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El arte de infundir miedo como política comercial

El arte de infundir miedo como política comercial

Carlos Barolo

12 de Abril de 2025 | 01:02
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Donald Trump no ha cambiado. Quien esperara una versión más moderada del presidente en su regreso a la Casa Blanca se enfrenta a diario con una realidad cruda y familiar: la aparición constante del viejo ardid del miedo como política exterior.

En los últimos días, el republicano ha mostrado -con la teatralidad que lo caracteriza- su decisión de aplicar aranceles cada vez más altos a los productos de aquellos países que, según su visión, se aprovechan de la “benevolencia comercial” de Estados Unidos. Pero al final de cuentas se trata en muchos casos de advertencias estratégicas, más que de medidas concretas. De hecho puso en “pausa” por 90 días mucho de todo lo que había anunciado con bombos y platillos, cuando el verdadero objetivo ya estaba cumplido.

Una táctica de presión

No se trata solo de política económica. Es, antes que nada, una táctica de presión. Trump utiliza el anuncio de tarifas como si fueran fichas en un tablero de póker: exagera, amenaza con ir a fondo, y muchas veces ni siquiera necesita concretar.

La sola idea de que EE UU pueda desatar una guerra comercial a todo o nada basta para que varios gobiernos reconsideren sus posiciones. El temor al caos opera como catalizador del diálogo, y eso es precisamente lo que busca el mandatario.

La historia reciente lo avala. Durante su primer mandato, aplicó aranceles a China, a Europa y hasta a aliados históricos como Canadá o México. Pero esos movimientos no tenían solo un propósito proteccionista: eran parte de una estrategia más amplia, orientada a reescribir las reglas del comercio global en términos favorables para Washington.

En muchos casos, logró que sus interlocutores se sentaran a negociar nuevos acuerdos, bajo condiciones que, si bien no siempre eran impuestas, sí estaban marcadas por el desequilibrio de fuerzas.

Un campo de batalla

Para Trump, el comercio internacional no es un sistema multilateral de beneficios compartidos: es un campo de batalla donde gana quien impone sus términos. En ese contexto, los aranceles son más una herramienta diplomática que una medida económica. No se busca tanto proteger a la industria nacional -aunque el discurso lo justifique con argumentos patrióticos- sino ejercer presión para maximizar los beneficios de negociación.

Esta lógica choca con el espíritu que ha guiado el comercio internacional desde la posguerra, basado en la liberalización progresiva, el multilateralismo y el arbitraje de instituciones como la Organización Mundial del Comercio. Trump, en cambio, propone un orden basado en la fuerza y la bilateralidad, donde el poder de compra de EE UU se transforma en arma disuasiva.

Es cierto que, a corto plazo, este enfoque puede ofrecer réditos. Algunos países ceden. Otros renegocian. Pero el costo a mediano y largo plazo puede ser mayor: fragmentación de mercados, menor confianza en los marcos legales internacionales y una creciente sensación de incertidumbre que afecta las inversiones globales.

El músculo por sobre el consenso

En definitiva, lo que Trump vuelve a poner en juego no es solo una política económica, sino una forma de concebir el liderazgo global: desde el músculo, no desde el consenso. Una estrategia riesgosa, pero conocida.

De hecho, algunos analistas piden prestarle más atención a las medidas concretas que toma el presidente y no tanto a los anuncios, que suelen ir mucho más allá de lo que finalmente se concreta.

Vale observar lo ocurrido el miércoles, cuando puso en pausa los aranceles por 90 días a numerosos países y solo subió la apuesta con China, una movida que terminó devolviéndole el “verde” a los indicadores bursátiles, tanto en Wall Street como en la Argentina. Aunque ese verde no duró y la “guerra” comercial aportó “muchos rojos” un día después, para volver al verde en el cierre de la semana.

“Algunos analistas piden prestarle más atención a las medidas que toma Trump y no tanto a sus anuncios”

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