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Ocurrencias: otra señora caída en el baño

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

1 de Septiembre de 2024 | 02:58
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El cuento de las mujeres que se caen y se golpean en casa es una vieja coartada de los que usan porrazos para disfrazar palizas. Los moretones a veces dicen mucho más de lo que muestran. Y lastiman por dentro. Sobran ejemplos de amantes agresivos que utilizan esos arrebatos como prueba de su enamoramiento. Pero no se puede facturar la bofetada como cariño exagerado.

Los baños suelen ser los lugares elegidos para que algunas mujeres se caigan o las hagan caer. Son tan resbaladizos como las pruebas que aportan sus sospechosos chichones. Una larga lista de relatos policiales elige ese lugar para que el crimen parezca más limpio y la víctima no tenga escapatoria ni defensa.

Esta semana, Daniel Rodríguez, el intendente de la Quinta de Olivos, el conocido de Alberto que estaba para no dejar entrar intrusos y para dejar entrar intrusas, contó que una de sus empleadas, cuando vio a Fabiola con el ojo hinchado, le preguntó qué le había pasado. Y Fabiola le dijo que se había dado un golpe en el baño. Hay que admitir que ese hematoma se ha vuelto un chichón misterioso. ¿Fue una caída, una mala práctica quirúrgica o un maquillaje demoledor? La empleada le explicó a Rodríguez que era la segunda vez que se caía. Los testigos han venido dando varias explicaciones sobre ese ojo negro. Una culpó a las intervenciones estéticas, otras dejaron entrever que el alcoholismo le hacía perder equilibrio en los tobillos y el alma. Y queda por saber lo que diga el médico, que en su momento recetó antiinflamatorios, sin entrar a considerar quién la había inflamado.

Hay que admitir que ese hematoma se ha vuelto un chichón misterioso

De primera dama pasó a ser mujer de segunda

Las mujeres golpeadas muchas veces prefieren no denunciar. Por defensa propia. Si cuentan, saben lo que les espera. Según su relato, Fabiola era golpeada constantemente ¿O los azulejos del baño estaban flojos? La escena hace recordar a María Martha García Belsunce, a quien sus familiares, tras encontrarla muerta en la bañera, culparon a la canilla. Dijeron que era un accidente, que se trataba de una mujer torpe y no de una ducha asesina. Lo de Fabiola fue distinto: su asistenta, al verla tan recluida, desolada y lastimada, tal vez imaginó que algo más había ocurrido en esa casa de huéspedes donde sólo se alojaba la tristeza. ¿Por qué Fabiola mantuvo en silencio ese horror domiciliario? Debe ser peligroso atreverse a denunciar por golpeador a un presidente que, si es capaz de pegarte por un cumpleaños, mejor no pensar lo que pueda llegar a ser por una denuncia. Más vale pasar por torpe y no por víctima. Ahí quizá entró a jugar el alcoholismo como su mejor compañía. Vivía seguramente la inadaptabilidad a una situación de cambios impensados. De primera dama pasó a ser mujer de segunda. Además, la prevalencia del combo ansiedad-depresión- agresiones-aislamiento suele generar distorsiones de alma y pensamiento que obliga a buscar amparo y olvido donde sea. No podía denunciar, no podía habitar la residencia presidencial, no podía saber lo que hacía Alberto en su dormitorio. Su repertorio de abstinencias era demasiado para esta Cenicienta sin zapato ni príncipe ni palacio. ¿Sus ojos se habían puesto negros para ver menos? Ese amor que venía a los tropezones se desbarrancó cuando se conoció la foto del cumple de “mi querida Fabiola”. A partir de allí, el conquistador de Olivos había incrementado sus palizas y sus trampas ante el silencio obligado de una doña que le había hecho perder las elecciones. El novelón de Olivos tiene hoy una deriva de violencia y culpa inacabada, con una Fabiola sometida a dos adicciones enfermizas: el alcohol y la infidelidad.

Nunca se supo quién negoció las fotos que desataron el escándalo. Las imágenes se conocieron un año después del festejo, cuando ya nadie se acordaba del “cumpleaños feliz” ni de la torta, aunque ahí arrancaron otras tortas. Hoy, mientras los teléfonos siguen delatando, las cartas defensivas que juega Alberto están a la vista: los chichones no son bofetones, son caídas. El calvario probatorio intentará catalogarla de fabuladora y borracha. Como María Marta, quieren hacer creer que fue un accidente, pero empiezan a aparecer pitutos alcahuetes que acreditan que no era la torpeza sino la violencia la que se había ensañado con estas víctimas de canillas y canallas.

 

 

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