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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
Cuando días atrás el Papa reapareció en la Plaza San Pedro con camiseta y poncho, los dogmáticos extremistas consideraron que, si bien su investidura seguía intacta tras una larga internación, su vestidura dejaba mucho que desear. Y algo de razón tenían: el atuendo sostiene el ritual. Aunque parezca excesivo ornamento, la santidad también necesita de algún resplandor elocuente para darle lujo celestial a lo que representa. Un Papa de entrecasa no pareció estar a la altura de la etiqueta enaltecedora que precisa el canciller del cielo para andar por estos barrios. Pero no fue un desafío a la tradición pontificia. Francisco, el Papa de la sonrisa opinadora, venía de una internación seria y seguramente no tenía ganas de poner ese cuerpo cansado para que sea vestido con la rigurosa indumentaria eclesiástica. Por eso habrá querido –porque nada es espontáneo en esos pasillos donde pastorea tanta creencia- que antes de recuperar su ceremonioso vestuario, prefería seguir siendo un paciente recuperado deseoso por mostrarse ante su grey, sin cánulas ni pinchazos.
Los más conservadores, esos disciplinados gestores de la vida eterna, al verlo sin tiara ni cayado, lo habrán comparado con esos jugadores que, al borde de su retiro, empiezan a marchar solitos y resignados al banco de suplentes. Y hubo ruegos y preparativos junto al lecho de Bergoglio. Es que la gravedad de su dolencia fue tema excluyente en el Vaticano, donde desde siempre todo está listo para alzar el vuelo hacia donde tanto anhelan. Para ellos, cualquier dolencia respetable se interpreta como un primer llamado a presentar filas ante el destino.
La campechana vestimenta de Francisco fue también una manera de poder acercarse a sus fieles desde un lugar más íntimo. Porque sorprendió ver en esa plaza magnífica a un Papa con atuendo gauchesco. Nunca -dicen los memoriosos- se había visto algo así. La apariencia expresa. Los generales de civil no parecen estar preparados para tiroteos guerreros; los médicos con su ambo siempre inspiran más respeto que los especialistas en bermudas y zapatillas; el hábito, habría dicho Lacan, hace al monje, desmintiendo a esos principitos que creen que lo esencial es invisible a los ojos.
Los reyes se visten de reyes para navidades y fotos. Y el uniforme del vigilante y los guardapolvos de los maestros son mucho más que un sello distintivo. Los ponen en funciones, definen tareas, y su presencia obliga a los ojos ajenos a comportarse a la altura del que tiene enfrente.
Nadie puede andar chancleteando en la vida. Y algo de eso quizá haya sentido parte de la multitud que lo esperaba alborozada, porque celebraban que Francisco había podido dejar atrás unas semanas con más partes médicos que catecismo.
Al Papa, dijeron los ortodoxos, siempre hay que exigirle todo el boato para llegar a la multitud. Es la forma de verlo en funciones, la única manera de tenerlo siempre a tiro de milagro y bendición. Temen que sin esos atributos, el Santo Padre parezca un abuelo renacido. Pero la decisión de Francisco es entendible: cansado de estar ante multitudes, harto de aviones, conferencias y visitas interesadas, salió en silla de ruedas y con ropa de calle a buscar el bálsamo de una proximidad sin pompas.
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Sabe que su apostolado no tiene vacaciones. No hay pausas a la hora de seguir de cerca las andanzas de un mundo en penitencia. Sin esa vestimenta suntuosa que le dan símbolo y contenido a su ejercicio, Francisco logró al fin reencontrarse con la gente después de tanta camilla, oxígeno y doctores. Su reinado no tiene jurisdicciones y esa magnificencia de la Plaza San Pedro, rodeada por las columnas de Bernini y con el fondo majestuoso de la Basílica, le dio aire místico al paseo de ese inquilino venerado que en medio de tanta riqueza le hizo un lugar a la sencillez.
Hoy es Domingo de Resurrección. Al salir del hospital, el Papa de alguna forma había adelantado la celebración. Es un día de júbilo para el catolicismo. Todos los que llevamos años en esto de vivir, acarreamos también un vía crucis de traiciones, alegrías, negaciones, crucifixiones, amores, caídas y resurrecciones. Hoy se celebra la resurrección de Cristo. Y Francisco, con alta médica y San Lorenzo clasificado, andará con ganas de revolear el poncho.
Sorprendió ver en esa plaza magnífica a un Papa con camiseta y poncho
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