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KEVIN BRIANT
Desde que Javier Milei alcanzó el poder en Argentina, en diciembre de 2023, su política exterior estuvo marcada por un deseo permanente de alineación con los Estados Unidos potenciado, aún más claramente, tras la victoria de Trump en 2024.
Sin embargo, las necesidades económicas y financieras del país han colocado al gobierno de Milei en una postura incómoda, teniendo que pendular y negociar con el Gobierno chino, así como con otros actores emergentes que fueron, inicialmente, ninguneados por el propio Milei, sobre todo durante su campaña.
En este sentido, el Gobierno argentino parece haber tenido que aplicar el famoso Teorema de Baglini, el cual refiere a que cuánto más lejos se está del poder, más irrisorias son las propuestas y más radicales son los discursos mientras que cuánto más cerca se está del mismo, más se modera el tono y más pragmático se vuelve quién este próximo al mismo.
En el caso de Milei, no se aproximó al poder, sino que se topó, de golpe, con el mismo y hubo ciertos protocolos, cuestiones y consensos, que le anteceden, que no se pudieron alterar.
El feroz Milei de la campaña que arremetía contra Beijing, acusándolos de ser nocivos para el comercio de nuestro país y de mantener una estructura política perversa -léase, el comunismo-, es un Milei que se fue desdibujando. Quizá siga pensando lo mismo, o en parte, de China y de su sistema político, pero la realidad y la necesidad lo ha ubicado en un escenario de mayor pragmatismo.
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El vínculo con China comenzó con el pie izquierdo por dos razones: el rechazo argentino a incorporarse al bloque emergente de los BRICS, algo que no gustó en Beijing y, por supuesto, aquella reunión de un diputado de LLA (Agustín Romo) con funcionarios de Taiwán. Fue tal la hecatombe de ambos eventos que la entonces canciller, Diana Mondino, tuvo que reunirse con el embajador chino en el país, Wang Wei, y ofrecer una disculpa resaltando que los vínculos con el Gigante Asiático no estaban en riesgo. Por su parte, el ministro de Economía, Luis Caputo, pidió reencauzar el vínculo con China para poder asegurar la renovación del swap con dicho país.
El primer año, que se presentó como una especie de “luna de miel” para el Gobierno a nivel interno, no estuvo exento de polémicas en el plano externo. Los desencuentros con mandatarios de la región, por razones ideológicas, llevaron a qué el Gobierno proyectara su plan de crear una especie de “Internacional Conservadora” junto a otros líderes de las derechas occidentales como Georgia Meloni, Benjamín Netanyahu y, por supuesto, Trump.
Sin embargo, a pesar del robustecimiento del discurso interno contra los adversarios del arco político que el propio Milei redujo a una izquierda genérica, a nivel internacional el Gobierno dio un giro en el vínculo y el trato con China. A finales de 2024, Milei elogió al Gigante Asiático por ser “previsible” y “confiable” en el mundo de los negocios. De hecho, en esa misma oportunidad, prometió viajar a Beijing algo que se demoró, entre otras cosas, por el ascenso de Trump en Estados Unidos.
Sin embargo, temas que eran habituales en la agenda del Presidente y de su círculo ideológico más próximo, como la base china de investigación espacial en Neuquén, desaparecieron incluso de las denuncias y de los comentarios públicos. No fue azaroso: fue un mensaje bajado directamente desde la propia Casa Rosada.
En esa transición, del Milei ideológico y desafiante con China, al Milei realista y pragmático, Argentina no cambió su alineamiento con Washington. Sin embargo, se volvió más cordial y diplomático, incluso en medio de la tormenta que se avecinaba por las políticas de Trump.
La contienda arancelaria desatada por Trump contra China (Liberation Day), pero también contra prácticamente todos los países del mundo, significó un quiebre en la relación entre las dos mayores potencias del globo. Fueron semanas de sacudones en los mercados, respuestas y contrarrespuestas. La compra de soja y trigo, de gas natural licuado, entre otras materias primas que China necesita para sostener su estructura y que compraba a Estados Unidos, debido a los acuerdos de los años anteriores, fue interrumpida por la guerra arancelaria. Esos mercados, de manera provisional, fueron ocupados, por ejemplo, por Brasil, quien se presenta como un socio confiable para Beijing. La Argentina no apareció en la ecuación inicial por su alineamiento público con Estados Unidos.
Es por eso mismo que el Gobierno argentino, aún ante la retórica agresiva de Trump para con China, no se sumó a dicha cruzada discursiva. Ni los aliados históricos de Estados Unidos, véase Canadá, Australia, la Unión Europea, Japón o Corea del Sur se unieron a esa cruzada comercial contra China. La explicación fue simple: Trump también arremetió contra ellos en sus aranceles.
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