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El Sagrado Corazón abrió sus puertas como templo y escuela en 1886, en una capillita de madera que trajeron desde EE UU y montaron en 9 y 57. Con los años sumó lámparas de la casa Azaretto, vitraux de Austria, obras de un pintor multipremiado y la mayor colección de reliquias de América Latina
Los vitraux provienen de la fábrica tirolesa de vitrales artísticos de la ciudad austríaca de Innsbruck
Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
El censo de 1884 registró que en la flamante ciudad de La Plata vivían 10.407 personas, de las cuales solo 1.278 eran argentinas. El resto, inmigrantes europeos, sobre todo, italianos, que fueron organizando sus propias instituciones y reclamaban también iglesias para bautizar a sus hijos, ir a misa o participar de peregrinaciones y procesiones.
“Sabrá que la iglesia de San Ponciano se debió a una decidida y fuerte protesta de nuestros italianos que trabajaban cuando la fundación de La Plata, los cuales se levantaron en masa gritando que ellos no eran animales para trabajar todo el año sin tener siquiera una iglesia donde oír misa”, escribió por entonces el Padre José Vespignani en una carta que envió a Don Miguel Rúa, primer sucesor de Don Bosco. Así, con todo por hacer, los primeros curas salesianos desembarcaron en La Plata en mayo de 1885, convocados por el cura de San Ponciano, Benjamín Carranza. El enganche con esta capital fundada apenas un par de años antes, fue inmediato: “Ya tiene magníficos palacios, hermosas casas, calles muy anchas y bien trazadas, adoquinadas a la europea, que van al mar y al campo y un puerto de mar que muy pronto estará acabado y será uno de los primeros de América”, reseñaban en una carta dirigida por entonces al Boletín Salesiano.
Poco más de un año después, el 26 de agosto de 1886, en un humilde local de dos piezas de madera, abría la primera escuela salesiana de La Plata, donde luego se levantaría la que es hoy una de las dos basílicas de la Ciudad: el Sagrado Corazón de Jesús.
“Conocer la historia de esta iglesia es emprender un viaje en el túnel del tiempo; ver cómo se fue poblando de arte y belleza en la etapa fundacional de la Ciudad”, dice la investigadora local Claudia Giglio, quien en las visitas guiadas que realiza desde 2017 a ese templo situado en el vértice de diagonal 73, 58 y 9, conecta a su torre con el emperador Constantino y el siglo IV.
Es que detrás de las guardas de colores, los arcos de medio punto y las persianas en las puertas de la fachada, o en la pintura artesanal de las paredes, el mural por encima del altar principal, los vitraux, luminarias y campanas, hay múltiples historias y personajes de enorme valor patrimonial.
En 1885, el gobernador bonaerense Carlos D’Amico le donó a la congregación salesiana un lote de media manzana sobre 9 entre 57 y 58, a condición de que se fundara una escuela de artes y oficios similar a la que ya funcionaba en Almagro. Además, un grupo de comerciantes había conseguido el permiso y algún subsidio para instalar en terrenos fiscales una capilla de madera que hizo construir en Estados Unidos, pero que no se usaba por falta de sacerdotes.
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“Toda esta zona era descampada”, explica Giglio, “en la mitad de manzana funcionaba el Consejo Escolar (hoy Escuela Berra) y en la otra, llegando a la ochava de 9 y 57, tres sacerdotes montaron la capillita con dos estancias de madera anexas, que eran aulas de día y habitaciones de noche. Al principio fue muy sacrificado. Se proveían con una huerta. Y a los cuatro años la quemó un rayo”.
El acuerdo al que llegó la congregación con las autoridades implicaba recibir el terreno en consignación a condición de edificar el colegio en un año, algo que claramente les resultó imposible. Renegociaron el acuerdo, hasta que finalmente compraron el predio y en 1898 pusieron la piedra fundamental bajo el altar mayor. El templo se inauguró en 1902, aunque todavía faltaba mucho para que tuviera la apariencia con la que lo conocemos ahora.
“La iglesia que los salesianos tenían en Almagro prestaba plantas, copones y lámparas para adornarlo, hasta que levantaron los altares. El mayor es de 1912 -detalla Giglio- y se reformó 50 años después, en 1962, cuando el Sagrado Corazón fue elevado de categoría, pasando de templo a parroquia”. Hasta entonces dependía de San Ponciano, que registraba en sus libros todo lo que sucedía en el templo de diagonal 73. Eso pasó, por ejemplo, con el casamiento en 1962 de Ricardo Barreda y Gladys McDonald, la mujer a la que terminó asesinando 30 años después, junto con las dos hijas en común y su suegra.
Aunque los planos del Sagrado Corazón tienen estampada la firma del arquitecto platense Sebastián del Piano, sospechan los investigadores que el diseño corresponde a Ernesto Vespignani, un arquitecto y sacerdote salesiano que construyó en las afueras de Turín (Italia) lo que sería el punto de partida de una prolífica carrera de producción de arquitectura sacra, en la que destaca la Basílica María Auxiliadora y San Carlos, en Almagro, tras su arribo a la Argentina, en 1901. En 1922 fue nombrado Comendador de la Corona de Italia y sus obras -al menos 12 en nuestro país y 6 más en Latinoamérica- fueron premiadas en Congresos de arquitectura.
Todos estos edificios “tienen una impronta”, explica Giglio, “para que cualquiera que los vea reconozca en ellos el patrón arquitectónico salesiano”, al que se lo suele denominar románico bizantino o neo bizantino ecléctico. Ya desde la calle se distingue por sus colores, la galería de arquillos ciegos y los arcos de medio punto que enmarcan la entrada. La fachada terminó de completarse en 1921 y el pavimento del atrio un año más tarde (recientemente cumplió un siglo), igual que el emblemático enrejado, “el primero de fundición que hizo la metalúrgica Saglio”, cuyo local funcionaba justo enfrente.
“Estos acontecimientos permiten cronometrar la historia de la Ciudad”, rescata la investigadora, haciendo foco en la importancia de poder fechar una foto por la fachada de un edificio o la forestación de la calle. Por caso, los jacarandás se plantaron en la década del 20 en la diagonal 73, la misma vía en la que se levanta el grupo escultórico de Don Bosco. Esta obra que lo muestra en sus roles de sacerdote, misionero y educador fue la primera de esas características en toda América, en tanto que su inauguración fue el último acto del gobernador Valentín Vergara.
¿Qué pasó con la capillita de madera? Sirvió primero como depósito, hasta que la trasladaron (de nuevo) a un terreno que un matrimonio de feligreses donó a la congregación, en 31 y 45, donde permaneció durante 15 años. Finalmente, un incendio la consumió por completo.
En el sitio original de la capillita se levantó el Teatro Don Bosco, un espacio auditorio destinado “al colegio y a la comunidad”, dice Giglio, antes de apuntar que su puesta en valor en 2017 se hizo “respetando el original, salvo por la disposición del patio de butacas”, que ahora está centrado y antes lo dividía una galería.
No es exagerado decir que Claudia Giglio es una de las platenses que más sabe acerca de la historia de la basílica a la que llegó como feligresa en 2014, pero lo que la impulsó a dedicar larguísimas jornadas en el archivo del Sagrado Corazón fue su ornamentación. “Un amigo de Rosario me comentó que en su ciudad había una iglesia salesiana pintada por Augusto Juan Fusilier”, cuenta, refiriéndose a un artista muy renombrado en este tipo de obras.
Fusilier era hijo de un ingeniero metalúrgico belga que llegó a Buenos Aires en 1891 con su mujer embarazada, para trabajar en la puesta a punto del puerto de la capital, junto con el ingeniero Huergo y el contratista Eduardo Madero. Concluida esa tarea la familia volvió a Europa, pero Augusto regresó a Buenos Aires antes de terminar la secundaria en la academia de Bruselas y lo descubrió Pío Colivadino, director de la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Alumno de Carlos Pablo Ripamonte, Alfredo Torcelli y José León Pagano, entre otros, Fusilier dejó en Argentina unas 115 obras en más de sesenta templos e iglesias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Tucumán, Catamarca y Entre Ríos. La única en La Plata es la que remata la bóveda y el ábside de la nave mayor del Sagrado Corazón, que Fusilier realizó en 1938 con una técnica mixta llamada marouflage: pintar sobre una tela que luego se adhiere a la pared.
“Se inspiró en un cuadro de Carlo Muccioli de 1920, que estuvo 5 años en la Basílica Vaticana y otros 20 en Museos Vaticanos”, explica Claudia, y detalla: “Es la etapa intermedia de este pintor al que tres Papas premiaron (Pío XI, XII y Paulo VI) por su aporte al arte sacro”. “En CABA -suma- Fusilier tiene ocho obras distinguidas por la Legislatura porteña”, pero en La Plata nunca tuvo un reconocimiento.
Un dato muy importante de esta pintura que tiene ya 84 años es que nunca fue restaurada, como tampoco la de los muros de las tres naves del Sagrado Corazón, realizada en 1915 por el artesano pintor local Pedro Vucetich. Él murió antes de terminar, pero otro artista completó el patrón que se bendijo en 1917, el mismo año en que se instaló el órgano tubular que aún sigue sonando en la basílica.
“La pintura de los muros es totalmente artesanal y el patrón en papel vegetal está guardado en el archivo para restaurarlo. Los colores de la cúpula representan el cielo y explota la policromía en el engamado de tonos ocres y tierra, característicos del bizantino”, describe Giglio. Basta echar un vistazo al interior de la Iglesia de Almagro, donde, entre otros acontecimientos, cantó Carlos Gardel y fue bautizado el Papa Francisco, para descubrir que casi no hay diferencias con la policromía y la abundancia de ornamentación de la basílica de diagonal 73.
Los ornamentos, materiales y detalles del templo son “característicos del arte neo bizantino”, reafirma Giglio mientras señala las hornacinas de los altares laterales, ambos de mármoles blancos, con teselas tornasoladas, agujas que remiten al período Gótico e imágenes del Barroco. “El patrón es ecléctico -agrega la investigadora- y reúne elementos distintos de la historia del arte y la arquitectura”. Al Bizantino pertenecen las imágenes de los apóstoles en la falsa galería de arquillos del altar mayor, y las de los vitrales y rosetones de la nave principal y las laterales, porque todas son “planas, con fondos geométricos y envueltas en guardas florales”. Rinden homenaje a santos, doctores de la Iglesia y Papas.
Estos vitraux, que al contacto con la luz despliegan su magia de formas y colores, se instalaron en 1930 provenientes de la Tiroler Glasmalerei (Fábrica tirolesa de vitrales artísticos) de la ciudad austríaca de Innsbruck, reconocida por el gobierno de ese país y por la Familia Real.
Las lámparas que iluminan la Basílica merecen también una mención especial, ya que fueron realizadas por la firma Azaretto, la fábrica de arañas e iluminación de los hermanos Luis y Esteban Azaretto, que llegó a ser la más importante de Sudamérica. Allí se hicieron, entre otras, la famosa araña del Salón de Recepciones (hoy Salón Blanco) de la Casa de Gobierno. “El director artístico de esa casa fue Gabriel Dubois Simonnet, parisino de nacimiento y fallecido a los 93 años en Alta Gracia”, relata Giglio, a quien la búsqueda por reconstruir los caminos de las joyas arquitectónicas del Sagrado Corazón la condujo a la casa taller que este artista legó a esa localidad cordobesa. “Dubois se formó en París”, donde por su talento se ganó el apodo de ‘le petite Dubois’, pero “lo convencieron de conocer Buenos Aires y llegó a nuestro país de polizón en un barco”, suma. Este artista desarrolló una importante actividad por más de treinta años en el ámbito público y privado porteño, entre la que se distinguen el Plafonier del Salón Principal del Teatro Colón (1908) y la Araña del Salón Azul del Congreso de la Nación Argentina, ambas realizadas en bronce mientras Dubois fue el director de la fábrica de luminarias Azaretto.
En ese mismo periodo se hicieron las que hoy iluminan la basílica de diagonal 73.
Los vitraux provienen de la fábrica tirolesa de vitrales artísticos de la ciudad austríaca de Innsbruck
En la ornamentación conviven distintos elementos de la historia del arte y la arquitectura / G. Calvelo
Lámparas de la Casa Azaretto y la pintura de Fusilier / Gonzalo Calvelo
La capilla donde se exhiben las 822 reliquias / Gonzalo Calvelo
Investigadora Claudia Giglio
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