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Dormir bien para vivir más: los estudios del sueño explican parte de la longevidad

Un descanso de entre siete y ocho horas diarias se asocia con mayor salud. En Argentina y gran parte de América del Sur, la falta de descanso se volvió un problema que puede influir en el deterioro de las condiciones de vida

Dormir bien para vivir más: los estudios del sueño explican parte de la longevidad
19 de Octubre de 2025 | 04:52
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En Argentina, los médicos del sueño advierten que la falta de descanso ya se convirtió en un problema sanitario silencioso. Según la Sociedad Argentina de Medicina del Sueño, uno de cada tres adultos duerme menos de lo recomendado, y esa privación repercute en el humor, la memoria, el sistema inmunológico y el riesgo metabólico. Dormir poco no sólo envejece el cuerpo; también desgasta la mente.

En el norte de Europa, donde las noches pueden ser interminables y el sol apenas asoma en invierno, los habitantes parecen haber encontrado un equilibrio que va más allá de la productividad o la eficiencia: duermen más y viven mejor. Mientras en países como Finlandia, Dinamarca o los Países Bajos el descanso nocturno ronda las siete horas y media por día, en buena parte de América del Sur, incluida la Argentina, las cifras se achican. Y con ellas, según diversos estudios, también lo hacen los años de vida saludable.

Los datos comparativos son elocuentes. En Finlandia y los Países Bajos, las horas promedio de sueño se ubican en torno a las 7 horas y 37 minutos, según el mapa global de la aplicación SleepCycle. Noruega, Suecia y Dinamarca muestran patrones similares, todos dentro del rango que los especialistas consideran óptimo para la salud. En Argentina, el panorama es más heterogéneo: la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo del INDEC de 2022 calculó un promedio de 8,2 horas de descanso diario, pero la cifra incluye siestas y pausas durante el día. En la práctica, los observatorios privados señalan que el sueño nocturno de los argentinos rara vez supera las siete horas.

El contraste no se queda en el reloj. La esperanza de vida en Noruega, Suecia o los Países Bajos supera los 82 años, mientras que en Argentina apenas alcanza los 77. La brecha de cinco años se repite en casi todos los indicadores de salud: menor incidencia de enfermedades cardiovasculares, mejor percepción de bienestar y niveles más bajos de estrés crónico. Pero los científicos son cautos a la hora de trazar una línea directa entre la cantidad de horas dormidas y la longevidad. Dormir bien, dicen, ayuda, pero no explica por sí solo los años ganados.

Un estudio longitudinal realizado en Inglaterra, Finlandia y Suecia sobre más de 55 mil personas de entre 50 y 75 años demostró que quienes duermen entre siete y ocho horas y media por noche viven, en promedio, entre uno y tres años más de forma saludable que aquellos que duermen menos de siete o más de nueve. Los extremos —el insomnio crónico y el sueño prolongado— se asocian con mayor mortalidad y riesgo de enfermedades cardíacas, según la Asociación Estadounidense del Corazón. Es decir, el equilibrio sigue siendo la clave, incluso cuando se trata de cerrar los ojos.

En los países nórdicos, la cultura del descanso forma parte del entramado cotidiano tanto como el trabajo o la alimentación. Las jornadas laborales tienden a ser más cortas, los horarios de cena más tempranos y las políticas de conciliación familiar más efectivas. “Dormir bien no es un lujo, es una forma de salud pública”, sintetiza un informe del Instituto Nacional de Salud y Bienestar de Finlandia. En ese modelo, la siesta es casi inexistente: lo que se privilegia es la continuidad y la calidad del sueño nocturno.

En América del Sur, en cambio, el sueño suele ser el gran sacrificio de la rutina urbana. Las largas distancias, el exceso de pantallas, las dobles jornadas laborales y la costumbre de cenar tarde hacen que el descanso se posponga hasta entrada la madrugada. En Buenos Aires, los estudios de cronobiología del Conicet revelan que el ritmo social está completamente desfasado del ritmo biológico: se duerme tarde, se despierta temprano y se vive cansado.

Una investigación reciente publicada por la Universidad de British Columbia en la revista PNAS sumó un matiz interesante: los países con menos horas de sueño no necesariamente son menos sanos, siempre que las personas duerman de acuerdo con las normas culturales y biológicas de su entorno. En otras palabras, el cuerpo puede adaptarse a ciertos patrones sociales, pero sólo si no hay privación crónica. Dormir menos de lo que el propio organismo necesita sigue siendo un riesgo universal.

En las islas Åland, una región autónoma de Finlandia que ostenta una de las mayores expectativas de vida de Europa (83,4 años), los investigadores encontraron que el secreto no reside únicamente en las horas de sueño, sino en un conjunto de factores: buena alimentación, bajo estrés social, ingresos altos y una fuerte cohesión comunitaria. Sin embargo, todos esos elementos se sostienen sobre una base común: el descanso suficiente como parte de un estilo de vida integral.

La comparación entre los países nórdicos y los latinoamericanos funciona como espejo y advertencia. En los primeros, el descanso se protege con leyes, educación y hábitos colectivos; en los segundos, se lo posterga en nombre de la productividad o la supervivencia económica. En el fondo, el sueño no es apenas una pausa biológica, sino una forma de cuidado. Allí donde dormir bien se considera un derecho, la gente vive más. Allí donde se lo convierte en un lujo, la salud termina pagando el precio.

En el país, uno de cada tres adultos duerme menos de lo recomendado, y eso afecta a la salud

 

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