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Información General |Una recorrida por los carruseles de la Ciudad

Inmunes al paso del tiempo, las calesitas platenses siguen girando

Volvieron a ganar centralidad por el posteo de Juana Repetto, pero nunca perdieron su encanto ni su clientela. Historias de quienes siguen manejando la sortija. Los cambios que debieron introducir para sortear la inseguridad, el vandalismo y las crisis económicas

Inmunes al paso del tiempo, las calesitas platenses siguen girando

Parque Alberti. El carrusel de 25 y 38 sigue siendo una de las principales atracciones / César santoro

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

30 de Julio de 2023 | 06:05
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Una historia que Juana Repetto subió hace pocos días a su cuenta de Instagram generó una polémica increíble, al sugerir algo así como una “campaña para cerrar las calesitas”, porque su hijo Toribio se lastimó en uno de esos dispositivos que los propios chicos operan con un volante en el centro. Contra esos juegos iba la furia de la actriz, pero su posteo redirigió hacia ella la de los calesiteros y fanáticos de tiovivos, que, entre tanto ruido, dejaron bien en claro que aquel amor es inmune al tiempo, aunque los propios carruseles acusen en sus estructuras las huellas de su inexorable paso.

La primera calesita argentina, fabricada en Alemania, se instaló entre 1867 y 1870 en el antiguo Barrio del Parque, que quedaba entre lo que hoy es el Teatro Colón y el Palacio de Tribunales, en la Ciudad de Buenos Aires. La impulsaba un caballo, hasta que en 1930 llegó el primer motor naftero.

En La Plata, cuenta la investigadora histórica local Cristina Espinosa, “los primeros calesiteros buscaban un terreno más o menos prolijo y con una población cercana, siempre pensando en hacer felices a más niños”. Uno de ellos era Don Jesús, que llegaba a la Ciudad “con su carro tirado a caballo, trayendo a cuestas la calesita desarmada. La ubicaba en 6 y 68”.

De ahí, explica, “venía el grito ‘llegó don Jesús’”. Y mientras él tocaba un organito alemán que cambiaba de sonido con una pequeña palanca, “el caballo daba vueltas alrededor para hacer girar la calesita, lo que para los chicos era un atractivo más”. Con anteojeras para no marearse, el animal paraba cuando terminaba la música y “Don Jesús aprovechaba para regalar la sortija, con un viaje gratis”, suma Espinosa.

¿Qué pasó con esa magia? Hace una década había en la Ciudad unas 20 calesitas. Ahora, no llegan ni a la docena. Sin embargo, a las que persisten nunca les faltan clientes.

“REVIVIR MI INFANCIA”

“Yo vengo de un pueblo chiquito, Gonzales Chaves, donde era muy tradicional ir a la calesita”, dice Sebastián, que aprovechó la tarde de sol en vacaciones de invierno para ir a la plaza de 19 y 66 con su mujer, Soledad, y sus dos hijos. “Para mí, venir a acá es como revivir mi infancia. Me divierte; no sé por qué”.

“Venimos seguido -aporta Soledad-; a ésta y a otras calesitas; el tema es que en algunas no te aceptan tarjetas ni QR y las vueltas están un poco caras”.

En casi todas, el pase vale 250 pesos, aunque la mayoría tiene algún tipo de promoción (dos fichas por una, por ejemplo) o atractivos adicionales, como jueguitos, peloteros o inflables. Como sea, “a mí me encantan”, cierra Soledad, mientras el más chiquito le reclama una vuelta más. “El mayor se engancha con otras cosas; hasta que ve la calesita y también me pide que lo suba”, reconoce ella.

Dentro de la caseta, Leandro Vega (20) vende los boletos y pone la música, que en buena parte depende “del pendrive que tengamos ese día”, cuenta, aunque siempre son canciones infantiles o con buen ritmo. Se encargaba también de la sortija, hasta que hace poco “se perdió, o se rompió el gancho; no sé bien”.

Mientras suenan Los Totoras con su “Márchate ahora”, este joven que terminó recientemente la secundaria y se tomó un tiempo para decidir cómo seguir, dice que el trabajo en la calesita le gusta porque “no estoy encerrado”.

Para Silvia Steiner (68), en cambio, la calesita de 14 entre 64 y 66, justo enfrente del Hospital de Niños, es parte medular en su vida.

Para ser justos, se trata de un carrusel estilo veneciano de fibra y bronce, con caballitos que suben y bajan, que ella y su marido le compraron hace 25 años a uno de los dos grandes hipermercados que se instalaron en La Plata hacia finales del siglo pasado. Hasta entonces, tenían mini kartings en la República de los Niños.

En todo este tiempo los cambios fueron fenomenales, en buena parte precipitados por una pandemia que paró las calesitas (entre tantas otras cosas) por ocho larguísimos meses. Sin embargo, es inalterable la atracción que los chicos sienten por el girar repetido en tres minutos, a ritmo lento y con música “al palo”, como banda de sonido de esos primeros paseos en relativa soledad.

“Les sigue gustando”, confirma Silvia, mientras señala la entrada del hospital y agrega que, “por el lugar donde estamos, algunos vienen de pueblos que no tienen calesitas. Los chicos siempre serán chicos, el problema son los padres. Y muchos no los cuidan. Dos por tres hay que bajar la música y aplaudir porque un nene se quedó solo”.

Steiner atesora muchísimas historias de niños que pasaron por el hospital y su calesita, pero prefiere no contarlas: “Me hace mal”, confiesa, y los ojos claros se le llenan de lágrimas que contiene mientras atiende a clientes que le piden fichas o globos con helio, que sumó para recaudar un poco más.

Es que ella vive en Berisso, viaja todos los días a La Plata y está jubilada, aunque paga monotributo, seguro, un canon por el uso del predio y el permiso para espectáculos públicos. No tiene sortija, porque “antes había un chico que se dedicaba a eso, pero ya no”. No obstante, aclara “la vueltita la tienen igual”, porque el acceso al carrusel es gratuito para chicos con discapacidad, quienes viven en hogares o van a comedores.

Dos cuestiones que golpean fuerte a los calesiteros son el delito y el vandalismo. Y no es de ahora. Por caso, relata Espinosa que en Parque Saavedra se instaló una calesita en 1943, con una cubierta original de juncos, que “quedó fuera de servicio en 1979, víctima de robos e incendios”.

“Recreaba situaciones campestres directamente vinculadas con la historia del predio de la antigua chacra de Luis María Saavedra”, explica.

La boletería en la que atiende Silvia “tenía antes un vidrio, pero me la quemaron, perdí todo y ahora parece que estoy en un cajón, sin poder ver quién entra ni sale” de ese predio que está cercado, a su vez, con un alambre perimetral. “No sé hasta cuándo voy a seguir”, admite, “tengo muchas ganas de vender todo; ya no da para más”.

La inseguridad y la época del año marcan el horario de las calesitas en La Plata. En invierno suelen funcionar de 15 a 19, y, en verano, de 17 a 21, dependiendo de la zona, y si no se pone “picante”.

“ESPÍRITU DE PAYASO”

Rodolfo Picone lo sabe bien, por estar vinculado a este mundo tan particular desde hace más de 30 años. Tenía una calesita en Plaza Belgrano, dice, pero “entraban muchos vándalos, me cansé y vendí mi parte”. Enseguida se puso a buscar otra y dio con un hombre que tenía una desarmada en su casa de Los Hornos: “Se la compré y la armé con la ayuda de un maestro carpintero y un albañil”. La instaló en 2003 en 51 y 23, en el Parque San Martín, cerquita de la Rosa Mística. La bautizó Triki Trak: “Por el ruido”, explica, “¿escuchás?”

Varios años después, resuelto a estar más presente en la crianza de su hijo recién nacido, la vendió. “Me pagaron solamente una de las cuatro cuotas pactadas”, lamenta y, tras darla por perdida, logró recuperarla en 2019.

Rodolfo aprovechó los meses de “parate” de la pandemia para reemplazar los espejos de los paneles por un material que no represente ningún peligro para los chicos. Como el resto de sus colegas, sumó inflables, juegos, una casita para ver pelis y también bancos para que los padres y abuelos traigan el mate y pasen la tarde.

Mientras cuenta su historia, dos nenas giran arriba de un botecito verde y amarillo. Hace frío, amenaza con llover y suena el Pollito Pio, pero ellas reclaman a gritos la sortija.

“Yo juego con los chicos porque soy payaso e hice mucho teatro para chicos -dice-; veo a muchos calesiteros que salen de la casillita y les dan la sortija; así no tiene gracia. Se las peleo y la tienen que ganar; cuando la sacan ¡pegan unos saltos!”.

“Una vez un padre me dijo ‘vos te divertís más que los chicos’. Y le respondí, ‘lo que pasa es que les robo la energía’”, se ríe, y se emociona, todo junto: “También pongo canciones para los grandes, porque esto tiene que ser una fiesta. A veces vengo mal y se me pasa enseguida. Hoy vino una nena de 6 años que tiene su banco favorito. Se llama India. Ya le prometí que voy a poner su nombre cuando lo pinte”.

Desde la boletería de los juegos de Parque Alberti, en 25 y 38, Leandro (44) desmiente que los chicos hayan perdido el interés en las calesitas.

“Es como una tradición que pasa de generación en generación. Por ejemplo, desde que empecé acá he visto a muchos que venían cuando eran nenes y ahora traen a sus hijos”, asegura. El interés, claro, repunta cuando el clima es amable y hay vacaciones.

En este precioso carrusel repleto de luces, espejos e imágenes de personajes infantiles clásicos, también hay música para todas las edades. “Depende”, dice Leandro; lo importante es que no sea aburrido.

“SE ROBARON LA SORTIJA”

En la calesita de 2 y 530, en cambio, los paneles centrales tienen fotos de Favaloro, El Chavo, Carlitos Balá, las tres selecciones campeonas y los escudos de Estudiantes y Gimnasia. Después de todo está enclavada en el corazón de Tolosa. La atiende Vanessa (37), que mitiga el frío con gorro, guantes y bufanda, mientras vigila atenta a su hijita de 4 años.

“Es una felicidad tener abierta esta calesita y ver a los chicos divertirse sin usar tantas pantallas. Acá vienen desde bebés hasta pibes de 18 años”, señala Vanessa, aludiendo a varios alumnos que salen de la escuela, vienen y se suben”. No puede explicar cuál es la magia de girar lento, sin que cambie demasiado el paisaje, pero reconoce que cuando comenzó a trabajar, hace unos meses, se subió para probar “esa sensación de ser niños de vuelta. Y es relajante”, reflexiona.

En este caso, el pase incluye 15 minutos para disfrutar de la calesita y de los juegos, entre ellos un pelotero y cama elástica. Cuando se cierra, guardan todo en una casilla con candado, dentro del predio cercado con un alambre con candado, al que manos anónimas limaron hace dos meses. Pese a todo, Vanessa confiesa que ella y su hijita se enamoraron de Tolosa y de su gente, por lo que planean instalarse allí: “Nos cambió la vida; antes estábamos encerradas en un departamento del centro”, dice.

También estudia Medicina Agustina, quien trabaja en la calesita de 13 y 39 y admite disfrutarlo. “Teníamos sortija, pero hace como un año se robaron la parte de abajo. Por eso ahora les ofrezco una llavecita (a cambio de una vuelta gratis), aunque ellos no se enganchan tanto con eso”, aclara. Asegura la joven que allí también concurren, contra todos los pronósticos, “muchos adolescentes”. Y, sin importar la edad, los favoritos de todas las edades son los caballitos.

Ya lo dijo Antonio Machado: “Pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera… Yo conocí siendo niño, la alegría de dar vueltas sobre un corcel colorado, en una noche de fiesta”.

 

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Parque Alberti. El carrusel de 25 y 38 sigue siendo una de las principales atracciones / César santoro

Silvia Steiner. Vive en Berisso, pero pone a andar la calesita de Parque Saavedra todos los días, desde hace 25 años / G. Calvelo

La calesita de plaza Belgrano que tantas vueltas ha dado para alegrar a miles de chicos / César Santoro

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