
La cuadra de 28 entre 54 y 55, donde quedó el miedo por el robo / Web
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Dos hermanas, de 85 y 83 años, fueron sorprendidas mientras dormían por una banda que escapó con dólares, joyas y efectivo
La cuadra de 28 entre 54 y 55, donde quedó el miedo por el robo / Web
Una escena digna de una película de terror se vivió en una vivienda de calle 28 entre 54 y 55, en la zona de Parque San Martín, donde dos hermanas jubiladas de 85 y 83 años fueron víctimas de un violento asalto mientras dormían. Lo que debía ser una noche más de descanso se transformó en un infierno inesperado, cuando un grupo de delincuentes irrumpió en la casa con un nivel de frialdad y brutalidad que hiela la sangre. Las mujeres, completamente indefensas, fueron sorprendidas en la más absoluta vulnerabilidad: acostadas, dormidas, ajenas a que su casa había sido marcada como botín por una banda sin escrúpulos.
El horror comenzó cuando una de las hermanas se despertó sobresaltada y, al abrir los ojos, vio una silueta oscura frente a ella. Un hombre vestido de negro, con guantes, rostro cubierto y una pistola pequeña pero amenazante en mano, le ordenó que no hablara. A su lado, su hermana seguía en la cama contigua, aún adormecida, sin comprender del todo lo que ocurría. Segundos después, la escena se volvió aún más espeluznante: aparecieron tres delincuentes más, con idéntico atuendo, rostro tapado y movimientos firmes, casi mecánicos, como si se tratara de profesionales del delito. Las mujeres fueron inmovilizadas y sus rostros cubiertos con un pulóver, mientras la exigencia retumbaba en el aire: “¿Dónde están los dólares?”.
Aterradas, las jubiladas aseguraron no tener divisas extranjeras, pero los ladrones no parecieron creerles. Lo que siguió fue una pesadilla despierta. Durante al menos 40 minutos -eternos, silenciosos, llenos de angustia-, las víctimas escucharon cómo los delincuentes daban vuelta absolutamente todo: muebles arrastrados, cajones abiertos de par en par, puertas que se cerraban de golpe. Entre los sonidos, distinguieron algo que las heló aún más: voces saliendo de un handy, lo que les hizo pensar que la banda contaba con información o herramientas propias de una banda de profesionales. Las mujeres, en estado de shock, apenas respiraban, temiendo que cualquier movimiento desencadenara una reacción violenta por parte de los asaltantes.
Cuando el silencio finalmente regresó, las hermanas se animaron a destaparse el rostro. El escenario que encontraron era desolador: sus pertenencias desparramadas por el suelo, la casa hecha un caos, y una sensación abrumadora de haber sido profanadas en su propia intimidad. Constataron entonces lo peor: los delincuentes habían logrado hacerse con un botín cuantioso. Se llevaron mil dólares que estaban dentro de un armario, un millón de pesos que correspondían a una reciente jubilación, un reloj de oro, dos anillos (uno de ellos con brillantes), varias cadenas y pulseras también de oro, un collar de perlas blancas y hasta una antigua pistola de colección.
El rastro del ataque dejaba ver la saña con la que actuaron los ladrones. La reja del patio trasero había sido violentada para ingresar, lo mismo que la persiana y la ventana. En el interior, todas las habitaciones -cuatro en total-, la cocina y el baño habían sido minuciosamente revisados. También una habitación externa y el baño del fondo mostraban signos de haber sido saqueados. No dejaron rincón sin revisar, como si conocieran cada centímetro de la casa. La banda operó con precisión, velocidad y una frialdad escalofriante.
La Policía trabaja intensamente en la investigación y, por estas horas, el análisis de las cámaras de seguridad de la zona es clave. Todo apunta a que no fue un hecho aislado, sino parte de una modalidad delictiva que tiene a los adultos mayores como objetivo predilecto.
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