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El director de “Blue Velvet” y “Twin Peaks” murió a los 78 años, aparentemente a causa de la enfermedad pulmonar que arrastraba. Deja detrás una filmografía tan inclasificable como fundamental
David Lynch sufría un enfisema. Murió a los 78 años
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
“Mantén tus ojos en la dona, no en el agujero”: así decía David Lynch, que ayer se fue de gira por el universo a los 78 años. Sin embargo, su cine era una invitación a dejarse hipnotizar por ese agujero, a caer por esa madriguera, ese vacío en el centro del asunto que chupa como un agujero negro.
Un cine de superficies familiares que se enrarecían inmediatamente: la paternidad se volvía una experiencia monstruosa y atroz en “Cabeza borradora” (fue la primera película suya que vi, muy chico: no entendí nada, pero no la olvidé jamás); la Estados Unidos suburbana ocultaba muerte y terror en “Twin Peaks” y “Blue Velvet”; el sueño dorado de Hollywood se revelaba pesadilla en “Mulholland Drive”. Sus películas retorcían escenarios y géneros habituales en el cine (el romance, la telenovela, el drama, el policial, el thriller) hasta revelar las pesadillas con las que estaban construidos aquellos sueños de celuloide, las pesadillas que escondía la sociedad bajo la alfombra. Un cine hecho con la materia no de los sueños sino de las pesadillas latentes en la Norteamérica bucólica.
Onírico, un surrealista más oscuro y atroz, su cine protagonizado por deformidades, personalidades fracturadas, fuego, conejos y máquinas industriales, también revelaba un extraño, retorcido sentido del humor. El mundo, que en su cine es un gran escenario, una puesta en escena, quizás no tenga tanto sentido como creemos, parecía reírse siempre Lynch, en cada una de sus intervenciones públicas bañadas de un espíritu absurdista y juguetón. “David siempre ha tenido una disposición alegre y una personalidad alegre, pero siempre se ha sentido atraído por las cosas oscuras”, dijo un amigo de la infancia en “Room to Dream”, un libro de 2018 de Lynch y Kristine McKenna. “Ese es uno de los misterios de David”.
Cuando le pedían que elabore sobre estas ideas, de todos modos, él se negaba con gentileza, como muestra en las redes sociales su meme. Es que Lynch trabajaba con los materiales del sueño y el cine, que quizás sean lo mismo, sin desear introducir esa abrasiva imaginería en el terreno de la razón y la conciencia: se trataba un cine hecho de cine, con imágenes ambiguas y sonidos corrosivos, un cine deliberadamente sensorial, inmersivo y terrorífico, de pesadillas indelebles, que han quedado impregnadas en la retina y el inconsciente de todo cinéfilo que haya visitado su universo. No explicaba porque respetaba a su audiencia, porque quería introducir en el corazón de la oscuridad al espectador, porque las intuiciones que gobernaban su creación no podían explicarse, también porque quizás no haya tanto para explicar, a fin de cuentas. Quizás pensaba que las palabras sobran. O no alcanzan. O las dos a la vez. (Escribir sobre él es un poco una traición, pero, en todo caso, que se entienda, esto es solo una invitación a ver su cine imposible de resumir en palabras).
Así, Lynch, nacido en Montana y pintor hasta que en 1977 sorprendió con “Cabeza borradora”, pintaba en su cine con imágenes y sonidos sugerentes climas reveladores y confusos a la vez: imágenes que invitaban a viajes vertiginosos en ese descenso por el vórtice de la dona. Sublimando en imágenes sus obsesiones, elaboró atmósferas oníricas, enrarecidas, un estilo único, totalmente personal: por eso, ya no habrá imágenes como las de Lynch, solo imitadores.
Se extrañará de Lynch esa toma por asalto de los sentidos que provocaba su cine, hoy tan estandarizado en sus imágenes y propuestas, tan sobreexplicado: rara vez dejó de sorprender e inspirar al público y a sus colegas en las décadas posteriores a su primera película, gracias a sus esporádicas pero tremendamente influyentes obras posteriores, desde el neo-noir “Mulholland Drive” hasta el gótico sesgado de “Blue Velvet”. Cuando en marzo se entreguen los Oscar, no habrá que tomárselos demasiado en serio: Lynch, cineasta puro y uno de los realizadores estadounidenses más influyentes de su generación, no ganó por estas películas un Premio de la Academia (aunque, en 2019, le dieron un premio honorífico).
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En el centro del asunto, Lynch se volvió masivo con “Twin Peaks”, una de las series más importantes de la historia, que capturó la imaginación del público retorciendo hasta la más profunda oscuridad la imagen idílica del pueblito estadounidense y, a la vez, retorciendo la telenovela como género. Es un momento clave en la historia de la tevé, una exploración pocas veces vista de las posibilidades de la naturaleza serial del medio hasta entonces y todavía hoy. Una serie que abrió un horizonte para el hasta entonces medio banal que era la tevé.
La serie, que se movía entre el crimen y el romance en un pueblo chico de infierno grandísimo, era protagonizada por Kyle McLachlan, uno de los actores con los que colaboraba habitualmente y que, al igual que Laura Dern, Naomi Watts o Richard Farnsworth, mejor entendían su juego. Contó Dern alguna vez que cuando filmaron “Inland Empire”, un joven productor le preguntó su Lynch hablaba en serio cuando le pidió una mujer de una sola pierna, un mono y un leñador para las 3 de la mañana. “Sí, estás en una película de David Lynch, querido”, respondió ella.
“Inland Empire” fue su última película. Volvió luego a “Twin Peaks”, en 2017, y a partir de entonces comenzó a sentir los síntomas del enfisema que parece haber sido la causa de su muerte.
Lynch había revelado a Sight and Sound que le diagnosticaron la enfermedad, y que ya no saldría de su casa por temor a contraer el coronavirus o “incluso un resfriado”. No esperaba, dijo, hacer otra película: “Intentaría hacerlo de forma remota, si llegamos a eso”, dijo Lynch. “Pero eso no me gustaría tanto”.
Meses después, su familia comunicó su fallecimiento. “Es un día precioso con dorada luz del sol y cielos azules por todas partes”, escribieron, en un guiño a los reportes meteorológicos que Lynch comenzó a hacer en 2005 del sur de California para un programa de radio independiente conducido por Joe Escalante, el batería de The Vandals, experimentos luego después subidos a YouTube y virales en redes sociales.
Sus informes del clima alargaron la fama de inclasificable del director de cine, un verdadero visionario, al que le hace justicia esa palabra tantas veces mal utilizada. Pero eso no parecía interesarle demasiado a Lynch. Más le importó vivir una vida a su manera, pintando, haciendo cine, música, explorando a través del arte los límites de la extraña, absurda experiencia humana, pero manteniendo siempre el ojo en la dona.
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