, cabe preguntarse si la experiencia sirvió de algo. No en términos filosóficos o metafísicos, sino en un sentido productivo. Esas decenas de máquinas que entonces se pagaron hasta cuatro veces más de su valor original, hoy no sirven de nada. Y no porque se trate de tecnología obsoleta, sino porque la falta de planificación en un marco tan particular implicó decisiones demasiado apresuradas.
Puede verse como un mero riesgo empresarial que habrá resultado más o menos exitoso según el caso. Pero en un país en el que las inversiones productivas industriales no abundan, y menos aun cuando se trata de alta tecnología y relacionada a la salud, resulta penoso que todas estas máquinas no puedan utilizarse para nada. Especialmente en un escenario de falta de dólares, cuando podría ampliarse la exportación y el ingreso de divisas.
Por otro lado, la experiencia puede servir para entender las necesidades de plantear estrategias de inversión incluso en circunstancias tan adversas y excepcionales. Como para que el esfuerzo que implica la importación de tecnología, tanto para el particular como para el Estado, no quede en la nada.
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