

Las redes sociales pueden afectar la salud mental / Freepik
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El período de receso tiende a convertirse en un libertinaje, por lo que se requieren algunos límites. Además, la observancia de cómo los púberes navegan en internet se vuelve cada vez más crucial. Los detalles
Las redes sociales pueden afectar la salud mental / Freepik
El verano trae consigo mucho más que altas temperaturas y playas colmadas: también pone a prueba la dinámica familiar cuando los adolescentes se quedan en casa mientras los padres siguen con sus rutinas laborales. En un país donde el receso no siempre significa descanso pleno para todos, surgen tensiones que, si no se abordan con anticipación, pueden derivar en peleas innecesarias.
El escenario es conocido: clases terminadas, mochilas guardadas y chicos con tiempo libre. Pero mientras ellos sienten que el verano es sinónimo de libertad absoluta, los adultos enfrentan el desafío de organizar un hogar que no entra en receso. En el país, donde la economía golpea fuerte y las familias a menudo dependen de varios ingresos para sostenerse, las vacaciones no siempre significan viajes ni descanso compartido.
La clave, según expertos, está en establecer acuerdos claros. Las conversaciones previas sobre horarios, tareas del hogar, uso de pantallas, permisos para salir y manejo del dinero no son caprichos autoritarios, sino herramientas fundamentales para una convivencia saludable. Sin embargo, en el intento de evitar conflictos, muchos padres caen en la trampa de los “sí” fáciles, concediendo permisos que luego no pueden sostener.
Decir que sí a todo resulta tentador. El adolescente sonríe, la tensión desaparece y, por un rato, parece que todo funciona. Pero la realidad argentina también enseña que no hay energía ni bolsillo que aguante un verano de complacencias sin límites. Además, el agradecimiento que muchos padres esperan rara vez llega en tiempo y forma. Los chicos no son ingratos, son simplemente inmaduros. Y su confianza en el amor incondicional de sus padres los lleva a empujar esos límites una y otra vez.
El desafío, entonces, radica en aprender a decir que no. No desde el enojo ni desde la culpa, sino desde el cuidado propio y el ejemplo. Un no a tiempo no solo evita discusiones futuras, sino que también enseña sobre responsabilidad y respeto.
El verano también ofrece una oportunidad única para fortalecer el vínculo con los adolescentes. Es el momento ideal para compartir tiempo de calidad, ya sea jugando a las cartas, mirando una serie o simplemente charlando sin el apuro de la rutina escolar. Pero estas charlas no deben esquivar los temas complejos que inevitablemente llegan a los jóvenes a través de redes sociales y su entorno: el consumo de alcohol, las apuestas online, las drogas, la sexualidad y el impacto de la tecnología en su salud mental.
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En un contexto argentino donde las pantallas son omnipresentes y las tendencias globales marcan el ritmo, los padres tienen el desafío de ser guías y no jueces. Escuchar sin reaccionar impulsivamente, abrir espacios para el diálogo y, sobre todo, estar presentes, puede marcar la diferencia entre un adolescente que se siente acompañado y otro que se siente incomprendido.
Las vacaciones son, en definitiva, un laboratorio emocional donde padres e hijos ponen a prueba sus límites, sus acuerdos y su paciencia. En un país donde el verano no siempre significa descanso, pero sí puede significar encuentro, los adultos tienen la oportunidad de sembrar valores que perdurarán mucho más allá de marzo.
En la era digital, las redes sociales se han convertido en un espacio central para la interacción adolescente, también en Argentina. Plataformas como Instagram, Facebook y TikTok no solo son herramientas de entretenimiento, sino también escenarios donde los jóvenes construyen su identidad digital. Sin embargo, la delgada línea entre lo privado y lo público sigue siendo un desafío constante, especialmente cuando las publicaciones trascienden los límites de un círculo íntimo.
En los últimos años, han salido a la luz múltiples casos donde imágenes, comentarios o memes compartidos en grupos cerrados terminaron siendo divulgados masivamente, generando consecuencias serias para sus autores. Esto plantea interrogantes sobre la percepción que tienen los adolescentes de la privacidad en línea y la forma en que interactúan en estos espacios virtuales.
Hay un reciente ejemplo por el caso de diez estudiantes a quienes la Universidad de Harvard les retiró la admisión por compartir memes ofensivos en un grupo privado de Facebook. Se destaca cómo los adolescentes utilizan cuentas públicas (“rinsta”) y privadas (“finsta”) para manejar su imagen, a menudo creyendo erróneamente en una privacidad inexistente. También se observó el uso de aplicaciones ocultas y grupos secretos como estrategias para proteger su contenido.
A menudo, el deseo de aprobación inmediata, simbolizada por los “me gusta” y comentarios, influye directamente en las decisiones que toman al compartir contenido.
La búsqueda de validación a través de “me gusta” y comentarios puede distorsionar los valores de los jóvenes, impulsada por la biología adolescente y el subdesarrollo del córtex prefrontal, lo que afecta su toma de decisiones. De hecho, hay estudios que muestran como las redes sociales activan las mismas áreas cerebrales relacionadas con recompensas como el dinero o el sexo, generando comportamientos impulsivos.
La presión social en estas plataformas no solo afecta la autoestima, sino que también puede llevar a los jóvenes a cruzar límites éticos sin medir las posibles repercusiones. En este tema, existen trabajos que han demostrado que el cerebro adolescente, aún en desarrollo, tiene una capacidad limitada para anticipar las consecuencias a largo plazo de sus acciones impulsivas, lo que puede explicar comportamientos arriesgados en línea.
En Argentina, el sistema educativo ha comenzado a implementar programas de alfabetización digital para abordar estos desafíos. Sin embargo, la brecha entre el uso cotidiano de las redes y la comprensión real de sus implicancias sigue siendo significativa. En ese sentido, los especialistas coinciden en que es necesario un enfoque integral que involucre a padres, docentes y a los propios adolescentes en un diálogo abierto sobre el uso responsable de internet.
Asimismo, la proliferación de aplicaciones diseñadas para ocultar contenido añade una capa adicional de complejidad al problema. Herramientas como bóvedas digitales o aplicaciones que simulan ser calculadoras permiten esconder fotos, videos y mensajes, lo que dificulta aún más la supervisión parental.
Los especialistas enfatizan en el rol de los padres, quienes, aunque intentan monitorear con aplicaciones como Bark o TeenSafe, deben evitar un control excesivo que erosione la confianza.
El uso de las redes en el receso puede alterar el descanso indispensable de los adolescentes
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