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La nueva vida en común: compartir gastos y planificar sin exigencias

Las parejas ya no buscan encajar en un molde social: prefieren inventar su propia forma de coexistir en un mismo espacio

La nueva vida en común: compartir gastos y planificar sin exigencias

Se buscan relaciones más flexibles y no tan apegadas al matrimonio tradicional / Freepik

15 de Junio de 2025 | 04:58
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Cada vez son más las parejas que eligen vivir juntas sin casarse. Lo que antes se consideraba una excepción, una etapa previa al altar o directamente una “irregularidad” sin validez legal, hoy se impone como la forma dominante de vincularse.

Los sociólogos argumentan que este fenómeno está enmarcado en un proceso de desinstitucionalización del matrimonio, que dejó de ser una meta social obligatoria. En parte por la secularización, en parte por la emergencia de nuevos valores postmaterialistas, donde prima la autonomía personal, la libertad y la igualdad de género por encima de los mandatos tradicionales. Convivir ya no es un paso hacia el casamiento: es, para muchas personas, un destino en sí mismo. El hecho de que la ley reconozca este tipo de vínculos y les otorgue casi los mismos derechos que al matrimonio refuerza esa elección.

Los psicólogos destacan que la convivencia responde a una necesidad emocional distinta: no se busca tanto una institución como una experiencia afectiva flexible. La posibilidad de “probar” la vida en común, compartir gastos, planificar sin exigencias legales, permite explorar la compatibilidad sin someterse a las presiones sociales del casamiento. También resaltan que en contextos de crisis económicas y emocionales, el matrimonio aparece como un paso demasiado rígido o costoso. La convivencia, en cambio, se ofrece como una opción más laxa, que permite reorganizar la pareja con menor impacto si las cosas no funcionan.

Desde el plano económico, los datos son contundentes. Casarse implica un gasto que muchas parejas no están dispuestas —ni pueden— asumir. No sólo por la ceremonia y la fiesta, sino también por los costos colaterales de las formalidades legales, trámites y posibles separaciones. Las uniones convivenciales, por su parte, se inscriben con relativa facilidad en los registros civiles y su disolución no exige intervención judicial. En un país donde la inflación castiga y la inestabilidad laboral es moneda corriente, este tipo de vínculo representa una solución práctica. Los psiquiatras advierten, de todos modos, que esta lógica puede trasladar a las relaciones íntimas las mismas angustias que provoca la economía: miedo al compromiso, búsqueda de seguridad sin garantía, vínculos frágiles por necesidad.

Los sociólogos, por su parte, advierten que estamos ante una transformación cultural irreversible. Si hace cincuenta años el matrimonio era un rito de paso obligado, hoy está perdiendo terreno frente a vínculos más horizontales y personalizados. Las nuevas generaciones ya no ven en el casamiento una garantía de estabilidad o de respeto social. Prefieren construir a su manera, sin trajes ni anillos, sin jueces ni iglesias, sin papeles. Y a esa lógica también se suman las generaciones mayores: cada vez más personas de 60, 70 u 80 años eligen inscribirse como convivientes con sus nuevas parejas sin casarse, muchas veces para no herir sensibilidades familiares o evitar compromisos patrimoniales.

Los psicólogos remarcan que esta opción de vida no es, necesariamente, menos comprometida o más inestable. Por el contrario, muchas parejas que conviven lo hacen por décadas, crían hijos, comparten proyectos y afrontan crisis igual que un matrimonio. Lo que cambia es la forma legal de encuadrar ese vínculo. La convivencia, dicen, deja espacio para que cada quien se posicione subjetivamente sin el peso de una estructura rígida.

Los psiquiatras advierten que este modelo también implica nuevos desafíos: cómo sostener la relación sin el “pegamento” institucional, cómo lidiar con la fragilidad emocional, cómo tramitar la separación sin jueces pero con dolor. Pero al mismo tiempo, reconocen que esta modalidad sintoniza con un tiempo que ya no cree en las certezas eternas, que valora más el presente compartido que la promesa de lo eterno.

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