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Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
Después de que asuma la presidencia el 10 de diciembre, Javier Milei deberá enfrentarse a un sinfín de cuestiones derivadas de una economía deshilachada que le deja Sergio Massa, su ex rival. Pero también deberá lidiar con “la resistencia”, que se viene anunciando desde el mismo momento en que ganó el balotaje por amplio margen. Y que es un concepto netamente político. Dado que el presidente electo es un novato en la política, hay toda una expectativa puesta en sus condiciones para enfrentar ese movimiento, que por definición será antagónico, y que en definitiva pondrá a prueba su capacidad de liderazgo.
¿Qué es “la resistencia”? Es un concepto que se escucha en el movimiento piquetero, en el kirchnerismo duro (que sigue siendo una parte importante del peronismo), en la izquierda, en los organismos de derechos humanos, en buena parte de la intelectualidad y en el mundo artístico progresista. Es ideológico, claro. Pero en estos primeros diez días desde la consagración mileista también está impregnado de cierta sorpresa y hasta de enojo.
Para todo este espectro Milei era el presidente menos pensado, el que “no podía ganar”. Resultó ser el caso más paradigmático sobre esto el del prestigioso sociólogo Atilio Borón, graduado en Harvard, que avisó que quemaría todos sus libros -los muchos que escribió él y la biblioteca entera que cubre las paredes de su casa- si llegaba a ganar el libertario porque para él, estudioso de la opinión pública, eso era imposible. Obviamente Borón no va a quemar nada, porque jamás cometería esa desmesura. Pero hay muchos borones.
La “resistencia” reconoce su razón de ser en el discurso del propio Milei durante la campaña. Ultraliberal, irrespetuoso con figuras históricas y actuales, centrado en la condena a la “casta” política y a la responsabilidad de ésta en el elevadísimo dispendio histórico de recursos públicos, que terminaría encontrando en su rival coyuntural, el ministro Massa, la expresión más alevosa durante el último año.
La Avenida 9 de Julio fue otra vez ayer un caos por los cortes piqueteros
Además, para los resistidores Milei encarna la negación de la dictadura. No tanto por él, sino por Victoria Villarruel, la próxima vicepresidenta. Claramente pro-Fuerzas Armadas y principal defensora de la tesis de que las víctimas de las organizaciones guerrilleras de los 70 también deben ser reivindicadas.
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Y encima Milei, que hace tres años era panelista de programas de televisión, cerró una alianza con Mauricio Macri que le inyectó volumen político y recursos para pelear codo a codo con un peronismo unido y de chequera generosa. Así, para la resistencia se juntaron dos demonios.
Milei viene a ajustar, según explica él mismo desde hace meses. “Eso votó la gente”, se defienden en su entorno. Y algo de razón tienen. También viene a “poner orden”, se explica en el mileismo como parte del mandato popular.
Ayer, cuando la porteña Avenida 9 de Julio era otra vez un caos por los cortes piqueteros (volvieron luego de un par de meses), los movileros de los canales no paraban de recoger testimonios que decían más o menos lo siguiente: “Esto ahora se acaba”. Es una presión para el presidente electo, claro. El pulso de la demanda del 55% que lo eligió el 19 de noviembre pasado. También para la próxima ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Una dura entre duros.
¿Milei realmente cortará de cuajo toda la obra pública nacional?
La resistencia no entiende lo mismo. Avisa: se viene una Navidad complicada si Milei, ya presidente, no cumple con el ritual de repartir partidas especiales de fin de año a los líderes piqueteros, canastas navideñas, aguinaldos a los necesitados que cobran un plan. “No hay plata”, viene avisando el libertario desde un sillón que no es el de Rivadavia. También dice que la gente no se toca. Deberá hacer equilibrio, pues. Otra vez la duda sobre su cintura política para evitar el desborde de fin de año, esa amenaza que escucharon todos los mandatarios desde Duhalde para acá.
La resistencia encuentra un gran mojón en los gremios estatales, en especial los de extracción kirchnerista o de izquierda. Hace años vienen fichando afiliados nuevos por la tendencia a expandir el Estado del presidente Fernández, en un país que no crece con protagonismo del sector privado desde 2010. Si cuando el macrismo -que nunca tuvo tacto para estas relaciones- intentó poner la huella digital para registrar accesos y egresos casi arman una revolución, es entendible para esa lógica que cuando miran la alegoría de la motosierra de Milei piensen en el fin total.
La resistencia también pretendería condicionar la línea de sucesión presidencial. El kirchnerismo duro, en efecto, se ilusiona con ubicar como presidente provisional del Senado a uno propio, acaso a Wado de Pedro, quien entrará como representante de la provincia de Buenos Aires. Es el tercer sillón de la línea. Fuentes del PJ admiten que Cristina Kirchner buscaría seguir siendo la persona más influyente de la Cámara Alta, aún en ausencia porque deberá dejar su despacho en breve. No queda claro aún si el peronismo la seguirá en la aventura porque en el Senado están representadas las provincias y por ende los gobernadores. Que suelen cuidar sus intereses de cercanía.
A propósito de esto: ¿Milei realmente cortará de cuajo toda la obra pública nacional que reciben los distritos o el anuncio es una estrategia inicial para fortalecerse en futuras negociaciones de leyes reformistas que necesitarán pasar por el Senado? ¿Terminará en serio con las “transferencias discrecionales” a las provincias -algunas necesitan esos fondos para no estallar- o las dosificará a cambio de apoyos? Por ahora, misterios. Pero hay una cierta lógica política en esas especulaciones que surcan a la dirigencia.
El Senado nacional y la gestión bonaerense, que seguirá comandada por Axel Kicillof, asoman como los nichos de poder desde los que el kirchnerismo procuraría construir una oposición a Milei. Al mismo tiempo en que el PJ deberá redefinirse después de la dura derrota. La eventual reducción de los cuantiosos fondos extra coparticipación que durante la gestión de Alberto Fernández fueron girados a Buenos Aires pueden ser un condicionante. O un incentivo para profundizar el nivel de enfrentamiento y culpar de todos los males venideros a un presidente de otro color político.
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