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La líder opositora también tuvo que usar una peluca para sortear varios controles y no ser capturada antes de dejar su país rumbo a Oslo para recibir el Nobel de la Paz
Corina Machado abraza a su hija Ana corina sosa en Oslo, noruega. Hacía más de dos años que no se veían / X
La odisea que protagonizó María Corina Machado para llegar a Oslo y recibir -aunque con retraso- el Premio Nobel de la Paz se ha convertido en uno de los relatos más tensos y cinematográficos de la política venezolana reciente.
Su travesía, cuidadosamente orquestada y rodeada de secreto, disfraz y peluca, expone con crudeza los riesgos que enfrentan los líderes opositores bajo el régimen de Nicolás Maduro y la magnitud de la operación internacional que permitió su salida del país.
El itinerario comenzó el lunes por la tarde, en un suburbio caraqueño donde Machado llevaba un año entero escondida. Allí, lejos de los reflectores y moviéndose entre refugios temporales, aguardó el momento preciso para emprender su escape.
Según reveló el Wall Street Journal, se puso una peluca y un disfraz para confundir los sistemas de vigilancia, y salió acompañada por dos personas que participarían directamente en la operación.
Debían atravesar una ruta plagada de obstáculos: más de diez horas de viaje terrestre y otros tantos puestos de control militar que podían truncarlo todo.
Cada cruce, cada curva, representó un riesgo de captura. Solo pasada la medianoche, lograron llegar al pueblo pesquero desde donde partiría hacia Curazao.
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El cruce marítimo fue igual de incierto. Machado abordó una lancha de pesca de madera en medio de un mar picado y fuertes vientos, una opción obligada para evitar radares y vigilancia aérea. “Coordinamos que ella iba a salir por una zona específica para que no volaran la embarcación”, explicó una persona cercana al operativo, aludiendo al nivel de amenaza que rodeaba incluso la fase final de la travesía. Mientras avanzaban rumbo a la isla, dos aviones F18 de la Armada estadounidense sobrevolaron el Golfo de Venezuela durante unos 40 minutos, en una maniobra que fuentes vinculadas consideran parte de un dispositivo disuasivo para evitar cualquier intento de interceptación.
Una vez en Curazao, la opositora abordó un avión privado Legacy 600 matriculado en México y operado por JetVip Business Aviation. La aeronave había partido de Miami y llegó a la isla para recogerla. Voló primero hacia Bangor, Maine, donde permaneció casi cinco horas en una escala técnica, antes de emprender el último tramo hacia Oslo. En total, Machado recorrió cerca de 9.000 kilómetros en un viaje que combinó rutas terrestres discretas, navegación en condiciones adversas y un operativo aéreo internacional diseñado para garantizar su seguridad.
La dirigente llegó a Oslo en la madrugada de ayer, tan solo horas después de la ceremonia en la que su hija, Ana Corina Sosa Machado, recibió el Nobel de la Paz en su nombre.
Desde el balcón del Grand Hotel, saludó a familiares, aliados políticos de distintos países y decenas de venezolanos que se congregaron para verla. La escena tuvo un tono de celebración y alivio: era su primera aparición pública en once meses, desde que fue detenida brevemente por participar en una protesta en Caracas el 9 de enero.
Más tarde, en una rueda de prensa, Machado reconoció que recibió ayuda de Estados Unidos para abandonar Venezuela, agradeciendo a los hombres y mujeres que arriesgaron sus vidas para que la operación fuera posible. También afirmó que las acciones del presidente estadounidense Donald Trump habían sido “decisivas” para debilitar al régimen de Maduro, al que describió como más frágil “que nunca”.
No obstante, evitó pronunciarse sobre la posibilidad de una intervención militar estadounidense, aunque insistió en que el apoyo internacional debe ir más allá de declaraciones. “Pedimos a las naciones democráticas cortar los recursos ilegales del régimen y adoptar enfoques represivos. Es cuestión de acción”, dijo.
Consultada sobre si planea regresar a Venezuela, Machado fue enfática: volverá cuando existan condiciones de seguridad adecuadas, independientemente de si Maduro continúa o no en el poder.
“Ciertamente estaré con mi gente, y no sabrán dónde estoy. Tenemos formas de cuidarnos”, aseguró. Junto al primer ministro noruego Jonas Gahr Støre, reafirmó su compromiso: “Decidimos luchar hasta el final, y Venezuela será libre”.
Su salida clandestina, ejecutada en uno de los momentos más delicados de la crisis venezolana, se ha convertido en un símbolo de resistencia. Su odisea —con peluca, mar agitado y vigilancia constante— no solo retrata la intensidad del conflicto político, sino también la determinación de una figura que, incluso desde el exilio forzado, insiste en que su lucha está lejos de terminar.
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