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Estuvo en cuatro campos de concentración, detenido por los nazis, y a los 100 años de edad escribió un libro contra el odio. Una historia conmovedora
Museo estatal de Auschwitz-Birkenau - CIPDH - UNESCO
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
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Fue perseguido, detenido, torturado y convertido en un número. Estuvo muchas veces a un paso de morir en las cámaras de gas. Logró huir de todas ellas y lo recapturaron en varias ocasiones. Vivió el horror durante más de cinco años y cuando la Segunda Guerra Mundial ya estaba por terminar formó parte de la “Marcha de la muerte”, la de los miles de judíos que habían logrado sobrevivir en Auschwitz y que los nazis en su huida se llevaron con ellos para no dejar rastros de su enorme crimen o para matarlos en otro lado. Quince mil de ellos murieron en la larga caminata desde Polonia a Alemania. Corría el año 1945 y también logró escapar de aquella columna de condenados.
Sesenta y cinco años más tarde escribiría: “Esto es lo más importante que he aprendido jamás: el mejor logro de la vida es ser amado por otra persona”.
En los campos de concentración, con la muerte acosándolo, decidió borrar el odio de su alma. No perdonó a los nazis, pero no los odió. Entendió que si odiaba, se hubiera parecido a ellos. “No odio a nadie. El odio es una enfermedad que puede destruir a tu enemigo, pero te destruirá también a ti”.
Vio de cerca y padeció el holocausto, esa catástrofe diseñada por criminales nazis que idearon el genocidio sistemático de personas, la mayoría de ellos judíos europeos.
En los campos de concentración, con la muerte acosándolo, decidió borrar el odio de su alma
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Cuando volvió a ser libre y antes de radicarse en 1950 en Australia —“porque Europa seguía lleno de colaboracionistas”— trató de encontrar una explicación. Lo cuenta en su libro. Pidió permiso para visitar a un “kapo” de uno de los campos de concentración. “Por qué, por qué lo hiciste…”, le preguntaron. El hombre lo miró fijo unos segundos y rompió en llanto. No le dio nada, salvo esa respuesta.
Ser amado, el mejor logro de la vida, con esas palabra fue cerrando su libro titulado “El hombre más feliz del mundo”, escrito a la edad de 101 años. Eddie Jaku, su autor, sobrevivió al azote mental y físico de cuatro campos de concentración abiertos por los nazis —entre ellos el más execrable de todos, el temido Auschwitz— en los que perdió a sus padres y a sus hermanos, eliminados por esa industria de muerte creada por los nazis. Un vez Jaku le preguntó a un guardia si tenía noticia de sus padres y el hombre le mostró una larga chimenea: “En esa humareda están tu padre y tu madre”.
Fue detenido por primera vez por los nazis el 8 de noviembre de 1938, cuando ocurrió la llamada Noche de los Cristales Rotos. Volvió a su casa de la escuela y no encontró a nadie, sin rastros de su familia. Los volvería a ver en la estación maldita del tren, y esa noche “alemanes civilizados cometieron atrocidades tanto en Leipzig como en todo el país”. Toda propiedad judía fue arrasada e incendiada y todo judío detenido. No sólo vio a nazis y a grupos fascistas sino a algunos vecinos antes amables participar del ataque. “¿Qué les había pasado a mis amigos alemanes para convertirse en asesinos. Cuando me subieron a un camión con el rostro empapado de sangre mezclada con lágrimas, dejé para siempre de enorgullecerme de ser alemán”. Y de inmediato repunta, se alza desde el dolor y piensa que “si sobrevives hoy, habrá un mañana”.
Tapa del libro titulado "El hombre más feliz del mundo"
Después lograría rehacer su vida, fue padre, abuelo y bisabuelo, sin haber contado en público jamás durante décadas una palabra sobre el drama. Su esposa, hijos y nietos le insistieron para que escribiera sobre aquel pasado y él se opuso, pero finalmente, cuando corría la pandemia de Covid-19, contó su historia y el libro se convirtió en best-sellers en poco tiempo.
Editorial Planeta decidió editarlo y no se equivocó, porque el libro inundó los mercados. Tiene 227 paginas divididas en quince capítulos y la lectura se vuelve anhelante, urgida por ese dolor gigantesco que no baja los brazos y a la vez sigue creyendo en una humanidad mejor.
No se trata de un libro de autoayuda, sino de uno de los testimonios más vívidos y realistas del exterminio sistemático organizado por Hitler y sus secuaces.
En uno de sus párrafos cuenta Jaku que en Auschwitz “mi número era el 172338. Esa era mi única identidad. Te quitaban hasta el nombre; dejabas de ser un hombre y te convertías en una simple pieza que giraba lentamente en el engranaje de una gigantesca máquina asesina. Cuando me tatuaron el número en el brazo me condenaron a una muerte lenta, pero primero querían aniquilar mi espíritu”.
Las frases de este escritor centenario golpean como martillos en la conciencia: “Auschwitz era un campo de exterminio. Al levantarte por la mañana nunca sabías si volverías a tu cama… Por llamarla de alguna manera. Dormíamos en rudimentarias literas hechas de tablas de madera. Pasábamos noches heladas, diez hombres por fila, sin colchones, sin mantas, únicamente al calor de otros. Nos tumbábamos apretujados como sardinas en lata, pues esa era la única manera de sobrevivir. Hacía mucho frío, ocho grados bajo cero y nos obligaban a dormir desnudos porque de esa forma no había posibilidad de escapar”.
Una de las metas que se fijó Jaku fue dejar un potente mensaje a las generaciones jóvenes, al vivir más allá de los 100 años y a esa edad escribir un canto de esperanza, arrancado de la espantosa experiencia del Holocausto. A una edad centenaria, casi imposible para crear, escribió un libro que dejó una lección de optimismo para todos los jóvenes y para los creadores.
Superó largamente en edad a ese gran escritor tardío que fue el portugués José Saramago, que siguió creando después de los 87 años. Macedonio Fernández en la Argentina fue otro autor que se hizo tarde, en el otoño.
La vejez y la literatura no se llevaron habitualmente bien. En 1969 el argentino Adolfo Bioy Casares escribió su novela Historia de la guerra del cerdo, en la que narra un conflicto entre los jóvenes y ancianos en el porteño barrio de Palermo. Allí pandillas de jóvenes persiguen y golpean a los más viejos sin que exista motivo alguno. Ser anciano era peligroso y había que ocultarse en esa ficción tan parecida a la realidad.
“El odio es una enfermedad que puede destruir a tu enemigo, pero te destruirá a ti”
Frente a esa novela que anticipó en décadas a la ola moderna de las distopías, el libro de Jaku opone la vitalidad irreductible del autor frente a las sucesivas desgracias que le opuso una tiranía demencial.
Eddie Jaku es el nombre que eligió de por vida. Se llamaba Abraham Salomón Jakubowicz, pero los amigos lo nombraron por ese diminutivo que finalmente adoptó.
Al lector lo despide en las últimas páginas con estas palabras: “Por favor, cada día recuerda esto: sé feliz y haz feliz a los demás también. Hazte amigo del mundo. Hazlo por tu nuevo amigo, Eddie”.
Eddie Jaku
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