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Cada vez son más las familias que prefieren “parar la pelota” para celebrar el “no hacer nada”, antes que llenar la agenda de planes. Cómo influye la crisis en esta tendencia. Y la angustia de los adultos ante la demanda de los hijos. Opinan protagonistas y profesionales
Chicos y grandes ya planifican actividades para las vacaciones
Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
El mismísimo Dios obliga a descansar el séptimo día, según se lee en la Biblia. El Shabbat semanal para el pueblo judío es sagrado, por lo cual nadie trabaja. En el año 18 A.C., el emperador Augusto decretó que en todo el imperio se tomaran un mes de descanso por el calor y el final de los trabajos en el campo. Y, en este lado del mundo, la sanción de la Ley 11.723 introdujo en 1933 las vacaciones pagas en Argentina, por lo menos para un sector.
La RAE lo define como “Descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios”. Sin embargo, con tanta agua que ha corrido bajo los puentes, lo que debería ser el simple disfrute del tiempo de ocio sigue causando muchísimo estrés.
A una semana del arranque de las vacaciones de invierno, en los teatros, cines y locales gastronómicos sólo esperan que los bolsillos de los padres atiendan más a los reclamos de los pibes que a los avatares de la crisis, mientras las familias platenses debaten qué hacer con los días libres y el presupuesto que tienen.
¿Es sólo cuestión de gestionar inteligentemente el tiempo y el dinero? ¿O esta urgente necesidad de planificar qué hacer en estas dos semanas sin clases esconde otra cosa?
“‘Por favor, que lleguen las vacaciones ya. Con tal de no tener que levantarme temprano hago cualquier cosa, pa’, me viene diciendo desde hace días Tobías, mi hijo mayor. Parece que la secundaria le está pesando más que otros años. Yo no le digo nada, pero a mí me pesa igual que a él: llevarlo todas las mañanas, después a Flor, mi hija, después ir a trabajar, llevarlos a fútbol, hockey, inglés… La verdad estamos todos un poco cansados y las vacaciones nos van a venir bien”, cuenta Martín, un platense de 49 años que, como sus hijos, no ve la hora de que llegue al receso invernal.
Aclara que no tienen pensando viajar este año. Se van a quedar en La Plata con la idea de parar la pelota y hacer algo distinto a otras veces. “Todos los años nos vamos unos días a algún lado en vacaciones u organizamos un montón de actividades como para que estén entretenidos, pero al final nos damos cuenta de que terminamos igual de cansados que con la rutina del año. Y creo que no debería ser la idea. Ya otros padres y amigos de los nenes nos vienen hablando de cambiar un poco, de no hacer siempre lo mismo, y a los chicos parece que les gustó”, dice Martín, agregando que su hija le sugirió ir un fin de semana a pescar y “que organicemos el viaje a Europa por sus 15. Tobi quiere que le enseñe a hacer un asado, porque sus amigos ya se dan maña y él no, y que lo lleve a aprender a manejar”.
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En definitiva, apuesta Martín a que este receso les pueda permitir hacer “cosas que a veces postergamos por falta de tiempo”, aunque no descarta que un aburrimiento repentino los empuje a “volver a lo de siempre”.
“Quién sabe -reflexiona-, por ahí nos damos cuenta de que le vinimos pifiando todos estos años”.
El médico especialista jerarquizado en Psiquiatría y Psicología, Diego Sarasola, le pone contexto a aquella afirmación de que “aburrirse es bueno”.
“No es que sea bueno en sí, sino que no es malo, y muchas veces pueden ser momentos inevitables. Los chicos o adolescentes demandan a sus padres el ‘sentirse aburridos’, paradójicamente en momentos en que tienen muchísimos más estímulos que el promedio”. Frente a esto considera positivo “correrse de esa obligación que nos quieren imponer. Parte del crecimiento es dominar el tiempo libre y generarse los propios espacios”.
Admite Sarasola que las vacaciones “pueden parecer un desafío”, al que vincula directamente “con la cultura actual, en la que parece que nadie puede estar sin hacer nada. El espacio ‘libre’ es necesario, no solo como descanso físico, sino mental. Lo que hay que vencer es esa sensación culposa de ‘no estar haciendo nada útil’, cuando lo que se está haciendo es algo útil para sí mismo, como es descansar, cargar pilas y disfrutar de la familia”.
Reconoce el profesional que durante cualquier receso la dinámica familiar necesariamente cambia, aunque esto puede resultar una complicación “solo si existen conflictos o no hay flexibilidad para cambiar la rutina”.
Alejandra, de 46 años, es diseñadora gráfica y mamá de una niña de 9 que, según cuenta, “nunca fue muy demandante con las vacaciones”.
“Por ahí ahora que está un poco más grande tiene más expectativas, pero de chica podía estar todo el día mirando tele sin problemas”, recuerda.
Su condición de hija única y personalidad tranquila, hacen que sus vacaciones no confronten a Alejandra y a su pareja con un desafío complicado. Al contrario. “No es demandante y se adapta sin problemas. Y para nosotros significa un alto en la rutina; no tener que estar corriendo todo el día”.
Este año tienen previsto, como los anteriores, disfrutar de tiempo en común, lo que no implica, necesariamente, “ir siempre al teatro o al cine, lo que por ahí genera un gasto extra. Vamos a ir al parque a andar en bicicleta, compartir una merienda o tomar un cafecito, que a ella le encanta”.
También le entusiasma a la niña organizar pijamadas o encuentros con amigas que estén en su misma sintonía. Como no todos los años logran sacar las vacaciones al mismo tiempo, y Alejandra y su marido trabajan en horarios distintos, programan actividades en las que puedan coincidir los tres. Como se ve, nada debería ser tan dramático. “Puede ser que se genere un gasto extra, pero no es algo terrible, ni que te altere la economía familiar”, concluye Alejandra.
Para la psicoanalista Gabriela Aristegui, “el espacio de no acción o de suspensión de la rutina implica la posibilidad de que se cree algo nuevo”, que compara con “el lienzo blanco del artista”, aunque reconoce que “los sujetos muchas veces no sabemos qué hacer con eso. Y si los padres no saben qué hacer con eso, los chicos menos”.
Admitiendo que las vacaciones pueden complicar la rutina cotidiana, si los papás trabajan y no saben dónde dejar a sus hijos, lo que advierte la profesional es la necesidad de los adultos de “satisfacer urgentemente la demanda de los chicos, que a veces puede ser muy intensa”.
“Se escucha en el consultorio a padres que van a mil satisfaciendo cada deseo de los chicos de cualquier edad, incluso de adolescentes, para que no queden insatisfechos. Los llevan de acá para allá, sacan entradas, llenan los días de actividades, porque se supone que para ser buenos padres hay que darles todo a los hijos. Y no, de la insatisfacción, igual que del aburrimiento, puede surgir algo bueno”, destaca Aristegui. En este punto, asegura que para los adultos es difícil vérsela con la insatisfacción, por lo cual no es muy extraño que a los menores les pase algo parecido.
Con dos hijas de 3 y 5 años, la odontóloga Denisse Ccoñas reconoce que “el tema de las vacaciones asusta un poco”.
“Lo vengo pensando desde que arrancó julio”, cuenta Denisse, quien ama el teatro, igual que las nenas, aunque aclara que “no podemos hacer todas las actividades pagas, porque nosotros somos cuatro”. Por lo pronto, ya compró un par de entradas para obras y meriendas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El “cronograma” que diseñaron para los próximos días arranca el sábado 13 de julio con una actividad, pero incluye también varios días en la casa, “para que no sea tan estresante”.
Gabriela Aristegui
La dinámica del descanso altera la rutina de trabajo de Denisse y de su pareja, porque, al menos en su caso, organiza los turnos en el consultorio en relación a los horarios de su hija mayor; “pero bueno, arranco un poquito más tarde y después de todo son quince días, no es tanto”. En cualquier caso, muchos programas dependen del pronóstico del tiempo.
“Si el día está lindo iremos a la Repu, porque no pueden estar dos semanas encerradas y llega un momento en que se terminan las actividades. Ya jugamos a un montón de cosas, leímos cuentos, hicimos masas. Y a partir de las cinco de la tarde no podés ni salir al patio porque hace frío. La más grande, sobre todo, se vuelve loca. Ella misma te pide de ir a algún lado”, relata Denisse.
¿Cómo gestiona la demanda? “No son de pedir mucho, pero siempre hacemos un trato. Si vamos al teatro y hay vendedores afuera, les digo que si compro algo no vamos a merendar. Como les gusta comer, lo entienden”. Las niñas todavía no conocen el cine, de modo que Denisse lo considera un buen plan.
Mel Gregorini
“Ya empecé a ver las carteleras, pero tenemos que hacer el presupuesto para estos 15 días”, adelanta.
El psicólogo cognitivo conductual Mel Gregorini coincide con otros profesionales en que “las vacaciones pueden ser un desafío o un factor estresante para las personas que no saben en qué usar el tiempo libre o cómo llenarlo”. Lo mismo sucede con las familias, por la cuestión económica y la organización de la rutina cotidiana, así como también por el hecho de tener que relacionarse con personas con las que no se comparte tanto tiempo: “Los chicos están en el colegio de las 8 de la mañana a 4 de la tarde y de repente aparecen todo el día en la casa, lo que puede ser un motivo de conflicto familiar con los padres y hermanos”.
Gregorini considera que el tiempo de ocio, vacío o aburrimiento –a gusto del comensal- puede servir de disparador de cosas positivas y hasta convertirse en “lo mejor que nos puede pasar”. Es que “genera creatividad, moviliza la inteligencia emocional y nos pone en contacto con cosas, situaciones o actividades que usualmente no se hacen”, reflexiona.
Diego Sarasola
“No siempre los padres tienen que ser divertidos; al contrario, se pueden poner las dos mentes en movimiento, la del niño o niña y la del adulto, para buscar una solución a ese aburrimiento. Puede ser escuchar música, bailar, salir y hacer distintas actividades”, comenta Gregorini, convencido de que lo ideal es “tomarse un día a la vez en vez de pensar que todas las vacaciones tienen que ser de una sola manera. A veces, con una tarde y una sola salida, basta”.
Por otro lado, el psicólogo platense remarca que el confinamiento que nos dejó la pandemia de Covid-19 cambió en 180 grados el concepto de diversión. “Los chicos perdieron el contacto con el afuera, en tanto que los adultos salimos expulsados a buscarlo. Hoy, ellos son capaces de pasar sus vacaciones prendidos a un dispositivo, jugando a la play o en las redes y eso puede alterar la dinámica familiar, ya que se contraponen dos fuerzas y termina siendo a veces conflictivo o motivo de discusión”.
Las vacaciones, viajes de egresados, cumpleaños o cualquier evento que involucre a uno de sus hijos puede poner en jaque, o por lo menos hacer tambalear, el presupuesto de una familia. Y eso, claramente, genera estrés.
“Los chicos tienen un patrón de consumo que es seguido por agencias de publicidad, para las cuales son un objeto de marketing directo”, dice el psiquiatra Diego Sarasola, por varios factores: “Tienen mayor disponibilidad económica que hace 20 o 30 años, mayor capacidad de insistencia, menos tendencia a la frustración y padres que, en general, ya no saben marcar mucho ese límite. En mi opinión, es casi como la tormenta perfecta”.
Citando la obra del filósofo coreano Byung-Chul Han, que, entre otras tantas cosas, asegura que “bajo la presión de tener que trabajar hoy nos hemos olvidado de cómo se juega. El ocio sólo sirve hoy para descansar del trabajo. Para muchos el tiempo libre no es más que un tiempo vacío, un horror vacui”, el psicólogo Mel Gregorini pone la lupa en “la excesiva necesidad de consumo que hay entre los chicos”, cada vez más fragmentado por edades.
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