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Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Los Juegos Olímpicos son a la vez un mito de armonía entre naciones, la paz por el deporte, y un escenario donde aflora el fervor nacionalista. Orwell decía que era una guerra sin balas: todo confluyó, incluidas las balas, en los Juegos de Munich 1972.
Aquellos Juegos suponían el regreso del evento a Alemania tras ser plataforma nazi en Berlín 36, y querían mostrar la imagen de la nueva Alemania al mundo: debían ser los Juegos de la Serenidad, pero su vidriera global (eran los primeros días de la tevé a color y en vivo, vía satélite) resultó demasiado tentadora para un grupo militante palestino, Septiembre Negro, que tomó de rehenes a nueve atletas israelíes en el corazón de la villa.
La tragedia de ese día de septiembre ha sido retratada varias veces en el cine. El documental “Un día en septiembre” fue oscarizado, mientras que “Munich”, retrato de la venganza del Mossad filmada por Steven Spielberg, estuvo nominada. Pero “Septiembre 5”, que opta este año por un oscar a mejor guión original y que se estrena el jueves, pone la lente en la cobertura periodística de la masacre, y desde aquel pasado le habla a este presente.
La película, dirigida por Tim Fehlbaum, es ante todo un thriller, una olla a presión que sigue las horas que van desde aquella estremecedora madrugada en que la Villa Olímpica amaneció con hombres encapuchados espiando desde la ventana, a la fatídica noche en que la balacera aniquiló, en un caótico enfrentamiento final, todo a su paso.
Pero la tensión no está en esos cuartos olímpicos marcados por la sangre y el terror, sino en el centro de prensa, donde la cadena ABC empieza el día imaginando una cobertura deportiva típica y se encuentra con una situación dramática, para la cual no está preparada.
La mayor parte de la película, de hecho, transcurre en la oscura y humeante sala de control. Al borde de la claustrofobia, ABC, con cámaras a metros de la Villa Olímpica, transmite en vivo los eventos, minuto a minuto, mientras se desencadenan, uno tras otro, los debates ¿hay que transmitir el terrorismo? ¿Se puede filmar una muerte en vivo? ¿Las tragedias dan rating? ¿Informamos o hacemos sensacionalismo? ¿Tenemos los hechos claros?
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También, se desencadenan los problemas técnicos: las puertas de la Villa se cierran, el satélite solo se puede usar por turnos, las informaciones que asoman son contradictorias.
No hay redes sociales, no hay internet, no hay cámaras digitales, no hay drones. En el cuarto oscuro de ABC zumban los equipos analógicos, y para cada operativo, para cada vistazo al conflicto, hay que movilizar gigantescas máquinas y mucho ingenio.
Y aún así, consiguieron transmitir, en tiempo real, aquellos acontecimientos a 900 millones de personas. Es, sugiere la película, un momento fundamental en la historia de los medios de comunicación.
Fehlbaum dio prioridad a la autenticidad para recrear esa sensación de artesanalidad y trabajo conjunto. Recogió de museos y coleccionistas la tecnología de vídeo más avanzada de principios de los setenta y la puso a punto para que funcionara.
Los actores se prepararon con periodistas deportivos para el trabajo, trabajando en la sala de control durante algunos partidos intensos de las ligas profesionales estadounidenses. La película incluso utiliza valioso material de archivo de la filmación original, en lugar de reconstruir las escenas en la Villa Olímpica.
“Septiembre 5” se parece en ese sentido a otra película sobre el detrás de escena, “First Man”, retrato de Neil Armstrong que mostraba como uno de los grandes hitos de la historia, el alunizaje, se logró atando con alambre, calculando a mano y rezandole a una lata de sardinas que no se desarme.
Acá no hay lata de sardinas, pero sí una sala de control recreada con exactitud y que era “como entrar todos los días en un submarino”, dice John Magaro, protagonista. La película de 1981 “Das Boot”, ambientada en un submarino, sirvió de inspiración a Fehlbaum.
La presión es inmensa porque es inmenso lo que está en juego en cada decisión: “Lo que intentamos es mostrar ese momento en el que los medios de comunicación cambiaron para siempre”, dice Magaro. “Estas personas no sabían lo que estaban destapando, lo que estaban dejando salir de una caja de Pandora. Sólo intentaban contar la historia. Pero al hacerlo, abrieron el camino a un mayor sensacionalismo en el periodismo”.
Cada discusión que se da, cada decisión que se toma (infiltrar cámaras en la Villa, informar aunque no se conozca con claridad, transmitir en vivo un hecho potencialmente sangriento), tiene ese eje: bajo presión, los hombres y mujeres de ABC toman decisiones intentando hacer bien su trabajo, pero la definición de esa ética es poco clara.
Y “¿ha cambiado algo realmente?”, se pregunta Magaro. “Lo que he observado es que, aunque la tecnología cambia mucho, las grandes cuestiones éticas o morales siguen siendo las mismas”, afirma Fehlbaum. “Tanto para los que informan sobre una crisis como para nosotros que consumimos noticias”.
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