Los robos piraña cometidos por menores crecieron este año / web
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Un episodio vivido en una pastelería del Centro expone una modalidad delictiva en auge que reabre un viejo debate
Los robos piraña cometidos por menores crecieron este año / web
La escena ocurrió el miércoles pasado a media tarde, cuando el ritmo baja y en el centro hay menos circulación. Eran alrededor de las 14 cuando una clienta entró a una pastelería gourmet ubicada en Diagonal 74 entre 8 y 9, y la puerta vidriada no llegó a cerrar. Desde la vereda, dos chicos de entre 13 y 14 años que acaso esperaban esa oportunidad, entraron de golpe al local y fueron directo al mostrador.
“¿Qué nos van a dar? Miren que si queremos nos llevamos todo”, le advirtió el más osado de ellos a los dos empleados, jóvenes y visiblemente nerviosos, que intentaban entender la seriedad de la situación.
“El ambiente se puso muy tenso -cuenta la clienta-. El chico no dejaba de prepotear a los empleados, que apenas atinaban a pedirles que se fueran señalándoles que había cámaras de seguridad. Afuera los esperaba un cómplice, apenas mayor que ellos, de unos 16 o 17 años, y tal vez llevaran armas”.
Durante unos segundos imposibles de medir con precisión, mientras el chico gritaba amenazas, el local quedó suspendido en esa duda inquietante: ¿era el preludio de un robo armado o un arrebato a fuerza de intimidación?
De pronto, el otro chico que había entrado al local pareció dudar, salió a la vereda y, cuando la puerta se cerró tras él, ya no pudo volver a ingresar. Adentro quedó solo el más agresivo, que lejos de calmarse, redobló sus amenazas. “Dame algo para que me lleve porque te rompo todo”, gritó, mientras uno de los empleados le repetía que se fuera señalándole las cámaras de seguridad.
La clienta, que hasta ese momento había permanecido callada, resolvió intervenir. “Lo agarré del hombro y le dije: ‘te vas ya mismo y dejás de molestar de una vez’”, cuenta. No fue un forcejeo ni un golpe; apenas una frase con un tono firme; pero alcanzó para desorientar al chico que, por primera vez, ya no parecía tan seguro de dominar la situación.
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Intentó recomponerse con una amenaza pueril: dijo que hacía lo que se le cantaba porque su papá era policía. Pero la mujer no retrocedió. Le advirtió que era ella quien iba a llamar a la policía si no se iba de inmediato y sacó su teléfono para marcar el 911, mientras les pedía a los empleados que hicieran lo mismo.
El desenlace fue tan rápido como caótico. Desorientado, el chico revoleó unos chocolates del mostrador y salió corriendo. Tras él quedó un silencio espeso en el local. “Nos quedamos mirándonos entre nosotros por su nivel de agresividad -recuerda la mujer-. No parecía drogado, sino más bien convencido de que efectivamente podía hacer lo que se le cantaba, como si no tuviera dudas de que gozaba de total impunidad”.
El episodio, mínimo en términos materiales, condensa un fenómeno más amplio. En La Plata, los reportes policiales de 2025 confirman la consolidación de los llamados robos piraña cometidos por bandas de menores, con un aumento marcado de la reincidencia y la agresividad.
En abril, dos ataques se produjeron en una misma cuadra del centro en menos de 24 horas; en uno de ellos fueron detenidos doce menores que actuaron en grupo. En junio, sobre la misma Diagonal 74, un grupo de unos quince chicos -algunos de apenas 10 años- golpeó brutalmente a un hombre de 23 hasta dejarlo inconsciente para robarle. Semanas atrás, varios comerciantes de calle 12 denunciaron ataques reiterados por parte de un grupo de hermanos menores de edad.
La policía identifica bandas cuyos integrantes acumulan decenas de ingresos a comisarías en un solo año; chicos de 12, 13 o 15 años que entran y salen del sistema sin que nada parezca modificar su conducta.
Las zonas críticas se repiten: el eje de avenida 7, calle 12, la Diagonal 74. Y la modalidad con la que actúan parece evolucionar: en algunos casos ya no se trata sólo de arrebatos rápidos, sino de irrupciones coordinadas que apelan a la superioridad numérica y a la violencia.
El fenómeno no es exclusivo de La Plata. Este año la Justicia Nacional de Menores registró un incremento sostenido de episodios así en distintas ciudades del país. Y en ellos parecen destacar algunos factores en común: contextos de vulnerabilidad social, entornos familiares atravesados por la violencia y, en algunos casos, adultos que instigan a los menores a delinquir aprovechando su inimputabilidad.
El debate vuelve siempre al mismo punto: la sensación de impunidad. Comerciantes y fuerzas de seguridad describen la frustración de detener una y otra vez a los mismos chicos. En paralelo, el tema reactiva discusiones políticas sobre la baja de la edad de imputabilidad, mientras especialistas advierten que el endurecimiento penal, sin políticas sociales de fondo, puede terminar profesionalizando aún más el delito juvenil.
En el local de Diagonal 74 no hubo heridos ni pérdidas graves. Pero quedó algo más difícil de reparar: la certeza de que la violencia ya no es excepcional, que irrumpe a plena luz del día y que, cada vez más, tiene rostro juvenil.
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