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Alejandro Castañeda
La biblia de la japonesa Marie Kondo era simple y clara: orden, austeridad y limpieza. Practicarlo en casa y reflejarlo en la vida. Soltar lo que sobra, quedarse sólo con lo que te sirve y abandonar lo que ocupa lugar y molesta. Para ella, soltar fue su verbo purificador. Hay que retener -decía- apenas lo indispensable. Hacer a un lado el lastre que fuimos armando y adoptar una vida despojada y con menos alrededores. Difundió el desapego como la mejor forma de estar. Un viejo manual de ascetismo y modestia que debería ser una receta para los ocupantes –pasados, presentes y futuros- de la Casa Rosada, ese lugar donde el soltar y el retener se les confunde mucho. Lo de la Kondo fue un sistema metódico y austero que recomendaba andar más ligero que sobrecargado. Sus consejos la hicieron famosa y millonaria. Cobraba hasta para reorganizar una mesa de luz. Pero los placares fueron su botín preferido. Todos se apuraban por arrojar algo. El desecho pasó a ser una fórmula aliviadora. Y Marie apeló a un minimalismo doméstico para enseñarnos que un hogar no debe ser un depósito de objetos para acumular nostalgia sino un espacio sin obstáculos para que la vida pueda fluir a sus anchas.
Abandonar las añoranzas que duelen es una receta que los seres humanos se han empeñado en practicar, pero no hay caso, no se aprende. A veces el corazón elige seguir apegado a lo que más le cuesta. Las teorías de Marie Kondo, que primero se exageraron y respetaron, ahora claudicaron: ella aconsejaba llevar poco equipaje en este corto viaje, liquidando dañinas sobrecargas y dejando pesadas mochilas en el olvido o en el cajón de residuos. No es tan sencillo. Cada uno al final suelta lo que puede y acaba reteniendo lo que no quiere.
Algunos trataron de darle a su recetario un propósito más hondo y superador: Qué hacemos -preguntaban- con esos recuerdos que no se van nunca del armario. Cómo poder embolsar esas penas que ningún camión de mudanza se las lleva. Cómo ordenar el alma, cuando entre lo que sobra y lo que falta, no te deja vivir tranquilo. Pero Marie Kondo no escarbaba en esas habitaciones tan íntimas y oscuras. Lo de ella era casi un pedagogía de lo superfluo, no de las emociones. Aunque la palabra soltar tiene mayores alcances, Marie enseñaba a largar lo innecesario para que el ámbito hogareño no sea un espacio indómito y usurpado por objetos que sirven como simple evocación.
Pero, al final, su filosofía aliviadora se le vino abajo. Ella ahora se rindió. Casada y con tres hijos (lo de soltar al menos no lo usó con su marido) ha terminado reconociendo que no siempre las buenas ideas funcionan en la vida real. La exitosa ‘influencer’ al fin reveló que, con tres críos a la vista, la milonga del orden ya no le parece tan importante ni tan alcanzable. Ellos le enseñaron que es la dicha de vivir el único mandato que debe ocupar todos los espacios. Le dijo al Washington Post que esta nueva faena le ha hecho hasta alterar el juicio sobre el verdadero valor de los objetos. Hoy sus hijos irradian un desorden encantador que alteró la coreografía de la convivencia hogareña. Y aquella mujer hacendosa y prolija es un manojo de nervios tratando de gobernar un espacio desbordado donde el reloj, los llantos, los chiches y la teta se disputan una morada desarreglada y feliz. Oportunista, talentosa y persuasiva, dice que tiene un marcha un nuevo libro donde al orden lo pone en el estante de lo deseable no de lo necesario y donde reivindica esos hogares revueltos que exigen más tiempo, pero aportan mucha vivacidad, sueños y alegría.
En este país, donde la cosa no está para andar soltando nada, el credo de esta Marie Kondo arrepentida se viene cumpliendo forzosamente: la inflación nos va obligando a no poder reponer nada y a despegarnos cada día de más cosas. Los funcionarios, unos maestros en el arte de retener todo y no soltar nada, siempre apuestan al arraigo. Y el pueblo, acuciado por decepción y carencias, ha terminado convirtiendo al desprendimiento, más que en una filosofía, en un destino. El hombre no necesita a Marie Kondo: Nosotros no soltamos nada, es la vida que nos va soltando.
Con tres hijos, a Marie Kondo la milonga del orden ya no le parece importante ni alcanzable
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