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Deportes |Crisis, deudas y el empresario no aparece

¿Se acuerdan de Foster Gillett?: convirtió a un club uruguayo en una SAD, se "borró" y ahora podría descender

¿Se acuerdan de Foster Gillett?: convirtió a un club uruguayo en una SAD, se "borró" y ahora podría descender

Sergio Pomares
spomares@eldia.com

1 de Agosto de 2025 | 08:38

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En Uruguay, el fútbol es una forma de vida que se lleva como al termo bajo el brazo. Se juega con el alma, se defiende con el cuerpo, y se sufre como se ama: con todo. Por eso, la crisis de Rampla Juniors, uno de los clubes más tradicionales de Montevideo, no solo duele en la tabla de posiciones, también cala hondo en la identidad de un país que respira fútbol. Hoy, el club centenario está en caída libre, empujado por una gestión lejana en manos de Foster Gillett, ambiciosa y desconectada, que promete pero no paga. Y que, si no cambia el rumbo en días, podría enviar al Picapiedra a un destino nunca antes vivido: la Primera División Amateur.

Rampla Juniors, de 111 años, está último en la Segunda División del fútbol uruguayo. Ha sumado apenas 10 puntos en 18 partidos. Con esos números, ocupa uno de los dos puestos de descenso y corre riesgo de concretar, en menos de un año, un giro trágico: pasar de ser candidato al ascenso a hundirse en una categoría en la que jamás estuvo en más de cien años de historia.

Pero el descenso no solo amenaza desde lo deportivo. El club también podría perder la categoría por una deuda impaga: 80.000 dólares que deben ser cancelados antes del 5 de agosto. De no hacerlo, el golpe será doble: en el alma y en el acta. Según el presidente del club, Gabriel Kouyoumdjian, se deben dos complementos salariales a los jugadores, un mes a empleados del club, y dos meses a cuerpos técnicos y divisiones juveniles.

Zapatos de charol en tierra de championes

La llegada del empresario estadounidense Foster Gillett -hijo del exdueño del Liverpool de Inglaterra y que viene invirtiendo en Estudiantes de La Plata- prometía una transformación. La institución se convirtió en Sociedad Anónima Deportiva (SAD), se trajeron 20 refuerzos, se contrató a Leandro Somoza como entrenador y a Humberto Grondona como director deportivo. Pero todo resultó ser un decorado vistoso sin estructura.

El debut fue humillante: 0-8. Sí, ocho goles en contra. Somoza duró cinco partidos. Luego tomó las riendas su ayudante, Julio Gutiérrez, con un modesto saldo de dos victorias en nueve partidos. Y desde julio está al mando Mario Saralegui, que tampoco pudo torcer el rumbo: una igualdad y tres derrotas.

“Te prometen un equipo campeón, pero no dicen de qué categoría”, ironizó Grondona, claramente desencantado. “Esto pasa en todos lados. Aparece alguien con la gallina de los huevos de oro y se quieren llevar los huevos. Acá hubo desconocimiento total”.

Mate amargo

El nombre de Foster Gillett aparece como símbolo del modelo que pretende imponer otra lógica, distante, corporativa, en un fútbol que todavía se construye en las canchas de barrio, con tablones y mate. “Tampoco se puede manejar un club a 20.000 kilómetros mientras estás esquiando o tomando solo”, disparó Grondona. La sede del club fue empapelada con imágenes de exdirigentes y el mensaje: “Nunca más en Rampla”.

Gillett, según versiones desde el entorno, se siente “casi estafado” por lo ocurrido con su inversión en Estudiantes. Allí, dicen, desembolsó más de 30 millones de dólares en un mes. En Rampla, en cambio, ni siquiera logra asegurar los sueldos básicos.

La relación entre la SAD, liderada por Gastón Tealdi, y la comisión directiva del club también está rota. Varios miembros renunciaron luego de que se suspendiera una asamblea extraordinaria a último momento. “Fue una falta de respeto hacia los socios e hinchas”, dijeron en un comunicado, criticando la falta de comunicación y transparencia.

Desde el club intentan mostrar otra cara. Kouyoumdjian aseguró: “Gillett siempre responde. Eso nos hace pensar que no se bajó del proyecto”. Pero el margen para las interpretaciones se achica: el tiempo se acaba.

En Uruguay, imponer una cultura ajena no es fácil. Porque el fútbol no admite zapatos de charol. Se juega en championes rotos, con barro hasta las rodillas y el corazón en la garganta. Y quien no lo entienda, mejor que no toque.

El 5 de agosto puede marcar un antes y un después para Rampla. Si no aparece el dinero, no hará falta esperar que ruede la pelota para confirmar el descenso. 

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