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Los gestos de Rosenkrantz y Rosatti hablaron por sí solos / AP
Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
Fue en el minuto 110 de su discurso ante la Asamblea Legislativa que Alberto Fernández se refutó así mismo. Hasta allí se había vendido como un presidente moderado, una cualidad que según él le permitió ciertos logros de gestión. Como la refinanciación de la deuda heredada con el FMI, su salida al mundo buscando vacunas contra el Covid y demás gestos de auto percepción de estadista.
Pero, claro, pasó de supuesto moderado a talibán cuando la emprendió contra la Corte Suprema de Justicia en lo que fue el “súmmum” de su intento por agradar casi todo el tiempo, por congraciarse, con el cristi-camporismo, que no quiere que vuelva a ser candidato a presidente.
“No hay una embestida contra la Justicia”, dijo el hombre que justamente encabeza desde el Poder Ejecutivo la estrategia para llevar adelante el juicio político al máximo tribunal, basado sobre todo en sus fallos judiciales, no en sus conductas. Porque el pedido de enjuiciamiento, hay que recordar, lo mandó la Rosada al Congreso.
La cautelar en favor de la CABA para que le restituyan a ese distrito el recorte de coparticipación fue el argumento presidencial para decir que la Corte se quiere meter en la ejecución presupuestaria de otro poder del Estado. La negativa del Tribunal a aceptar la triquiñuela legislativa del kirchnerismo para ganar un lugar que no le corresponde en el Consejo de la Magistratura también fue expuesto como argumento de la guerra. Es decir, la tesis del cristinismo para apuntalar la cruzada anti justicia en el parlamento. Una vez más, Alberto los hizo propios dejando girones de dignidad ante una Cristina Kirchner que, a su lado, ofrecía el mismo gesto en su rostro que si estuviera hablando un adversario político.
Sentados a escasos metros del Presidente por protocolo, los dos jueces de la Corte que aceptaron la invitación a sabiendas de lo que se venía, Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, estuvieron todo el tiempo con impertérrita cara de seria, con los ojos al frente. Más los apuntaba Alberto, menos se inmutaban. Saben, en definitiva, que el tiempo juega a su favor.
Fernández, así, dejó lo más picante para el final. Provocó la previsible ira de la oposición, la mayoría de cuyos representantes bostezaba en sus bancas por un discurso monótono y lleno de cifras auto elogiosas, casi siempre dibujadas por generalidades (como decir que hay pleno empleo en todo el país sin aclarar el rol de los planes sociales en ese dato) o sin citar las fuentes.
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En verdad, esto pasa siempre en la apertura de sesiones: el presidente de turno enumera sus acciones de gobierno; siempre las positivas, nunca la auto critica por lo no realizado. En el caso de Fernández, como viene pasando desde el inicio de su gestión, persiste la compulsión de depositar culpas en el otro: pandemia global, guerra en Ucrania, Macri. La épica albertista supone que a pesar de todo eso que supuestamente generó desigualdad, debacle energética y crisis alimentaria, el país de Alberto logra ofrecer cifras de Escandinavia.
Según sus palabras, el Presidente regaló ese bodoque de datos a la población desde el Congreso porque es víctima de una “sistemática desinformación” producto de que los medios de comunicación hacen un “cerco informativo” y construyen una “tergiversación de la realidad” al no mostrar todo lo bueno que se hace desde el gobierno y hablar, por ejemplo, de la inflación que carcome el salario o del apagón masivo que sufrió ayer el país por la caída de Atucha; una pavadita.
Máximo no fue a la Asamblea; su modo de mandar un mensaje desaprobatorio
Ese pedido de un diario de Yrigoyen pero al revés es, en definitiva, la tara de siempre contra los diarios y los canales independientes, una vieja obsesión kirchnerista.
Una novedad en los discursos de Alberto resultó la estrategia de su equipo de comunicación de darle una cierta carnadura al relato sobre que los logros le han cambiado -para mejor- la vida a los ciudadanos de a pie. Así, una decena de veces se pararon en las gradas una trabajadora de la construcción, un pequeño empresario, investigadores científicos, docentes, alguien que pudo sacar un crédito hipotecario y no murió en el intento y demás personas de a pie.
El truco no es nuevo, ya que lo usaron aquí macristas y kirchneristas anteriormente y en otros países varios presidentes en campaña. Puede leerse como un intento de empatizar con el otro, de ponerle caras a las cifras positivas incomprobables, de refutar a los “propaladores de malas noticias”. Discutible. Destinado, en definitiva, a aquellos a los que el mensaje presidencial fue direccionado: a los propios, al universo frentetodista.
Porque Alberto tuvo varios gestos hacia Cristina. Como cuando menciono el intento de asesinato contra la vicepresidenta como un hito vergonzante de los 40 años de democracia; o cuando tomó la teoría del lawfare para definirse a sí mismo como alguien que “está al lado de ella cuando es perseguida injustamente”; o cuando aseguró que en el juicio que terminó con la condena por la causa Vialidad “no tuvo garantías de justo proceso”, algo que no es cierto.
Sin embargo hay un detalle que no pasó desapercibido en la tropa kirchnerista: Fernández nunca habló de la “proscripción” de Cristina, que es el mantra engañoso que repite la tropa leal a la vice. Habló de que se buscó su “inhabilitación política”, que no es lo mismo porque a todos los condenados por corrupción les prohíben ejercer cargos públicos.
Otro dato, tal vez demasiado finito pero probablemente no inocente: otra vez recordó el Presidente que cuando él se vaya nadie podrá espetarle causas por corrupción. ¿Una alusión a la familia vicepresidencial? Nunca sabremos el grado de aprobación de Máximo Kirchner al discurso: no fue a la Asamblea, su modo de mandar un mensaje desaprobatorio a la gestión.
Por cierto, Alberto no dijo cuándo pretende dejar el cargo. No insinuó su reelección, más allá del grito perdido de algún albertista ubicado por allí que agigantó lo obvio: la falta de apoyo contundente en el recinto pero sobre todo en la calle, donde la movilización a su favor fue casi de compromiso. Algún intendente, ciertos piqueteros. Sólo los carteles que se pegaron en las inmediaciones del Congreso, con su foto y el mensaje de continuidad, aludieron directamente al tema, que por estas horas es el gran factor de quiebre con la tropa kirchnerista pura.
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