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El Mundo |Una trama de conspiración

Epstein, Trump y una relación incómoda: poder, denuncias y documentos que mantienen abierto el escándalo

Los documentos hablan de una amistad entre el presidente y el financista ya fallecido, aún rodeada de interrogantes. Un episodio delicado en plena campaña presidencial del republicano 

Epstein, Trump y una relación incómoda: poder, denuncias y documentos que mantienen abierto el escándalo
21 de Diciembre de 2025 | 02:26
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La figura de Jeffrey Epstein continúa siendo una herida abierta en la política y la justicia de Estados Unidos. A casi seis años de su muerte en una cárcel federal de Nueva York, el caso que lleva su nombre no solo no se cerró, sino que sigue revelando capas cada vez más profundas de una trama que combina abuso sexual sistemático, redes de influencia, silencios institucionales y vínculos con algunas de las personalidades más poderosas del país. Entre ellas, el nombre de Donald Trump ocupa un lugar central, atravesado por una relación personal prolongada, documentada y aún hoy sometida a un intenso escrutinio público.

Epstein, financista multimillonario y figura habitual de la alta sociedad neoyorquina, fue acusado por decenas de mujeres de haberlas reclutado cuando eran menores de edad para someterlas a abusos sexuales durante años. Las denuncias describen un patrón repetido: jóvenes vulnerables, promesas de trabajo o dinero, mansiones lujosas y un entorno diseñado para garantizar el silencio. Aunque Epstein murió antes de enfrentar un juicio federal, su legado judicial sigue activo a través de múltiples demandas civiles y de la condena de su socia más cercana, Ghislaine Maxwell, sentenciada a 20 años de prisión por tráfico sexual.

En ese contexto, la relación entre Epstein y Trump volvió a ocupar el centro de la escena tras la reciente publicación de más de 20.000 páginas de documentos oficiales difundidos por el Congreso estadounidense. Correos electrónicos, intercambios privados y testimonios reactivaron preguntas que nunca terminaron de disiparse: ¿qué sabía Trump?, ¿qué grado de cercanía tuvo con Epstein?, ¿por qué su nombre aparece reiteradamente en relatos, documentos y controversias, aunque nunca haya sido imputado formalmente?

Durante casi quince años, Trump y Epstein compartieron un mismo universo social. Desde principios de la década de 1990 hasta mediados de los 2000, ambos se movieron en los mismos círculos de poder, dinero y celebridad. Coincidieron en fiestas privadas en Manhattan, cenas exclusivas en mansiones del Upper East Side y eventos en Palm Beach, Florida, un enclave donde la ostentación y la influencia marcaban el pulso de la vida social. Eran, en muchos sentidos, dos figuras arquetípicas de ese mundo: empresarios neoyorquinos convertidos en celebridades, competitivos, extravagantes y conocidos por rodearse de mujeres jóvenes.

Esa cercanía no fue discreta ni circunstancial. Registros audiovisuales muestran a Trump y Epstein compartiendo fiestas en Mar-a-Lago, el club privado del hoy presidente. Testimonios judiciales y declaraciones posteriores confirmaron que Trump viajó en varias ocasiones en el avión privado de Epstein entre Florida y Nueva York. Incluso el propio Trump contribuyó a consolidar públicamente esa relación cuando, en 2002, describió a Epstein como “un tipo estupendo” y señaló que le gustaban las mujeres jóvenes, una frase que con el paso del tiempo adquiriría un peso incómodo y perturbador.

La relación, sin embargo, tuvo un quiebre. A mediados de la década de 2000, Trump y Epstein se enfrentaron por la compra de una lujosa mansión frente al mar en Palm Beach. Trump ganó la puja y, desde entonces, sostiene que cortó todo vínculo con Epstein. Según su versión, la ruptura no fue solo comercial, sino también personal y moral: afirma que decidió expulsarlo de Mar-a-Lago por comportamientos inapropiados. Esta explicación ha sido reiterada durante años por Trump y por sucesivos voceros de la Casa Blanca como prueba de un distanciamiento temprano, previo a que los delitos de Epstein salieran a la luz pública.

No obstante, el entorno que ambos compartían aparece una y otra vez en los relatos de las víctimas. Virginia Giuffre, una de las denunciantes más conocidas del caso, afirmó que fue reclutada cuando trabajaba como asistente de spa en Mar-a-Lago y que allí conoció a Ghislaine Maxwell, quien luego la introdujo en la red de abuso. Giuffre sostuvo en distintas ocasiones que Trump no participó en los delitos que ella sufrió, pero su testimonio volvió a poner el foco sobre los espacios donde Epstein operaba con total impunidad y sobre las redes sociales que le permitieron hacerlo durante años.

El episodio más delicado para Trump se produjo en 2016, en plena campaña presidencial. Una mujer identificada como Jane Doe presentó una demanda federal acusando tanto a Epstein como a Trump de haberla violado en 1994, cuando tenía 13 años. Según la denuncia, los hechos ocurrieron en la residencia de Epstein en Manhattan y formaron parte de una serie de abusos. El expediente incluía declaraciones juradas de testigos anónimos que aseguraban haber conocido los hechos en el momento en que ocurrieron. Aunque la demanda fue desestimada por cuestiones técnicas y posteriormente retirada, la denunciante afirmó haber recibido amenazas, lo que la llevó a cancelar una conferencia de prensa prevista pocos días antes de las elecciones presidenciales.

Más allá de ese caso puntual, la magnitud del escándalo Epstein se refleja en la cantidad y diversidad de demandas civiles presentadas a lo largo de los años. Decenas de mujeres denunciaron haber sido reclutadas siendo menores, sometidas a abusos sexuales, manipuladas y coaccionadas para guardar silencio. Tras la muerte del financista, muchas de esas acciones judiciales continuaron contra su patrimonio. Entre 2020 y 2021, los administradores del legado de Epstein pagaron cerca de 50 millones de dólares a más de cien víctimas a través de un fondo de compensación, un dato que da cuenta tanto de la dimensión del daño como del intento de cerrar judicialmente una parte del caso.

La controversia volvió a intensificarse con la reciente difusión de documentos legislativos que incluyen correos electrónicos escritos por el propio Epstein. En uno de ellos, fechado en 2011, el financista escribió a Ghislaine Maxwell que “el perro que no ha ladrado es Trump”, en referencia a que una víctima había pasado tiempo con él sin haberlo denunciado. La Casa Blanca sostuvo que ese mensaje aludía a Giuffre y remarcó que ella misma negó cualquier conducta indebida del presidente.

Otros correos, intercambiados entre Epstein y el periodista Michael Wolff, muestran al financista analizando escenarios políticos durante la campaña presidencial de 2016. En esos mensajes se discute la posibilidad de que una entrevista pública pudiera perjudicar gravemente a Trump. En uno de los intercambios más polémicos, Epstein llegó a escribir: “Yo soy el único capaz de acabar con él”, una frase cuyo contexto exacto sigue siendo motivo de debate y especulación.

La reacción del gobierno fue inmediata. Desde la Casa Blanca se acusó a sectores demócratas de filtrar documentos de manera selectiva para construir una narrativa falsa y se reiteró que Trump nunca fue acusado formalmente por delitos relacionados con Epstein. Al mismo tiempo, el presidente ordenó al Departamento de Justicia explorar la divulgación de testimonios del gran jurado, en un intento de contener la presión creciente —incluso dentro de su propio electorado— para que se publiquen todos los archivos vinculados al caso.

A casi una década de las primeras denuncias públicas y varios años después de la muerte de Epstein, el caso sigue abierto en términos políticos, judiciales y sociales. La relación entre Epstein y Trump, marcada por la cercanía, la ruptura, los desmentidos y los documentos que continúan emergiendo, se ha convertido en un símbolo de las zonas más oscuras del poder. Más allá de las responsabilidades penales individuales, la historia expone las fallas estructurales de un sistema que permitió durante décadas el abuso, el silencio y la impunidad, y deja una pregunta que aún no encuentra respuesta definitiva: cuánta verdad queda todavía por salir a la luz.

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