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Con tanto para hacer, el noveno episodio de la saga galáctica termina siendo una película apresurada que no puede respirar y ser feliz
“Star Wars: El ascenso del Jedi”, el final de la saga Skywalker / Outnow
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
No se puede hablar de “Star Wars: El ascenso de Skywalker”, noveno episodio de la saga galáctica que llega hoy a casi 500 salas en todo el país, sin hablar de “Los últimos Jedi”, el episodio que lo precedió. Y no porque la trama del anterior capítulo sea indispensable para hablar del estreno de esta semana (al contrario: opinaré más abajo que en realidad intentan anularse mutuamente) sino porque el cambio de directores y los volantazos de Lucasfilms bajo Disney son clave para comprender por qué el cierre de una saga de 42 años es tibio, apresurado y algo decepcionante.
Todo comenzó en 2015, con el regreso de la franquicia a los cines, ahora bajo el comando de Disney: “El despertar de la fuerza” fue el primer episodio de una nueva era, con J.J. Abrams como director de una cinta que homenajeaba fuertemente el espíritu y las situaciones de la trilogía original.
La historia fue bien recibida, su espíritu aventurero y vertiginoso apreciado por los viejos y los nuevos, aunque parecía haber un consenso general de que había llegado la hora de frenar con la nostalgia y avanzar hacia nuevos territorios desprovistos de ese macguffin insoportable de la Estrella de la Muerte. Y eso intentó hacer Rian Johnson en “Los últimos Jedi”: cambiar el rumbo de la saga.
Extrañamente, Lucasfilms le dio total libertad para hacer de la saga lo que quisiera. Raro en Hollywood, y raro bajo este modelo donde el arco narrativo de cada saga es fuertemente controlado: la compañía fue muy celosa con los directores de sus spin offs “Rogue One” y “Solo”, refilmándolas y cambiando de directores, pero permitió que el destino de su historia principal dependiera de las decisiones de los directores de cada entrega.
Libre, Johnson imaginó un mundo donde Luke estaba amargado, el apellido de Rey no importaba y tampoco el principal villano, Snoke: en su explícito intento por dejar atrás el pasado (durante todo el guion aparecen lances contra el fan conservador que custodia la saga como una pieza de museo), el director pisoteaba varias de las pistas que había plantado Abrams en el Episodio VII. La nueva trilogía había tenido alguna vez un hilo, quizás demasiado similar a la primera trilogía: ahora, ese hilo se deshilachaba.
Con ese panorama, Abrams regresó a la saga en este noveno episodio para cerrar la historia que él había iniciado, pero que ya no era su historia. Así, durante la primera media hora de la película intenta volver a fojas cero, al lugar donde él había querido llevar la historia, anulando a puro golpe de guion las pequeñas rebeliones de Johnson. Pero tras volver a la base, un problema: Abrams tenía una hora y media para contar lo que él pretendía de la historia para un episodio y medio, quizás dos. Así, aunque recargada de acción, “El ascenso de Skywalker” es una película pesada, sobreexplicada, los diálogos son pura exposición, producto de la falta de tiempo para desarrollar de forma orgánica en diversas situaciones (muy lejos del punto más alto de la saga, la silenciosa “El imperio contraataca”, donde no hacían falta explicaciones mágicas y extensas para entender lo que había en juego).
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“Star Wars: El ascenso de Skywalker” es en ese sentido una película apresurada, que abarrota situaciones y personajes (Keri Russell, Kelly Marie Tran y Naomi Ackie aparecen solo para marcar tarjeta; lo de Billy Dee Williams es un golpe de nostalgia sin demasiado sentido; lo de Leia, se diga lo que se diga, es una inclusión forzosa); una película que en vez de desarrollar las relaciones entre sus criaturas (el componente emotivo de toda película), las fuerza, las explica a través del guion. También hay que conformar a los seguidores, por lo que el realizador tiene que incluir además en la coctelera momentos de nostalgia y algunas resoluciones que son puro “fan service”.
Obligado contractualmente a realizar escenas de acción cada un ratito para que el público no se aburra, Abrams abarrota también batallas y persecuciones no demasiado imaginativas, deudoras del cine de superhéroes por su espectacularidad a menudo vacía, carente de gravedad. Este gen superheroico termina de volverse carne en los personajes en esta novena entrega: si desde el séptimo capítulo estos nuevos Jedi parecían versiones superpoderosas de los que vimos por tevé de chicos, en esta última entrega parecen ser capaces de todo. Curar, volar, destruir flotas enteras, planetas. Lo que necesite el guion. Desde ya, que sean invencibles y que todo sea tan superhumano, tan filmado con pantallas verdes, le quita riesgo y, por lo tanto, épica a lo que está en juego.
Un verdadero lío, que Abrams enfrentó, parece, con pesadumbre: la película está lejos del brío narrativo habitual del director, ese que lo mostró fresco y divertido en la séptima parte. Hay momentos emotivos (mayormente deudores al pasado, y no a lo que se narra en esta película puntualmente), algún que otro segmento memorable (había más en la discutida y hereje película de Johnson) pero poco espacio para abrazar el espíritu aventurero y liviano de las historias originales y de aquellas en que se basó. Es que en esta entrega, hay demasiados cabos sueltos que atar, demasiadas cosas que explicar y corregir, demasiados fans que contentar, demasiadas exigencias como para que la película respire y se divierta.
En las ocasiones en que la película se apoya en la “buddy movie” entre Poe (qué magnético es Oscar Isaac) y Finn (que caminó al borde de la irrelevancia en las tres películas), o abraza la ternura metálica y el humor irónico de sus droides, esta “Star Wars” recuerda a la que amamos. El resto del tiempo, es una película descentrada, a la que le cuesta encontrar su corazón, que lucha por cerrar una historia que comenzó hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana con más transpiración que inspiración.
(***) BUENA
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