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Lisandro Alonso: “No me interesa contar ni que me cuenten historias”

El cineasta estrenó esta semana "Eureka", un viaje desde el western hasta el realismo mágico protagonizado por Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni 

Lisandro Alonso: “No me interesa contar ni que me cuenten historias”
Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

16 de Marzo de 2024 | 01:48

La nueva película del cineasta Lisandro Alonso, “Eureka”, estrenada el jueves en salas porteñas, teje a través de un hilo una conexión entre los pueblos originarios de América, desde la fría Dakota del Sur hasta la selva sudamericana. 

Un viaje que el propio Alonso fue realizando a través de intereses y preocupaciones, que comienza con un western clásico, en blanco y negro, casi una sátira con Viggo Mortensen, y salta del cine a la cruda realidad de Pine Ridge, una reserva estadounidense sumida en la pobreza donde una oficial de policía navega la noche en su camioneta intentando controlar la pulsión incontrolable de autodestrucción de una comunidad, mientras su sobrina pasa la noche esperándola. Cansada, Sadie decide, finalmente, dejar de esperar y viajar a Sudamérica convertida en una garza: un giro del western al realismo mágico, a la fábula.

El mismo viaje que realizó Alonso realiza el espectador, en una película que, como casi todo su cine, es una experiencia visual, plástica, antes que una historia. De hecho, dirá en algún momento de su charla con EL DIA, no le interesa contar historias sino mostrar espacios. “No me considero un artista plástico”, explica Alonso, “pero me gustaba la idea de poner en un marco dos o tres ideas que remitan a una esencia de pueblos originarios, y ver qué conexiones podía hacer a través de esos tres circuitos donde transita la película”.

Desde “Jauja”, revela, quería filmar una película “de indios, desde el cliché”, y esa idea fue la que inició el trabajo de guión con Fabián Casas, otra vez, y Martín Camaño. En ese mismo momento, post-”Jauja”, Alonso fue becado en Estados Unidos, y viajó a Boston y Nueva York. Parecía el momento ideal para filmar ese western viejo, pero, como el propio Alonso confiesa, ese volantazo no llegó “y finalmente no terminé haciendo algo tan diferente a lo que venía haciendo”.

Esto es, filmar al hombre solo ante la naturaleza, filmar la naturaleza, filmar casi sin palabras: “Eureka” se estrena, entre otros espacios, en la porteña Sala Lugones, donde tiene lugar una retrospectiva del autor que deja ver cómo su cine ha puesto la lente siempre en “gente que vive de manera precaria, cerca de la naturaleza”. En este caso, mientras buscaba locaciones para su western que ya mutaba a otra cosa, le preguntó a Mortensen, protagonista de “Jauja”, si conocía alguna reserva en la que podía trabajar: Viggo le señaló Pine Ridge, y Alonso encontró un lugar de unos 50 mil habitantes muy deprimido, “casi un ghetto, un lugar áspero de verdad, promedio de vida 50 años, suicidio infantil: un micromundo en el que fueron obligados a estar”.

Entonces, “me pareció interesante mostrar esa parte de Estados Unidos, me daban más ganas de filmar ahí antes que en Manhattan”, cuenta el director de “La libertad”. Así apareció la idea de esta policía que, “a lo ‘Policías en Acción’”, viaja por la reserva, casa por casa, descubriendo esa insostenible realidad. “Y no mostramos ni el 10% de lo que pasa ahí… Es una locura cómo viven, pasados de droga… Y es algo que se podría solucionar fácilmente, y no hay decisión política para curar esa herida de hace tantos años”.

La sección de la película que transcurre en Pine Ridge comienza con los nativos del lugar mirando, distraídamente, el western clásico, casi satírico, que protagoniza Viggo Mortensen. Una idea, dice Alonso, que le apareció cuando encontró esa reserva tan alejada de la representación canónica del indio en el cine: “¿Quién representó a esta gente en el cine? El western, que invadió a todo el mundo. Hoy en día la mitad de los westerns no se podría filmar por cuestiones ideológicas, entonces empecé a pensar a quién sirvió esa industria. Y pensando que el western tuvo una penetración como las que tienen hoy las plataformas: de acá a 30 años, cuando pensemos las plataformas, ¿cómo las vamos a pensar? ¿Uno se siente identificado con las historias que vivió durante 30 años, me puedo sentir identificado con lo que veo ahí? Me lo pregunto. Y lo planteo en ese prólogo, que es un poco una farsa, que cuando pasamos al presente lo miran de fondo: no se ven reflejados en esos westerns, ni por asomo”.

Y de esa realidad cruenta escapa Sadie a través de la fantasía, hacia lo que Alonso denomina la “parte verde” de su película, una sección “más lúdica, más romántica”, que retrata una comunidad “que vive todavía en una selva verde, y todavía puede hacer usufructo de la naturaleza, de cazar, de pescar, de vivir de lo que está cerca suyo”.

- Pero parece haber un hilo conductor: todos tienen la fiebre del oro, todos se matan entre ellos.

- Es que somos todos humanos, somos todos iguales, no es que los indios son un romanticismo. No veo diferencias entre los argentinos de 2024 y los que habitan en la selva, en la película, no veo diferencias: nos despertamos, nos contamos los sueños que tenemos, escuchamos propuestas, proyectos de los otros, y sabemos que nada de eso que escuchamos va a ser real, tangible. Tengo 48 años: siempre Argentina fue para atrás. Y tengo que agradecer que el clima nos ayuda a no morir de frío: si tuviéramos las condiciones de vida que hay en Estados Unidos, la mitad de América latina estaría muerta. Igual nos matamos, tenemos hijos, jugamos a la ruleta, pero eso pasa en todos lados, desde “Barry Lyndon”, pasa en las mejores monarquías: el tema que siento es que Pine Ridge queda en Dakota del Sur, a 10 kilómetros de Nebraska, y la diferencia de edad entre Pine Ridge y Nebraska es de 20 años, 50 en Pine Ridge, 70 en Nebraska. Hay algo que atañe a la condición humana que no estamos atendiendo, y eso habla del mundo en el que vivimos. Y creo que esta película, en el mejor de los casos, no se termina con los créditos, ahí recién empieza, queda en la cabeza, incluso para mí: ese es el trabajo que tiene que hacer la película.

- Mencionás los sueños que, durante la parte verde de la película, se cuentan en la comunidad al levantarse. ¿Qué rol tienen esos sueños en comunidades postergadas?

- Son pequeños rituales, costumbres, de cualquier sociedad. Tener sueños te mantiene atento a tu condición de estar vivo, invertir tu tiempo y tu energía en algo que te hace sentir mejor. Sin eso, creo, queda poco, sobre todo en lugares donde lo que recibimos como ciudadanos es poco. El entorno no me tira muy para arriba… pero yo sigo pensando que voy a hacer una película más. Y no sé qué va a cambiar hacer una película nada, para mí, nada, el cine cambió, y nunca tuve una gran relación con los espectadores por el tipo de película que hago… pero aún así quiero gastar mi tiempo y mi energía en llevar la cámara y los micrófonos a lugares donde siento que yo aprendo estando ahí. Si tiene valor para otros, no lo sé. Quizás, para mis hijos, cuando me pregunten por qué fui a filmar a Dakota del Sur… cuando les explique, quizás me de cuenta por qué lo hizo, y quizás ellos le encuentren valor. 

- Con el cine has ido a filmar por varios países, no solo en Dakota del Sur.

- Sí, para un pibe como yo que su primera película era “un día en la vida de”. Yo tengo mucha suerte de poder filmando con las películas que hago, fui tenaz, obstinado, pero estuve en el lugar adecuado en el momento adecuado. Y filmé en Portugal, en España, en Estados Unidos. Yo me voy corriendo la vara, pero me cuesta a veces llevar adelante el bote, a veces es un yunque. Cuando empecé esta película mi ex pareja no estaba embarazada: hoy mi hija tiene 9 años. No tengo ganas de dedicarle tanto tiempo a una película, no se si vale la pena, ni aunque hagas “El Padrino”. Por eso creo que el título es atinado: cuando escribía “Eureka”, ya empecé a sentir, a vislumbrar, dónde quiero pasar el resto de mis oportunidades cinematográficas. Ya sé que va a ser cerca de la naturaleza, con gente que vive como vivían los que primero pisaron la Tierra, alejados de ciertas convenciones culturales, de ciertos vicios que no son propios del ser humano que yo quiero observar, de la conducta humana que quiero tratar de entender, y que ya me cuesta un montón. Somos muy complejos, la forma que tenemos de comunicarnos, la palabra, es un desastre, no estamos hoy muy lejos del western, levantás la cabeza y se están cagando a tiros, y los que no están en guerra están sufriendo las consecuencias del calentamiento global, o subdesarrollados, con problemas básicos de democracia… Lo veo todo muy complejo, capaz es nuestra condición de argentinos, que no ayuda mucho.

- Decías que en futuras películas pensás que vas a ir a buscar estas otras sociedades, más descontaminadas de esta complejidad… ¿En busca de qué vas ahí, de una esencia, de algo diferente?

- Quiero entender cuál es la esencia de lo que debería ser el ser humano. Suena solemne: pero es básicamente tratar de entender quién soy, para qué estoy acá, cómo deberíamos ser las personas, o al menos cómo no deberíamos ser para no cagarle tanto la vida al prójimo.

- ¿Y pensás que si exploraras un cine más de ciudad esa búsqueda se llenaría de ruido?

- Y, ahí ya siento que mete la cola el Diablo, ya tenés que meterle una billetera al protagonista. Entonces, ya tenés que ver de qué trabaja, cómo hizo para llegar a ese puesto, cómo se las arregla para seguir teniendo trabajo… Empieza a entrar la palabra, la palabra, la palabra, el relato, de dónde viene, hacia dónde va… Y yo desconfío mucho de la palabra, no sé si es por los políticos que tuvimos, pero le desconfío, le desconfío a los libros de historia: desconfío del ser humano. De hecho, trato de filmar los espacios: creo que en mis películas los lugares son más importantes que las personas. Inevitablemente tengo que poner personas dentro del cuadro, pero creo que hay lugares que hablan más del estado del mundo que lo que podría explicar un personaje. Hoy todo el mundo tiene un teléfono en la mano desde chico, el espectador no es más ingenuo, te sabe leer una imagen en un segundo, entiende si un personaje está vestido con un pantalón de 2 dólares o de 500, y si costó 500, bueno, este pibe tiene 500 dólares, ¿de dónde los sacó? Y, la verdad, eso viene aparejado de una marea de información que a mí me abruma, no le puedo seguir el ritmo a este tiempo.

- Hablando de la palabra y de los tiempos, es algo que me gusta de tu cine: provoca una inmersión en otro tiempo, en un silencio, lejos del ruido de la ciudad. ¿Te interesa alterar ese vértigo del ruido en el que vivimos?

- Creo que es algo inconsciente, que deriva de que yo desde el guión sé dónde voy a plantear la película: en lugares donde no haya muchas voces humanas, ni tecnología que precisa la gente para moverse, para trabajar… No pongo la cámara en una fábrica. Yo me relajo, me dejo llevar… y empezás a ver gestos, todo se transforma en trascendental, al no estar todo sobrepoblado de voces e información uno le da cada detalle una connotación. Me parece bien que no te agarran de la nariz y te paseen por el guión que alguien escribió: no me interesa contar ni que me cuenten historias.

- Hablamos mucho de Argentina. ¿Cómo es estrenar mientras el cine parece camino a su vaciamiento?

- Siendo egoísta, siento alivio que me dio tiempo a estrenar (risas). Siendo más humano, es una lástima, es muy triste. Pero yo no me puedo quejar, pase lo que pase en el mundo, con los plataformas, y en Argentina con la cultura audiovisual, yo me di el lujo de filmar seis películas, trabajé con Viggo Mortensen, con Chiara Mastroianni, de llevar la cámara a lugares que nunca jamás llegó una cámara, trabajar con gente que no sabe leer, que nunca fue al cine, que vive otra realidad. Estoy hecho, me considero exitoso aunque no hayan visto mis películas 20 mil personas en Argentina: hace 20 años que sigo haciendo películas. Lo que venga lo van a tener que pelear los que tengan la tenacidad y el deseo de hacer películas, como se tuvo en 2001, que fue terrible, y generó muchas películas, gran parte del Nuevo Cine Argentino: cuando las papas queman es cuando más hay que ingeniárselas. Pensá en el neorrealismo italiano: estaban prendidos fuego, y salían a filmar sin luz, al natural, con actores no profesionales, e hicieron unas películas del carajo. Así que no creo que el fin sea el fin: es una provocación del mundo a que la gente reaccione.

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