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Denunciar un delito en La Plata, entre demoras y muy pocos resultados
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Es un drama que viene de la mano de la inseguridad. Así, tener que entrar en una comisaría es un dolor de cabeza para cualquiera
Hay dependencias cuyas condiciones edilicias distan de las ideales / Web
Hacer una denuncia en una comisaría de La Plata es, para muchos vecinos, una experiencia que roza lo dramático. Un trámite que debería ser sencillo, ágil y eficiente, termina convertido en un infierno, donde cada minuto parece demostrar que el sistema hace agua por todos lados.
Edificios deteriorados; demoras interminables, muchas veces de la mano de la falta de policías; motos secuestradas que invaden cada espacio transitable; menores que roban, pero salen a los diez minutos y una sensación de tristeza que se palpa en el ambiente.
Sin dudas, lo que debería ser un lugar de contención, de orden y de respuesta rápida, se vuelve una postal del espanto. Algo demasiado oscuro, que te expulsa, que te hace sentir peor de lo que se estaba cuando se accede a una dependencia oficial.
En casi todas las seccionales de la Ciudad, el panorama es similar y tanto vecinos como policías deben arreglárselas como pueden.
Las oficinas donde reciben a la gente suelen ser cuartos mínimos en los que apenas entran un escritorio y dos sillas. Un ámbito hostil para alguien que espera un poco de humanidad ante un momento complejo.
A esta escena se le suma un fenómeno que crece mes a mes: la acumulación desbordante de motos secuestradas. Los operativos de tránsito y seguridad dejan decenas de rodados incautados que se amontonan en patios, pasillos laterales, accesos y hasta en zonas internas.
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En algunas seccionales, las motos ocupan tanto espacio que el personal debe hacer maniobras para entrar los móviles o para permitir el paso entre un sector y el otro. Un verdadero colapso operativo.
La falta de personal y la multiplicación de tareas dentro de las comisarías tienen gran incidencia en esta problemática, que EL DIA recoge a diario con innumerables llamados a la redacción.
En muchas seccionales, una sola persona está a cargo de cumplir el rol de recepción de denuncias, mientras el resto del plantel se aboca a otras tareas como el cuidado de presos.
Entre demoras y falta de resultados, ir a una comisaría es como la “antesala del infierno”
Las esperas, a veces de varias horas, son moneda corriente. En horario nocturno, la situación es peor: menos personal, más demandas y un clima de mayor tensión. Para quienes fueron víctimas de un robo, de una agresión o de una estafa, esta espera no es solamente una molestia: es una segunda victimización. Personas angustiadas, temblorosas o todavía en shock después de un hecho violento, es obligada a chocar con esa realidad tan dura.
Por eso el contraste es irritante cuando se ven cómo los menores que delinquen entran y salen enseguida, en lo que siempre se llamó “la puerta giratoria”.
Muchos contaron que mientras pasaban buena parte del día en una comisaría para poder formalizar una denuncia, quienes les habían robado, amparados por su edad y un régimen penal de minoridad que pide a gritos una reconfiguración, salían eyectados a la calle a empezar nuevamente el círculo vicioso.
Es una escena que se repite una y otra vez. Llega un móvil con uno o dos adolescentes detenidos por robo, arrebato, tentativa de hurto o daño. El procedimiento se formaliza, se comunica a la fiscalía juvenil, y en la mayoría de los casos, la orden es inmediata: entrega al responsable adulto y liberación. A veces pasan 20 minutos. Otras veces, ni eso.
Los propios efectivos reconocen la frustración: mientras estos jóvenes reinciden sin interrupción, las víctimas siguen sentadas en la guardia esperando que las atiendan. El contraste es tan brutal como simbólico: los delincuentes entran por una puerta y salen por otra antes de que la víctima pueda siquiera empezar a declarar.
Como si la escena necesitara un detalle más surrealista, en muchas comisarías platenses, por no decir todas, hay un elemento constante: un perro en la guardia. Puede ser un mestizo que duerme en la entrada, un callejero que se pasea entre los denunciantes o un animal viejo que descansa detrás del mostrador.
Para algunos vecinos, la presencia del perro resulta simpática. Para otros, es la prueba final de que todo está patas para arriba.
Claro que todo se potencia si a las demoras, las instalaciones precarias y el caos operativo se suma una sensación que crece entre los vecinos: la falta de resultados. Muchas personas denuncian que no reciben novedades, que no los llaman, que sus causas quedan detenidas o que nadie les explica cómo continuar.
El resultado es entonces la elección por no denunciar, porque siente que no sirve de nada. Esto agrava el subregistro de delitos, impide medir con precisión la inseguridad real y debilita aún más la capacidad de respuesta del Estado.
En este estado de cosas, el sistema desalienta a quienes necesitan ayuda y no parece ofrecer respuestas a quienes viven a diario el drama de un delito.Un sistema que, para muchos platenses, empieza a fallar desde su primer eslabón: la denuncia.
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