Día de la Niñez: en tiempos de pantallas y diversidad, el inalterable disfrute de jugar

“La ocupación favorita y más intensa del niño es el juego. Acaso sea lícito afirmar que todo niño que juega se conduce como un poeta, creándose un mundo propio, o, más exactamente, situando a las cosas de su mundo en un orden nuevo, grato para él”, plantea Sigmund Freud en “El poeta y los sueños diurnos”.

Con la excusa del Día del Niño, la Niñez o las Infancias -a gusto de cada comensal- decidimos hablar de juegos y de juguetes con padres y madres, psicoanalistas y también con empleados y dueños de jugueterías que han sido testigos de un cambio de época que excede el modo en que llamamos a esta fecha. Lo único que se mantiene inalterable es el incomparable disfrute por jugar.

“Muchas veces ‘craneamos’ grandes regalos y terminamos viendo cómo se las arreglan con cajas de cartón o cajones que son casas, mundos imaginarios o castillos. Ella misma es un montón de personajes en sus juegos: mamá, hija, maestra, princesa o cantante (Shakira sobre todo)”, dice Javier (53), papá de Charo (9), convencido de que a la hora de planear un regalo no hay que pasar por alto la manera en que los “peques crean y recrean un mundo de fantasías sin límites”.

“Cómo no decir esto”, refuerza, “si cada noche, cuando llego a casa, lo primero que hace Chari es abrazarme y preguntarme ‘a qué jugamos?’. Yo soy niño otra vez. Y el más feliz”.

La psicoanalista María Fernanda Ferella explica que “el jugar es la primera actividad y se hace con lo que se tenga a mano, un juguete o un elemento transformado en juguete. Se tramitan allí las escenas que pudieron haber sido traumáticas, sirve para armar el mundo de la subjetividad y expresarlo”. Remarca también que “es importante impulsarlo, porque permite armar la imagen del propio cuerpo, dinamizarlo, y elaborar las pulsiones binarias de amor y odio, bueno y malo”.

Gregorio tiene 7 años y le gusta, sobre todo, jugar al fútbol, al básquet y a la lucha o el boxeo con su papá, Leandro Camacho (40). También, claro, prenderse a los videojuegos cada vez que se lo permiten. “La mamá y yo somos docentes y entendemos las complicaciones que traen las pantallas”, cuenta Leandro, antes de confirmar que ambos acordaron limitar el contacto de Gregorio con estos dispositivos y convocarlo a divertirse también con juegos de mesa o con cartas.

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Sabe Leandro que a su hijo simplemente “le gusta jugar y juega a lo que sea, incluso con una muñeca. Hace un tiempo quería un unicornio de colores y me pidieron permiso para regalárselo. Igual que con una cocinita rosa que decía ‘para parecerse a mamá’. Eso tiene más que ver con la mirada del adulto que con la del chico, que no tiene prejuicios. Por suerte, esto se va erradicando”.

Como docente y coordinador de profesores de rugby, Leandro tiene contacto con niños y niñas de entre 3 y 18 años, lo que lo ha vuelto consciente de la importancia del juego en el proceso de aprendizaje. “El desafío es captar su atención y para ello hay que lograr motivación”, destaca. “En rugby lo usamos como herramienta didáctica”.

Magalí Peresson tiene tres hijos: Jeremías (16), Emilia (13) y Catalina (6). Su experiencia le permite asegurar que “todo se adelantó bastante”, considerando que la más pequeña “ya usa celular”, además de jugar con autos, mirar cuentos, armar rompecabezas, dibujar, pintar y entretenerse con peluches. El más grande le dedica tiempo a “la Play”, el celular y el entrenamiento en el gimnasio y, “la del medio”, al fútbol y los juegos de mesa.

“Hay juguetes y juegos que no se han perdido a pesar del paso del tiempo”, reflexiona Magalí; “lo tradicional sigue vigente, como las muñecas, los autos, el elástico o los dados, aunque ahora, por supuesto, hay juegos más llamativos o electrónicos”. Con todo, considera que la mirada del adulto es definitoria, aunque “ha cambiado y falta bastante, pero hay una mayor libertad de elección en juguetes o juegos deportivos que antes no existía”.

Asegura la psicoanalista Ferella que muchos padres consultan sobre la necesidad o conveniencia de limitar el juego. “Nos va a acompañar toda la vida”, devuelve ella, “aunque de adultos juguemos de otra manera”. Lo que debería preocupar, señala, es que “un niño no juegue o que un autito, una espada o un disfraz sean solo eso y no pueda armar con ellos una historia o ficción. En el juego infantil hay un tiempo en suspensión y para cada niño significa algo; no todos juegan a lo mismo, aunque jueguen a lo mismo”.

“DEJEN A LOS NIÑOS JUGAR EN PAZ”

La temática de igualdad, diversidad y género, instalada desde hace rato en casi todas las agendas, también alcanzó a la infancia.

“Lo que se pone en juego son las identificaciones”, dice Ferella; “si una niña ve a su madre maquillándose o poniéndose tacos, probablemente querrá hacer lo mismo, así como el varón podrá identificarse con la masculinidad del padre, y no porque esté predeterminado. En los deportes la cuestión de género ya no corre más y eso es un avance, pero es importante que no nos vayamos de un extremo a otro. Que no esté ‘mal visto’ que una niña quiera jugar ‘roles’ femeninos y un niño ‘roles’ masculinos, porque las identificaciones existen, aunque sea polémico”.

“Hay niños varones que juegan a las muñecas, pero es una ficción. Lo problemático es la mirada del adulto, con mandatos que solo reprimen o sofocan las cuestiones más genuinas de la niñez. Dejen que los niños jueguen en paz. Las elecciones de identidades serán en otros tiempos”, completa la psicoanalista.

Ernesto Crotti es dueño de una juguetería que funciona en calle 12 desde hace 22 años: “Antes teníamos el pasillo rosa y el pasillo celeste, pero ya no. Ahora, el barco pirata está al lado del castillo de princesas y ofrecemos todo. Lo único que preguntamos es la edad y qué les gusta, no el género. Así, la compra es mucho más libre y mucho más fácil”, dice.

Ivana, empleada de una juguetería que está en el mismo centro comercial, coincide con esta mirada: “Hay muchas nenas fanáticas de Spiderman que piden ese disfraz y les gustan las herramientas, o nenes que se llevan cocinitas. Los padres los acompañan en ese deseo; a los abuelos les cuesta más”.

Marcelo Carignano (42) es papá de dos niños de 4 y 7 años. “Usan mucho los ladrillos de plástico para construir y formas geométricas imantadas”, cuenta, aportando que “el más grande lee y a los dos les gusta que les leamos”.

“Una sola vez, el de 7 años me sugirió subrepticiamente que le gustaría una PlayStation, pero no fue un pedido muy entusiasta”, recuerda. Y cree que el cambio más profundo, en relación con los juegos del pasado, tiene que ver con que “salir a la calle se restringió mucho. Hoy les damos menos libertad a los niños. Sin embargo, la plaza y la calesita son irremplazables, los siguen enamorando”.

A Julián, de 3 años, le encanta construir cosas con ladrillitos. Es fanático, además, de las bolitas, los camioncitos, los cohetes y los peluches, cada uno de los cuales tiene nombre. Y, algunos, claro, el suyo. “Juega mucho solo, pero también convoca a los adultos y a otros chicos”, cuenta Melina, su mamá, que trata de limitarle el contacto con las pantallas, así como comprarle juguetes propios de su género.

“No tengo problema con que juegue con una muñeca en la casa de una amiguita, pero no le compro una, ni le ofrezco maquillaje o los zapatos con taco para que juegue”. Dicho esto, aclara: “Si él eligiera otra cosa, por supuesto que lo aceptaría. No tengo prejuicios. Le compro ropa rosa porque me gusta cómo le queda ese color, pero hay que mantener cierta cuestión orientativa”.

A Olivia, de 9 años, nunca le gustaron las muñecas ni las cocinitas, aunque sus padres y familiares le ofrecieron regalárselas más de una vez.

Los años de encierro por pandemia hicieron que “se las ingeniara para jugar sola o con nosotros”, dice su papá, Martín Camacho (42). Hoy por hoy, suma, “se adapta a lo que los otros le ofrecen”. Usa teléfono celular “para comunicarse con nosotros, con sus amigas y como herramienta de estudio”, explica Martín, poniendo el foco en que utiliza, especialmente, la inteligencia artificial. Adora todo lo que tiene que ver con arte. Y pidió de regalo un rompecabezas de 1.000 piezas.

CAMBIO DE PARADIGMA

El psicólogo cognitivo conductual Mel Gregorini refiere que el juego es “fundamental para la estimulación cognitiva, la memoria y aprendizaje para la inserción en la sociedad”, detallando que en la primera infancia son primordiales los “juegos de ingenio y contacto social” y, a edades más avanzados, aquellos como el fútbol, el rugby o el vóley, “que les permite tener reglas, lo cual es fundamental”. Todos los consultados destacan la importancia de estos deportes, porque ya no tienen limitaciones de género ni de edad.

Recomienda Gregorini limitar el uso de las pantallas antes de los 12 años, por su “predisposición adictiva y para que agoten toda la instancia de jugar presencialmente”. Y, en relación a la cuestión de género, considera que “se ha descontracturado bastante, porque es cultural. Cambió el paradigma de la Barbie y la pelota”.