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Toda la semana |LA VIDA SECRETA DE LOS CHICOS QUE FUERON REYES, ENTRE DEBERES Y SUEÑOS INFANTILES

Realeza: infancias coronadas por niños de las monarquías europeas

La historia y actualidad de los menores que llegaron al trono, desde los primeros días de Alfonso XIII hasta las generaciones recientes. Un viaje por las vidas de los herederos de cada familia

Realeza: infancias coronadas por niños de las monarquías europeas

La reina Guillermina de los Países Bajos / Web

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

27 de Agosto de 2023 | 09:35
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“¡Tenemos la menor cantidad posible de rey, pero tenemos rey!”. Era el atardecer del 17 de mayo de 1886 y así anunciaba el presidente de España el nacimiento de un niño que en el mismo instante en que salió de la panza de su madre fue proclamado rey. Estamos hablando de Alfonso XIII, bisabuelo de Felipe VI y tatarabuelo de Leonor, la futura reina de España.

Alfonso XIII y su madre / Web

Hasta el siglo XVII era bastante común que, por muerte temprana del progenitor o por acuerdos políticos, el cargo de rey fuera ejercido por menores de 12 años. Así como era común la concertación de matrimonios cuyos contrayentes debían esperar a alcanzar la pubertad para consumar el matrimonio. De hecho, la adolescencia como tal no existía y a muy temprana edad los niños y niñas tanto plebeyas como nobles asumían funciones de responsabilidad.

Pero cuando nació Alfonso, casi en el siglo XX, ya no era una práctica común y empezaban a delinearse las leyes que protegían a la infancia. Por eso queremos evocar en este mes especial en que se celebra el Día de la Niñez a aquellas personitas que jugaron con condecoraciones y espadas en lugar de trencitos y que aprendieron a sentarse en un trono antes de caminar.

La princesa Amalia a los 8 años con la tiara de rubíes de su madre, Máxima / Web

Alfonso XII, padre de “la menor cantidad posible de rey”, no había tenido suerte en su primer matrimonio ya que su adorada esposa había fallecido a los pocos meses de casados. Como buen Borbón, era un joven impetuoso y ante la viudez ¿qué mejor remedio que la lujuria? Un tiempo anduvo de noche en noche hasta que le recordaron que era rey y, como tal, debía casarse y dar descendencia legítima al reino de España. Cualquier joven princesa estaba bien para el rey siempre y cuando fuera de alcurnia y más o menos presentable. Sin prestar demasiada atención a los retratos que le mostraban, eligió a la princesa María Cristina de Habsburgo porque era católica, medio pariente e hija y nieta de mujeres muy fértiles. Se casaron en 1879 y, aunque nunca hubo amor, lograron algún tipo de entendimiento en la cama porque muy pronto ella quedó embarazada. Lamentablemente fue una niña y del siguiente parto, otra niña. Crista, como le decían a la reina consorte, adoraba a sus hijas pero era consciente de que, a pesar de estar habilitadas para reinar, no era la mejor opción para España. Ya la derogación de la ley que impedía reinar a las mujeres había provocado una guerra y nadie quería pasar por lo mismo. Era una cuestión de estado lo que sucedía en el lecho de Alfonso y Crista y, les gustara o no, debían seguir buscando el ansiado varón. En 1885 quedó embarazada nuevamente casi con el último suspiro de su marido, quien fallecería de tuberculosis a fin de ese año. La lógica era proclamar reina a su hija mayor pero la reina viuda se opuso. Prefirió esperar y, a falta de ecografías, confió en su instinto: el feto que llevaba en el vientre iba a ser varón. Y tuvo razón.

Está de más decir que Alfonsito fue el niño más mimado del universo. Después de él, el abismo. Así que sus tías, sus hermanas y su madre lo tenían entre algodones. Le exigían que hiciera deportes, pero suaves; debía estudiar idiomas pero, como no le gustaban, con lo básico alcanzaba, y, en cuanto al estudio, tampoco le exigían demasiado. Fue educado por un grupo de sacerdotes y militares que, dentro del palacio, le pintaban el mundo de los colores que Alfonso quería ver y entre ellos y su familia le hicieron creer que siempre un rey, sea del tamaño que sea, tiene razón y puede hacer lo que le da la real gana. Nada deseaba más su madre, que fue regente mientras Alfonso era menor, que entregarle el trono pero, aún con buena intención, no supo prepararlo y su gestión como rey tuvo más sombras que luces y acabó en el exilio.

Estela de Suecia / Web

Mientras, en 1880 en La Haya, había nacido una niña fruto del matrimonio del rey Guillermo III de los Países Bajos y de la reina Emma. Quiso el destino que cuando tenía 10 años falleció su padre y la princesa se convirtió en reina. Contrariamente a Alfonso, Guillermina fue educada con el concepto de que reinar es servir. Y hay una anécdota que lo refleja: una mañana, mientras veía por la ventana del palacio a la multitud que había ido a saludarla preguntó “¿Todos esos súbditos me pertenecen? “ a lo que su madre respondió “No, querida, tú le perteneces a ellos”. La pequeña Guillermina entendió el concepto y su comportamiento en épocas de guerras y en épocas de paz es aún reconocido en los Países Bajos de los que fue reina por casi 58 años.

 

La adolescencia como tal no existía y a muy temprana edad asumían responsabilidades

 

Quien algún día ocupará su lugar ya no es una niña pero desde su nacimiento tiene marcado su destino y, aunque sus padres han tratado de darle una infancia lo más “normal” posible, nacer en un palacio y que tus padres o abuelos sean reyes no le pasa a los “normales”. Un video de cuando Amalia, la princesa de Orange, tenía ocho años nos da la pauta de la diferencia: mientras que la mayoría de las niñas juega a armar pulseritas de plástico ella se “disfrazaba” de reina y se miraba al espejo con la histórica tiara de rubíes que estaba en el vestidor de Máxima, su madre, lista para ser usada. “Me encantan las tiaras” confesó así como nuestra vecinita puede decir “Me encantan las barbies”.

Hoy no hay niños reyes pero sí algunos que están muy cerca del trono. Tanto que desde muy temprana edad participan de actos y hasta visten uniforme. Su Alteza Serenísima, el príncipe Jaime de Mónaco, marqués de Baux, es un ejemplo. Como hijo varón y heredero de su padre, el príncipe soberano Alberto de Mónaco, ya lo hemos visto de punta en blanco y marcando tendencia, como buen Grimaldi, en casi todos los actos importantes del principado. Seguramente para él y para su hermana melliza, Gabriela, es un juego. Pero Jaime siempre tiene un gesto un poco más serio como si fuera consciente desde pequeño del papel que desempeñará en unos años. La de ambos es una infancia llena de privilegios pero nada ni nadie les ha podido evitar el sufrimiento de ver como Charlene, su mamá, debía recluirse para reponerse de la enfermedad que la aquejaba. En ese tipo de penas no hay diferencias, se tenga sangre azul o roja.

El príncipe Jaime con su padre, Alberto de Mónaco / Web

En el Reino Unido los ojos están puestos en tres niños traviesos que tienen cada vez un papel más protagónico en las apariciones de los Windors. Se trata de Jorgito, Carlota y Luis, los hijos de los príncipes de Gales. Será el mayor quien alguna vez asuma el trono como Jorge VII y eso se nota. Mientras que el pequeño Luis es travieso e inquieto y su hermana una pequeña influencer que agota al instante los anteojos de sol que usa, Jorgito, que acaba de cumplir diez años, ya lleva traje, solo sonríe cuando es necesario y parece alejado de toda frivolidad. Como su padre y como su abuelo, el rey Carlos III, sigue las enseñanzas de Isabel II: puertas adentro “somos una familia como cualquier otra” pero “nunca mostramos emociones en público”.

 

Hasta el siglo XVII era bastante común que el cargo de rey fuera ejercido por menores de 12 años

 

En Luxemburgo el heredero del heredero es el príncipe Carlos de tan solo tres años. Por ahora, juega y ríe sin sospechar que el guión de su vida ya está escrito.

En cambio en Suecia, la heredera de la heredera tiene clarísimo su papel en la familia. La princesa Estela tiene 11 años y con solo tres participó de su primer acto oficial. De la mano de su abuelo, el rey Carlos Gustavo o de su madre, la princesa heredera Victoria, en sus primeros años de vida fue todo sonrisas. Se ve que tantas fotos torcieron su paciencia porque tuvo un período, ya entrando en la pubertad, que se le notaba el hartazgo. Tendrá que acostumbrarse porque la baja popularidad de su abuelo se debe, precisamente, a la poca alegría que prodiga en sus apariciones públicas.

El príncipe Carlos de Luxemburgo / Web

Hoy todos los hijos de la realeza tienen una educación esmerada y sus padres lo protegen tanto como pueden. La prensa juega un papel fundamental en la privacidad (o no) de estos niños aunque, en general, los respetan y no suelen invadir su privacidad. Solo los vemos cuando sus padres quieren y en un ambiente controlado. Eso no evita la polémica cada vez que aparecen noticias de ellos. ¿Son felices? Pobrecitos, dicen algunos. Vidas llenas de privilegios, dicen otros. Y todos tienen razón. A veces pasan años hasta que pueden expresar lo que vivieron en su infancia. Sin ir más lejos Harry y Guillermo, los niños dorados de los 80, tuvieron que esperar a ser hombres casados de casi 40 años para expresar como pudieron, con rebeldía o en silencio, la montaña rusa de vivencias en la infancia.

De la experiencia se aprende y, aunque cometerán otros, los padres reales del siglo XXI están dispuestos a no cometer los errores del pasado. Los chicos no nacen con manual ni siquiera en la realeza. Pero sí con capacidad de dar y recibir amor que es, en definitiva, lo que cuenta.

Jorge de Gales, futuro rey de Inglaterra / web

 

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