Vitralistas platenses que dejan marca en una técnica milenaria

La copa de licurgo es una reliquia romana elaborada en el siglo IV que exhibe el Museo Británico de Londres, pero lo que la distingue no es tanto su antigüedad, sino que cambia de color según la iluminación y dónde se pare quien la mire. Su talla en relieve representa la muerte de Licurgo, el mitológico rey de Tracia que prohibió el culto a Dionisio -el dios del vino- y se considera el cristal técnicamente más sofisticado antes de la Era Moderna.

Es que hace miles de años que los artistas han encontrado su inspiración en el vidrio, porque puede adoptar formas caleidoscópicas o permitir esa alquimia de devoción y técnica que acerca a lo divino a través de la luz y el color. Por eso, entrar en la Catedral de La Plata, en una capillita cualquiera con vitrales y ni hablar en la Sagrada Familia de Barcelona, implica sumergirse siempre en una experiencia distinta, como aludía Heráclito con su metáfora del río: cambia quien entra pero también la atmósfera en virtud del ángulo del sol, las nubes y hasta la época del año.

Para hablar del increíble y milenario arte del vitralismo convocamos a dos platenses con muchísima experiencia: Paula Farina Ruiz y Alejandro Badillos.

Paula es Técnica Superior en Vitrales e hizo cursos de conservación y restauración de vidrieras en España y Francia, donde realizó prácticas en la Catedral Notre Dame de Chartres.

En Argentina se especializó en Preservación y Conservación del Patrimonio y desde hace más de una década asesora y coordina la conservación y restauración de vitrales de la Cámara de Diputados de la Nación. Trabajó en la puesta en valor de la Confitería El Molino, la Cúpula de Vitrales del Círculo Militar (ex Palacio Paz), en la de la Estación Retiro-Mitre, el Salón de los Bustos en Casa Rosada, las Confiterías La Ideal, Las Violetas, Tortoni y un largo etcétera que incluye la restauración de los vitrales del Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata, que se reiniciará en las próximas semanas.

Cuenta Paula que en un viaje a Europa quedó prendada de este arte, de modo que estudió la Tecnicatura Superior en vitrales en la Catedral de La Plata (formación que ya no está disponible) y luego viajó a Francia para formarse específicamente en cómo restaurarlos y conservarlos.

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Fue en ese país donde el 15 de abril de 2019 ardió una de las catedrales más imponentes de Occidente, la de Notre Dame, inscrita en el patrimonio mundial de la Unesco por tratarse de una obra maestra del arte gótico con 856 años de antigüedad.

“Nuestro patrimonio corre constantemente mucho riesgo”, reconoce Farina Ruiz; “Notre Dame de París es uno de los lugares más visitados en el mundo y claramente iba a poder ser restaurado y puesto en valor, pero ojalá pasara lo mismo con todos los edificios que sufren guerras u otro tipo de catástrofes, para poder seguir disfrutándolos”.

Reconoce Paula que restaurar puede resultar más desafiante que arrancar una obra de cero, porque el autor no decide absolutamente todo, sino que debe enfocarse en “entender quién era el artista para que siga siendo el principal protagonista, tratar de que no se rompa más de lo que vino, respetar el valor” y tener en cuenta, más allá de lo estético, la calidad de los materiales a usar para que se conserve en el tiempo. “Buscar criterios y tomar decisiones a cada paso. Y los pasos para cada restauración son un montón”, asegura.

En el caso de los materiales de los vitrales, “hay tres elementos que se utilizan desde que se encontraron los primeros indicios de un vitral en el siglo VII”, detalla: plomo, el vidrio y la pintura grisalla. “Todo eso hoy se consigue con la misma calidad o mejor, porque los vidrios del medioevo no eran tan estables como son ahora”, pero lo viejo y lo nuevo deben ser compatibles, bajo normas estrictas de asociaciones específicas.

“No se trata de hacer una pieza nueva y reemplazarla. El patrimonio es parte de una historia y la historia es parte de lo que hay que contarles a las futuras generaciones”, explica Paula; “es como intentar sacarle las cicatrices a una señora mayor. Las cicatrices nos cuentan”.

Así como el arte japonés kintsugi resalta las roturas reparadas de una pieza recubriéndolas con resina y oro, Farina Ruiz cuida que no se altere la historia de que aquello que se restaura, “con lo lindo o lo feo que pudo pasarle a un edificio”.

Revela que “el vitral nunca dejó de existir porque fue mutando. Sirvió para las iglesias, para educar, para decorar. Llegó a nuestro país a fines de 1880 y estuvo en auge hasta 1920”, en edificios en los que maridaba muy bien con escaleras pomposas, mármoles, frescos y pisos de roble de Eslavonia. “Fue una moda”, dice Paula, “hoy tenemos otra, ni mejor ni peor. En 100 años probablemente van a decir ‘qué bien’ lo que hacemos ahora”. Es que todo termina resultando armonioso “en un país como éste -describe-, que toma un poquito de cada cultura”.

SALÓN DORADO

En las próximas semanas está previsto que se reanude la restauración de los vitrales del Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata, inaugurado en noviembre de 1885. “Estaban muy deteriorados y faltaban en seis de las 10 puertas; se fueron perdiendo con el tiempo”, cuenta Farina Ruiz. Explica también que este tipo de trabajos requiere de una “investigación histórico artística” previa “para saber cuál fue la última restauración, quién la hizo y de dónde son originarios los vitrales”, ya que eso ofrece mucha información que ayudará a la elección del tipo de vidrio, colores y líneas. En el caso del Salón Dorado, falta mucha de esa data histórica: “Se dice que los vitrales son alemanes, pero no está la firma ni los documentos fehacientes que digan a qué taller los pidieron”, lamenta Paula.

LUZ Y COLOR EN EL MEDIOEVO

Alejandro Badillos comenzó formando parte del equipo que realizó el rosetón y otros vitrales de la Catedral de La Plata, es restaurador, docente y divulgador de este arte fenomenal. Sus obras se encuentran en distintos puntos de Argentina, incluidas varias iglesias.

“Lo estético está en todo arte, pero es la manifestación superficial”, asegura; “en el caso del vitral, por ser una de las artes sacras por excelencia, siempre estuvo cargado de un simbolismo muy fuerte, en una época en la que cumplía también la función de catequesis”.

Es que en esos espacios y aquel tiempo las ventanas eran mucho más que simples aberturas: eran una suerte de lienzos que se usaban para contar la historia del cristianismo, las enseñanzas de la Biblia y las tradiciones de la Iglesia, cuando la alfabetización era escasa.

“En los vitrales medievales hay una organización que también la toma la Catedral de La Plata”, detalla Badillos, aludiendo a un patrón específico de lectura, tan fascinante como los juegos de luces y colores diseñados desde el boceto.

Alejando invita a “hacer el juego mental de pensar esa explosión de luz y color en el medioevo, porque ahora, con la cartelería, luminarias y pantallas led son parte de nuestro cotidiano. Entonces había un primer factor de fascinación, más allá de lo didáctico”.

En cuanto a su propia historia con esta técnica, asegura que “al vitral no lo busqué, lo encontré”, gracias a la intervención de un arquitecto que integraba la Unidad Ejecutora en la Fundación Catedral y hacia 1998 lo recomendó para sumarse al grupo de artistas que trabajaban en la confección de los vitrales, por sus conocimientos de pintura. Badillos imaginó aquella intervención como un “transitar por una experiencia de algunos meses”, pero conocer el taller y el trabajo en vidrio lo influyó para siempre en la expresión de su obra plástica. Es que “yo arranqué jugando en primera, porque entré directamente en la Catedral, en el proceso mismo de realización de vitrales”, reflexiona.

Acota que dibuja “desde que tengo uso de razón”, para resaltar el punto de partida de un desarrollo que lo ubicó donde está hoy: “Mi misión es divulgar la técnica de Grisalla, la pintura del vitral, la capa pictórica con la cual desarrollamos la imagen sobre el vidrio”.

Badillos tiene mucha experiencia en la confección y restauración de vitrales para iglesias, aunque aclara que, sin importar el cliente del que se trate, en la previa siempre hay un diálogo y un “pensar en el destinatario. A veces hay más apertura a escuchar una propuesta, pero otras hay que poder interpretar lo que quieren y adaptarlo al vitral”. En la mayoría de estos casos trabaja en altura, con andamios especiales y el desafío de no poner en riesgo el trabajo de tantos meses.

“Un vitral es siempre distinto, por el momento del día, las condiciones climáticas y también la percepción con el paso de los años. Son hijos que uno produce”, destaca Alejandro, sin restarle peso al factor emocional: “Trabajamos con algo que queda materializado y genera una conexión espiritual con las personas”

“No me refiero solamente al vitral religioso -aclara-; el arte tiene una espiritualidad cuando no es mero fuego estético”, sino que proyecta la “interioridad del artista” y eso posibilita una conexión espiritual con quien se acerca a esa obra.