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Miles de personas buscaron afanosamente a esos seres fabulosos. La prensa nacional se acercó a La Plata: “Seguime Chango, seguime”
Recortes de crónicas del Diario EL DIA
Corría fines de noviembre de 1983, eran los últimos días de clase y en diciembre asumiría la presidencia el electo Raúl Alfonsín, consagrándose así el retorno del sistema democrático al país. En esas jornadas ya casi festivas ingresó una docente a la redacción de EL DIA y dijo que “de esta cartera que tenía sobre el escritorio del aula, salieron dos enanitos verdes… los vimos todos”.
Ese fue el comienzo de una historia que convulsionó al país por varias jornadas. Desde la redacción se llamó al entonces ministerio de Educación bonaerense, para averiguar si esa mujer era efectivamente maestra. A los pocos minutos llegó la respuesta: no sólo era maestra sino que también tenía un cargo directivo.
Diez días después miles de personas buscaban enanitos verdes en la zona de Villa Montoro, en donde según la suma de testimonios habían sido vistos por decenas de respetables vecinos.
La llegada del periodismo nacional potenció la noticia. “Seguime Chango, seguime…”, le decía el emblemático locutor José de Zer a su camarógrafo, tratando de cazar imágenes de los pequeños personajes. La gente devoraba noticieros, diarios y revistas.
Eran como los de los cuentos, unos seres de escaso tamaño que vestían de verde y por consiguiente se escondían fácilmente en cualquier masa forestal. De Zer levantaba ramas y exploraba en arbustos, con el Chango detrás.
“Un policía incluso apareció en la comisaría pálido, y dijo haber sido mordido por un enanito verde. En un kiosco, empezaron a vender muñequitos de “Luciano, el marciano”. Y hasta un grupo de científicos suecos que trabajaban en el Instituto de Ovnilogía llegaron a la Ciudad para investigar, según recuerda Ramón Tarruella en su libro “Mitos y leyendas de La Plata”.
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La primera crónica de El DIA salió publicada el 1 de diciembre. Allí se dijo que varios chicos aseguraron haber visto a estos seres a fines de noviembre “y el primer caso documentado tuvo lugar el viernes 25. Ese día, un nene de 12 años vio cerca de las nueve de la noche, junto a un árbol seco, a “un enanito parado; como un enano de jardín, solo que éste se movía. Era verde, un poco más claro que el pasto. Cuando empezó a moverse hacia mí salí corriendo, di un pique como de cuatro cuadras”. Al día siguiente la que vio a un ser “verde musgo” fue una joven de 24 años. Oyó risas “como de niños”, se asomó y aseguró que “detrás de un arbusto vi asomarse una cosa muy pequeña, del tamaño de mi hijo de 16 meses”.
“Con el correr de los días aparecieron más testimonios y la zona de las manifestaciones de los enanitos se fue haciendo cada vez más grande. Un chico aseguró haber visto uno a unas cuadras de su casa en Villa Montoro. Otro nene contó haber divisado a uno de estos seres “muy chiquito, verde y con escamas” descolgarse de un árbol, cuyo tronco apareció lleno de marcas”, decía esa crónica.
El puntilloso cronista de EL DIA señaló: “Las denuncias sobre las apariciones de enanitos verdes se acotaban al barrio de Villa Montoro, a unas 50 cuadras del centro de la ciudad. Decían que desde los pastizales le salían al cruce a vecinos y vecinas en un amplio abanico de edades y condiciones y en un área entre las calles 1 a 122 y de 95 a 98”.
En algunas de esas jornadas decenas de vendedores ambulantes se instalaron en Villa Montoro para atender las demandas alimenticias y de otra índole formuladas por los miles de visitantes que buscaban encontrar enanitos verdes.
El cronista consultó a un comisario de la zona y la respuesta resultó sorprendente: “Mire, lo único que le puedo decir es que tengo a uno de mis mejores oficiales desde hace 10 días con carpeta médica porque dijo que se le apareció un enanito verde. Yo no creo ni dejo de creer pero a mí de la Unidad Regional me preguntan todos los días si el tipo está loco, si chupa, si tiene algún problema y yo les digo que no, que es un excelente policía, un buen padre de familia y que acá, sus compañeros, lo quieren todos”.
Mientras tanto, si alguien se ponía a ver “Nuevediario”, veía cruzar la pantalla a De Zer que iba corriendo a alguna parte, micrófono en mano y reiterando “Seguime Chango, seguime”, en busca de enanitos verdes. El camarógrafo que obedecía y que hacía equipo con De Zer en los 80 y 90 era Carlos “Chango” Torres, que murió hace algo más de una década.
Ellos corrían detrás de los gnomos invisibles y no los alcanzaron nunca, pero sí tocaban el piso de 45 puntos de rating cada noche. El “Chango” contó que “De Zer jadeaba como loco porque fumaba a morir y entonces, cuando corría, acercaba el micrófono a su boca para que se escuchara ese jadeo que daba sensación de miedo… Aprovechaba todo”.
Recibieron un día una llamada de un platense que les dijo que tenía fotos de los enanitos verdes. Contó entonces “Chango” que fueron a la casa de ese platense y que las fotos eran de un pozo con dos o tres enanitos verdes que miraban desde el fondo. “La historia era buena, pero las fotos eran impublicables”, dijo el “Chango” que, si bien no lo dijo, dio a entender que podrían ser muñecos de juguetería. Entonces tramaron una estrategia para hacer una nota de noche con ese platense arrimándose al pozo.
Decidieron llevar péndulos cerca del pozo para observar qué tipo de atracción magnética había por la zona. “Ya en el lugar comenzamos a caminar. Para crear más tensión le pedí al hombre que apagara la luz y filmé el péndulo que se veía a través de la linterna. Caminamos dos pasos, se perdió la linterna y el tipo se cayó accidentalmente dentro del pozo. Entonces comenzó a gritar “Me atrapa. Me lleva. El pozo me traga.... Mientras tanto, De Zer decía “atención, hay una atracción magnética” y entre todos hacíamos como que tratábamos de sacarlo”. Desde entonces y, por varias semanas, peregrinó por el magnético pozo todo tipo de gente”.
Un pequeño paso entre la realidad y la ficción. La sociedad necesitaba distraerse también, después de tantos años oscuros. Se le buscaron otras alternativas imaginarias a la de los enanitos verdes, como aquella que anunció que un grupo de ellos había decidido emigrar de Villa Montoro y dirigirse a Gorina, para trabajar allí en la cosecha de la frutilla. “Comían y ganaban buen dinero”, se alcanzó a decir en una crónica.
Se sabe bien: las leyendas, los mitos, así como aparecen un día, al siguiente desaparecen. De pronto Villa Montoro recuperó su normalidad y los enanitos verdes viajaron hacia el olvido.
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