Platenses que cambiaron sus vidas para ayudar a los animales

“Mi perro me enseña a vivir. El sólo está ‘siendo’. ‘Ser’ es su actividad. Y ser es mi intimidad más profunda. Cuando se duerme en mi regazo lo velo a él y a su respiración bien ritmada. E, inmóvil él en mi regazo, formamos un solo todo orgánico, viva estatua muda”, escribió Clarice Lispector, referente de la literatura brasileña del siglo XX y una entre los tantos escritores que rindieron homenaje a los perros en sus textos.

En La Plata cada vez son más las personas que se agrupan para ayudar, rescatar y darles una vida mejor a perros y gatos que viven en la calle o atraviesan por situaciones de maltrato, lo que les demanda muchísimo dinero, esfuerzo y, sobre todo, tiempo. ¿Qué los impulsa a hacerlo? Estas son algunas de sus historias.

Sofía Di Lorenzo tiene 20 años y estudia marketing. Aunque siempre le encantaron los animales, nunca imaginó que iba a dedicar buena parte de su cotidiano a conectar a perritos con familias dispuestas a adoptarlos. Sin embargo, eso es justo lo que hace desde el año pasado.

En agosto arrancó sola y en su cercanía, movilizada por los casos de varios cachorritos que vio a la intemperie en días de mucha lluvia. No tardó en descubrir que la falta de recursos, herramientas y contactos complicaba mucho las cosas, sin importar lo fuerte que fueran las buenas intenciones. Conocer a Claudio Siadore, un rescatista con experiencia, resultó clave, sobre todo para organizar una red de tránsitos, como se les llama a los hogares que alojan a los animales hasta que encuentran su casa definitiva.

“Los primeros meses fueron muy intensos” -reconoce Sofía, que hacía los traslados en su propio auto, junto a su pareja-; “es que cuando arrancás y no sabés moderar, se te va la vida al carajo. Perdés lo cotidiano, hasta que aprendés a regular y poner tus propios límites”. En eso fue clave la sinergia que lograron al unificar fuerzas con otra joven, María Paz, quien hacía un trabajo parecido desde su cuenta de Instagram Perritos Rescatados. Ahora son cinco.

Los casos les llegan, en general, por redes sociales. Y cuando detectan que alguien ofrece perros en adopción, se ocupan de “hacerlo bien”, para asegurarse de que los animales no terminen en la calle. A los adoptantes les piden un “ambiental”, que no es otra cosa que un video del interior y exterior del domicilio, así como completar un formulario con 22 preguntas sobre la identidad de los postulantes, ocupación, si hay niños en la casa y otras cosas importantes, como especificar cuántas horas pasará solo el animal o con quienes se quedará durante las vacaciones. La persona que adopte debe comprometerse a castrarlo y permitir que las chicas verifiquen cómo está, por lo menos en los primeros meses.

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“Rescatamos un animal y queremos darle lo mejor. Que acceda a un veterinario, que la familia pueda pagarle una operación, cuidados y un buen alimento. No cualquiera puede tener hoy un perro”, argumenta Sofía. En casos de urgencia, a través del grupo de voluntarios organizan la ayuda: “Algunos pagan la veterinaria, otros ofrecen traslado o transitarlos en su casa”, dice, hasta que el perro consiga por fin una buena familia. Los entregan desparasitados y en buenas condiciones.

Por ahora se sostienen con donaciones, aunque analizan implementar un sistema para comprometer a los adoptantes a entregar lo que puedan -dinero, una pipeta, una bolsa de alimento o una cucha- para poder sostener la iniciativa. Sofía tiene 5 perros en su casa, pero le encanta saber que en menos de un año ayudó a más de 80.

Vanesa Mansilla tiene 33 años y entró en lo que ella llama “el mundo de los perros” durante la pandemia, con la adopción de Luna, una perrita caniche que “llegó para iluminar mi vida”, dice.

Aunque no forma parte de un grupo, cuenta con la ayuda de amigas y voluntarios que no dudan en salir al rescate cada vez que hace falta. Vanesa practica cicloturismo y fue en algunas de esas salidas que se topó con perros en situaciones muy complejas, como es el caso de Gala, una galga a la que vio una noche del pasado mes de abril, desnutrida y castigada. Volvió al día siguiente para rescatarla. Y en la veterinaria le informaron que estaba embarazada. “Tan flaca estaba, que ni se le notaba. Pensé que eran parásitos”, cuenta Vanesa. Pero no. A la semana, Gala tuvo ocho cachorros, de los cuales sólo cuatro sobrevivieron y uno sigue en adopción.

Vanesa tiene un emprendimiento de accesorios para perros y a través de esa cuenta gestiona también los traslados, tránsitos y adopciones. “Mi deseo es que todos los perros estén bien. Si yo no los puedo transitar, busco ayuda, hago correr la voz. La gente es súper solidaria”, celebra.

“Mi vida es una locura”

Macarena Zitta también se sumó a la movida animalista en tiempos de pandemia, por una publicación de Facebook que daba cuenta de un perrito que había sido atropellado y estaba en la calle. Al principio no hizo más que conmoverse, pero tres días después le escribió a la persona que subió la historia y cuando supo que el animal seguía en las mismas condiciones, lastimado y lleno de barro, no lo dudó: buscó que alguien la trasladara hasta allí y lo llevó a una veterinaria. Con doble fractura de columna, ese animal murió a los seis meses, pero Macarena creó la cuenta “Rescatistas La Plata”, que ya realizó más de 350 rescates.

En todo este tiempo, esta mujer que es enfermera pudo contactarse con buenos veterinarios -“sé cuáles te van a dar una mano y cuáles son comerciantes”-, además de organizar una red para los traslados, ayuda y tránsito. En sus redes sociales publica el detalle del flujo del dinero que recibe por donaciones, rifas y ferias americanas que desde hace un tiempo realizan en distintos clubes.

“Suelo gastar dos millones por mes” entre comida y costos de veterinaria, cuenta Macarena, quien también hace tareas de rescate y ayuda junto a voluntarios en tres sectores de Los Hornos y Altos de San Lorenzo. Una vez por semana concurre a esos barrios con medicamentos y alimentos: “Ayudamos a castrar y a los casos más complicados los damos en adopción”.

“No uso la eutanasia ni castro perras que están preñadas. Todos tienen derecho a la vida”

Ezequiel Kelo

En su casa, donde convive con sus dos hijos, aloja actualmente a 20 perros y hay 20 más en situación de tránsito. “Hace tres meses empezamos a hacer jornadas de adopción en parques y plazas, para que la gente pueda conocerlos y dejarnos sus datos. Después nos comunicamos y los visitamos en su casa”, dice, para conocer el lugar y las condiciones en las que vivirá el animal. Los adoptantes deben comprometerse a castrarlos y vacunarlos.

“Siempre quise ayudarlos, pero nunca pensé llegar a esto”, reflexiona Macarena, al tiempo que aclara que no la limitan “lo económico, ni nada. Si veo un animal mal, voy y lo ayudo. Mi vida es una locura”.

Otro grupo que nació el primer año de la pandemia es Huellitas, conformado por tres chicas que hoy tienen entre 25 y 29 años. Ayudan a animales que sufrieron accidentes o están en mal estado, a los que ellas encuentran en sus recorridas diarias o porque les avisan a través de las redes sociales. “También vamos a lugares donde sabemos que hay situaciones complicadas, como puede ser la megatoma de Los Hornos o asentamientos”, dice Luciana Quiroga (29).

“Una vez que los rescatamos los llevamos a casa o buscamos tránsito, con un grupo de chicos universitarios. La mayoría viven en departamentos y tienen horarios complicados, pero igual ofrecen tenerlos”. Las chicas de Huellitas se ocupan del alimento, los gastos veterinarios y “todo lo que necesiten los animales”, hasta que sean adoptados. A algunos resulta más difícil conseguirles una familia, sobre todo si son adultos, pero no dejan a ninguno en banda. Si no consiguen hogar de tránsito, los alojan en guarderías. Y si nadie puede ocuparse de un traslado, lo contratan. Para afrontar esos gastos consiguen fondos con donaciones y rifas.

Y, para todo, la herramienta clave es la difusión por el boca a boca, los grupos de WhatsApp y las redes sociales, en particular, Instagram.