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Dudas en medio de la crisis: ¿Cómo sigue el Gobierno de Alberto?

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

17 de Septiembre de 2021 | 00:56
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¿Cómo se sigue después de esto? Ya no se trata de las legislativas de noviembre, acaso una pelea irremediablemente perdida para el Frente de Todos, sino de la falta de certezas a más largo plazo ¿Cómo llega el Gobierno a 2023, cuando finaliza el mandato de Alberto Fernández, con esta situación que anoche se parecía mucho a la fractura interna? Estas dudas circulan en el mundo político argentino, oficialistas y opositores; entre hombres de negocios, en el ciudadano de a pie que asiste a la pública trifulca entre el Presidente y su vice mientras sigue con los mismos problemas cotidianos que antes del último domingo electoral.

El resultado adverso en las Primarias Abiertas, con un oficialismo que perdió en la gigantesca Buenos Aires y cayó a nivel nacional por casi 10 puntos, aceleró lo que, en verdad, parecía una inevitabilidad: la “dueña de los votos”, la que designó a Fernández como candidato, iba a revelarse en algún momento si estimaba que Alberto no se alineaba con su visión de país e incluso con su agenda personalísima que, quedó demostrado el domingo pasado, asoma muy alejada de la gente.

El explosivo audio con destino de hit de la diputada cristinista Fernanda Vallejos no es sólo un exabrupto personal. En el peronismo se sabe que esa diatriba configura los términos en que la vicepresidenta y su grupo -se incluye aquí a La Cámpora- conciben el rol de Fernández. Si no obedece, es un “usurpador” del sillón de Rivadavia. Si no opta por la expansión del gasto público con criterio electoral, es un empleado del Fondo Monetario.

Para ese grupo, Fernández no debe meterse en las líneas estratégicas del gobierno que encabeza. Ayer, el Presidente pareció desafiar ese apotegma: “La gestión del gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”, tuiteó. Más cólera circula desde entonces en el Instituto Patria.

Después del estupor inicial por el “ultimátum” que supuso la renuncia en masa de los ministros y funcionarios ligados a Cristina, el círculo que rodea al Presidente, él mismo incluso, mostraba anoche un cierto envalentonamiento, rozando la euforia.

Puede mostrar Fernández el respaldo de parte del sistema de poder e influencia peronista: algunos gobernadores, la Confederación General del Trabajo (CGT), el siempre temible Hugo Moyano, varios movimientos sociales, especialmente el Evita que en verdad integra el gobierno y organizó una marcha de respaldo que luego se desactivó.

Los voceros oficiosos acercan la exageración de que, intramuros, se evalúa que hasta puede hablarse ahora de un incipiente “albertismo”, esa movida que le reclamaron los intendentes del PJ a Fernández desde el inicio de su gestión pero que éste declinó para no hacer enojar a Cristina. Casi que la dan a ella como involuntaria mentora de ese alumbramiento. Usan la palabra “traición”. Del Instituto Patria hacia Alberto, no a la inversa claro.

Como si nada profundo pasara, anoche se decía insistentemente, acaso para remarcar el supuesto estado de certezas que impera en la Rosada, que el Presidente no suspenderá su viaje programado a México, que debería comenzar hoy, para verse con Andrés Manuel López Obrador, su amigo y socio rosqueador en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (CELAC), que Fernández aspira a presidir. Si viaja Alberto, queda a cargo del gobierno Cristina.

El discurso oficial, lo que supuestamente es prioritario para el Presidente, gira en torno a la necesidad de seguir preservando la unidad de la alianza gobernante, eso que se conoce como Frente de Todos. ¿Es factible? ¿Hay margen para eso, ya no sólo después del virtual vaciamiento del gabinete, sino luego de la extensa carta que ayer, cerca de las 19,30, la propia Cristina publicó en su sitio web y en la que acusa a la Presidencia de hacerle “operaciones de prensa”?

La vice apunta allí contra el vocero Juan Pablo Biondi. Según lo que se venía comentando en el poder, otros apuntados son el secretario General Julio Vitobello, el jefe de Gabinete Santiago Cafiero y el ministro de Economía, Martín Guzmán. Cristina ayer, sin embargo, se encargó de aclarar que en ningún momento pidió la renuncia de éste. No dijo nada del resto de los señalados.

¿Cómo se llega al 2023 cuando el ala cristinista cree que hay que pegar un volantazo que implica, muy resumidamente, expandir el gasto público, en especial el social; mantener subsidios a la energía para planchar tarifas; pagar todo eso con emisión monetaria y toma de deuda interna e imponer condiciones a un acuerdo con el FMI, no negociarlas; mientras que el albertismo, con Guzmán a la cabeza, se supone que busca algo un poco más prudente (léase ajuste en el primer semestre de este año), con posturas más conciliadoras con el organismo internacional porque considera indispensable un entendimiento para el despegue de la economía?

¿Como se llega si la vice le dijo ayer a Fernández en esa carta lo mismo que Vallejos en el audio: que perdieron las PASO por la política de ajuste de Guzmán, porque -como pidió ella el año pasado en La Plata- no se “alinearon salarios, jubilaciones y precios”? O sea: se perdió por vos.

Alberto debe resolver qué hace. Todas las opciones serán dolorosas.

Aceptar las renuncias K y volcarse a un peronismo más clásico para armar su gobierno y procurar la recuperación -o construcción- de su liderazgo, es una. Suena mucho a la salida de Cristina y La Cámpora del oficialismo. No está claro si, por ejemplo, los gobernadores pondrán el cuerpo ante ese escenario, más allá de la retórica expresada hasta ahora.

Olvidar los tiroteos y volver a arreglar con Cristina es otra, lo que supone no sólo entregar a los propios sino alinearse con su visión económica y de acción política. Tal vez un remedio peor de la situación pre-crisis.

Encontrar una situación de equilibrio que no implique ninguno de los anteriores extremos. Algún nombre sacrificado de ambos lados, cierta negociación por la economía, pactos de no agresión y una especie de relanzamiento del gobierno.

La única certeza que aparece es que Argentina asiste azorada a las consecuencias de ese experimento desconocido que introdujo Cristina en la política: un presidente cuya legitimidad de origen, la mayoría del caudal de votos que lo hicieron ganador, no le pertenece.

 

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