

EL REY DEL ESCRUCHE ERA IMPARABLE / EL DIA
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Sus golpes eran certeros y en casas donde de afuera se percibía el lujo. Era escurridizo y no había forma de echarle el guante. Un souvenir fue su perdición
EL REY DEL ESCRUCHE ERA IMPARABLE / EL DIA
Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com
- Ponele los ganchos
- ¿A quién?
- A este que está acá en el asiento de atrás, ponele los ganchos.
En la jerga policial los ganchos son las esposas, el del asiento de atrás era un conocido personaje en el mundillo del Hipódromo platense y los que hablaban eran dos hombres de la Brigada de Investigaciones de La Plata. Corrían los primeros tramos de los 90 y hacía meses que la policía no le encontraba la vuelta al misterio de más de 40 hechos de robo con escalamiento, rotura y fuerce de ventanas en viviendas de “alta gama” en diferentes barrios de la ciudad.
Eran hechos de la modalidad del escruche y todo indicaba que su autor era el mismo.
Se conoce como “escruche” a los robos en ausencia de los robados. Y generalmente se dan con un “trabajo” de inteligencia previa que permite al ladrón saber dónde, cuándo y cómo. Básicamente, el dato para entrar en ausencia de los dueños de casa.
Aquella escena dentro de un Fiat 128 (un móvil no identificable como se les decía entonces a los autos policiales sin inscripciones, ni balizas ni sirenas), se rodó en el playón del Hipódromo de La Plata, en una tarde noche calurosa previa a una lluvia torrencial que duró varios días. Y fue la previa, si se quiere, a la detención de uno de los delincuentes más buscados de aquella época: Walter Montalbo Perón, un ciudadano peruano que se había ganado la corona de Rey del Escruche.
Se decía que si Montalbo Perón le echaba el ojo a una casa de aspecto importante, que sus dueños se dieran por robados.
El hombre trabajaba solo, aunque a veces contaba con quienes lo ayudaban a trasladar los botines, por su peso y volumen. Es que los televisores de los 80 eran verdaderos armatostes, las videocaseteras pesaban como un secarropas y para mover un equipo de audio había que llamar a un flete. Las alarmas, por entonces, sólo se veían en las películas y en alguna que otra joyería importante.
Como para cumplir cabalmente con aquello de “la realidad supera siempre a la ficción”, el Rey del Escruche usaba fletes para llevarse las cosas que robaba. Contrataba los servicios y los esperaba en la vereda de las casas que robaba con todo listo para la “mudanza”. Muchas veces hasta le ayudaron a cargar. Tal era la facilidad con la que se movía en un tiempo sin alarmas ni cámaras de monitoreo. Cuando se destapó la olla y algunos fleteros fueron llamados a declarar, juraron que el cliente nunca les despertó sospechas toda vez que el Rey del Escruche operaba siempre en horario comercial. En todo caso, si actuaba de madrugada lo hacía sin ayuda y llevaba lo más valioso en el baúl y en los asientos generosos de un Torino.
Robaba en casas de aspecto importante. Con mucho arabesco en las ventanas, mucho mármol y a veces se descolgaba desde las ramas de los árboles.
Para la policía era una pesadilla que trimestre a trimestre hacía saltar la estadística. Y el correlato de aquel salto eran otros saltos: los que les pegaban desde la Jefatura de Policía a los comisarios de las jurisdicciones donde golpeaba el Rey del Escruche.
Para colmo, Montalbo Perón no se metía en cualquier casa. Le apuntaba a las que por fuera daban certeza de buen pasar económico de sus dueños. Y esos golpes que daba pegaban en una parte del tejido social que tenía gran facilidad para levantar un teléfono y quejarse “arriba”.
En ese contexto puede decirse que su último golpe había “movido las ramas” y la policía de La Plata estaba en jaque por las andanzas del escurridizo peruano, un hombre morocho, de rostro aindiado, baja estatura y una agilidad asombrosa.
Había entrado por un ventanal a una casona patrimonial en el centro de la ciudad que una entidad bancaria le había alquilado a uno de sus directivos como vivienda familiar. Se llevó de todo, incluyendo algo que no debió llevarse.
En el asiento trasero de aquel Fiat 128, el hombre al que le habían puesto los ganchos, transpiraba.
- Nosotros somos amigos, no me podés hacer esto. Yo no hice nada. Mirá, tengo palpitaciones, atinó a decirle al policía que lo había contactado “para charlar” y ahora parecía que se lo llevaba preso.
- Tranquilo, a todos los que les ponen los ganchos le agarran palpitaciones.
En aquella tarde noche calurosa en el playón del hipódromo, húmeda, envuelta en el aroma de los chorizos a la pumarola que hervían en aquellos puestos de comida que abundaban frente a las ventanillas de apuestas, la suerte de Montalbo Perón puso el giro hacia un camino sin salida.
Pero antes de aquel encuentro que permitió el dato clave para echarle el guante, pasaron cosas.
Por la importancia del robo, del robado y del robador, los investigadores fueron personalmente a la casa de la víctima en busca de datos para la pesquisa que, como en todos los hechos de Montalbo Perón, sólo tenía renglones vacíos, algún que otro dato, una dirección, un teléfono o un nombre que al fin y al cabo no conducían a ninguna parte. El Rey del Escruche no aparecía.
¿Y...qué le robaron?, preguntó el detective.
-Y...me robaron la video casetera, un reloj, la cámara de fotos..,, empezó a enumerar el directivo bancario con un dejo de fastidio.
“ A todos le roban la video casetera, el reloj y la cámara de fotos. Dígame algo que le hayan robado que no pudo haber estado en otra casa”, dijo el detective con un aire canchero que molestó al interrogado.
-“No le entiendo”, dijo el dueño de casa, a esa altura ya medio ofuscado.
- Dígame de algo que le hayan robado que sea raro, difícil de conseguir. Algo que tenía usted pero que difícilmente pueda tener el vecino de enfrente o el de al lado. ¿Me entiende?.
- Ah, si me llevaron una botella de Caballito Blanco edición Doré. Deben haber hecho 1.000 botellas para todo el mundo. Era un regalo empresario. No sabe qué whisky, una obra de arte. Imagínese que por mi lugar en el banco me hacen muchos regalos empresarios...
A tres décadas de aquella investigación el detective todavía no sabe como hizo para no hacerle al bancario una confesión que hubiese resultado brutal y escandalosa: “Me parece que anoche me estuve tomando tu whisky”.
Es que Montalbo Perón, el Rey del Escruche, era un hombre práctico y agradecido. Después de aquel escruche exitoso y de reducir a buen precio lo robado decidió “invertir” en las patas de un caballo que prometía buena ganancia. Y el dato para hacerlo con éxito se lo daría el hombre aquel que poco después transpiraría agitado, con los ganchos puestos en el asiento trasero del Fiat 128. El “datero”.
En agradecimiento al entregador de aquella fija Montalbo Perón le había regalado la botella de whisky a su “datero”. Era un tipo que conocía los rincones, los pliegues y los repliegues del mundillo del mundillo del Hipódromo en sus épocas doradas, con multitudes casi a toda hora en las tribunas, los palcos y el playón. El datero era un personaje conocido, que no le hacía mal a nadie pero que caminaba por la cornisa de la ley y del derecho. Solo que a veces tropezaba, caía y se le notaban los revolcones.
Como ahora, en que transpiraba en el asiento trasero de un “no identificable”, con los ganchos puestos.
El asunto es que el datero tampoco era de tomar mucho whisky y también andaba necesitado de obsequiar algo que lo hiciera “quedar bien”, sin lastimarse el bolsillo.
Su deuda, en rigor su necesidad de “quedar bien” con un obsequio, era con una abogada platense muy conocida en el mundillo de los tribunales. La mujer se había hecho fama de “brava” y en el ambiente del hampa, era para “recomendar”. En esos años, otros letrados que con el tiempo también se harían famosos por su habilidad para sacar presos, todavía jugaban con tierra.
Sobre la morocha había un fuerte rumor: que no era abogada y que su rol en un estudio de abogados era merodear los tribunales ofreciendo servicios de defensa a familiares de detenidos que encontraba, compungidos o llorando, por los pasillos.
“Un miserable ese Montalbo Perón. Le hice ganar un montón de plata y me regaló una botella de whisky que andá a saber de dónde la sacó. No creo que la haya comprado”
“Me llevaron una botella de Caballito Blanco edición Doré. Deben haber hecho 1.000 botellas para todo el mundo”
“A todos, cuando les ponen los ganchos les agarran palpitaciones. ¿De dónde sacaste un Caballito Blanco Doré edición limitada?”
Como sea, la morocha doctora (o no) recibió como obsequio del datero la botella de Caballito Blanco edición limitada que éste había recibido de Montalbo Perón.
Dicen que los regalos que se reciben no deben usarse para hacer otros regalos. Que queda mal y que si el “obsequiado” descubre el truco, es un bochorno. Pero también dicen que la necesidad tiene cara de hereje y que la oportunidad, hace al ladrón.
El “souvenir” pasó de mano en mano hasta llegar a las equivocadas, al menos para la suerte de Montalbo Perón.
Por cuestiones que no vienen al caso, la abogada había tenido un encuentro nocturno con el detective al que le habían asignado el caso del Rey del Escruche. Y entre otras muestras de cortesía, al cabo de una cena de charla animada, la mujer convidó a su invitado del whisky especial que, para ella, le había obsequiado un cliente agradecido y conforme: el datero.
Dicen que aquello de que los policías no beben mientras están en servicio sólo pasa en las películas. Verdad o mentira, lo cierto es que el detective aceptó el convite y su paladar acusó recibo del néctar aquel.
Cuando el banquero dio el dato sobre “esa cosa especial” que le habían robado, el brigadista estuvo a punto de decir algo que bien podría haberle costado su carrera: “Anoche me estuve tomando tu whisky”, pensó. Pero no lo dijo. Y más rápido que tarde volvió donde su amiga la “abogada”.
-¿Quién es el cliente que te regaló el whisky que me convidaste la otra noche?
La mujer entendió que no había nada que ocultar y dio el nombre del fulano del Hipódromo, del datero. El mismo que ahora estaba en el asiento trasero del Fiat 128, con los ganchos puestos y con palpitaciones.
“A todos, cuando le ponen los ganchos le agarran palpitaciones”, trató de tranquilizarlo el detective antes de preguntar otra vez: “¿De dónde sacaste un Caballito Blanco Doré edición limitada?”.
El informante no dudó: “Me lo regaló uno al que le di una fija”.
Y sin que se le preguntaran más, agregó: “Un miserable ese Montalbo Perón. Le hice ganar un montón de plata y me regaló una botella de whisky que andá a saber de dónde la sacó porque comprar, no creo que la haya comprado”, se despachó con bronca y malicia.
-Llamalo y decile que tenés otra. Que tenés otra fija todavía mejor.
El juez de Instrucción Pablo Peralta Calvo dio firmó los papeles que hacían falta para la detención del Rey del Escruche y el allanamiento de su vivienda, frente, al Parque Saavedra.
Montalbo Perón fue detenido una semana después. En el allanamiento encontraron evidencia suficiente para dar por esclarecido el robo a la casa del banquero del whisky y otros 40 hechos que habían causado ruido en la ciudad.
Las andanzas del Rey, del escruchante más escurridizo de aquellos años iban camino a vacacionar a la sombra y convertirse en anécdotas de ranchada en el pabellón carcelario donde fue a parar.
Cuando lo abordaron no ofreció resistencia, estaba desconcertado. Y cuentan que preguntó hasta el cansancio cómo habían hecho para agarrarlo.
En el baúl de su auto particular, un Torino impecable, llevaba otras botellas de whisky y licores caros que, confesaría, se había llevado de otros robos.
Los tenía a mano en el baúl del auto por si le surgía la necesidad de quedar bien con alguien, como le había pasado con el datero. Total, tomar whisky él no era de tomar.
Cuando enfrentó a la comisión policial que fue a detenerlo insistió en saber cómo habían hecho para encontrarlo. No podía creer que hubiesen dado con él, con todos los recaudos que tomaba para reducir, para transformar en dinero las cosas que robaba.
Insistió, pero lo único que oyó como respuesta fue un: “Ponele los ganchos.
EL REY DEL ESCRUCHE ERA IMPARABLE / EL DIA
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