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Los crucigramas como herramientas para aumentar el conocimiento y activar al cerebro. Historias de la Segunda Guerra Mundial y ahora, su relación con el fenómeno de la Inteligencia Artificial
Will Shortz, editor de los crucigramas de The New York Times puzzle editor, durante la promoción de un documental en el año 2006 / AP
Marcelo Ortale
Marcelo Ortale
Todos los días millones de varones y mujeres radicados en diversos países, se ensimisman en una sección de los diarios, ubicada casi siempre en las últimas páginas junto al horóscopo, al sudoku o al juego de los siete errores: se trata de las palabras cruzadas. Pero hacer crucigramas no es sólo un juego. Como se verá, hay mucho más.
Es una faena íntima, empeñosa y áspera en la que algunos llegan a hacerse trampa ellos mismos y consultan a Wikipedia para saber cuál era el nombre del “ tercer hijo de Moisés”, cuán es el “pez teleósteo de tres dientes afilados” o como se llama “la pequeña isla de una ría gallega”. Y a pesar de haber llegado por un método engañoso, quedan felices cuando ven completas a las casillas horizontales y verticales.
Otros no dudan algunas veces en llamar por teléfono a personas amigas. Las comunicaciones son parcas, duran segundos: “Hola, qué tal…Nombre de la capital de una región de los Alpes franceses …tres letras…”, pregunta el que llama. El otro, acaso semidormido, contesta: “Gap”. Y cuelgan los dos.
Pero muchos otros crucigramistas –que así se llaman- torean a cara limpia con las palabras, armados sólo con sus memorias, con la cultura que aprendieron en la calle o la sabiduría nutrida en años de libros y bibliotecas. Todo sirve para asociar, para investigar. Entrelazan palabras, sopesan alternativas, son como ajedrecistas en ese tablero irregular y a veces laberíntico. Cada palabra escrita es una sonrisa, un enigma descifrado.
“Cuando vamos rellenando las últimas cuadrillas, aparece un subidón de adrenalina”
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Se trata, asimismo, de una especie de adicción cotidiana que transita por el suburbio del pensamiento. Terminar completando el tablero con la última palabra es una recompensa doméstica, un alegrón fugaz para los optimistas de las mañanas o, acaso, Pa los escépticos el cumplir burocrático de una rutina más.
Sin embargo, lo habitual es que a los que dominan el arte del crucigrama les quede siempre el saldo en rojo de dos o tres palabras inhalladas en cada edición. Los avezados afirman que acertar el nombre de alguna especie botánica, de un tipo determinado de crustáceo o pez marino propio del Mar del Norte o el de un “metal de las tierras raras”, se convierte en una utopía y que las respuestas, casi invariablemente, exigirán entonces una pudorosa y rendida consulta a Wikipedia.
Se sabe que el estadounidense Will Shortz es el príncipe de los editores de crucigramas en el mundo y que lo viene haciendo en New York Times desde 1993. Sobre los crucigramas de Shortz convergen millones de adictos desde hace treinta años.
“El ser humano tiene un deseo natural de llenar espacios vacíos”, dijo Shortz en una reciente entrevista que le hizo The Guardian. Interesante definición, todo vacío tiende a llenarse.
“Hola, qué tal… Nombre de la capital de una región de los Alpes franceses… tres letras...”
“Nos deja una sensación de plenitud completar una cuadrícula” dijo Shortz, para añadir que “cuando empezamos a rellenar las últimas cuadrillas, aparece como un subidón de adrenalina y dopamina”.
El hombre se ha vuelto extraordinariamente rico y popular. De un estilizado Porsche salta a un recién nacido Alfa Romeo. La única sombra que aparece en su futuro, peligrosa por cierto, es la que viene del bosque de las mujeres, ya que algunas creen que el crucigrama del Times es “demasiado blanco y masculino”, de modo que deberá cuidarse del supuesto racismo y machismo que le detectan.
De todos modos, también se ha dicho que si Estocolmo decidiera crear alguna vez el Premio Nobel para autores de crucigramas, Shortz sería candidato cantado.
Se ha llegado a decir que la práctica diaria del crucigrama –o de un juego del sudoku o de una partida diaria de ajedrez- puede llegar a curar el Alzheimer y los médicos se calzan los anteojos antes de sofrenar esa alternativa tan entusiasta. La afirmación no es válida, pero después reconocen que algo hay.
Sobre esta cuestión existe un reciente estudio de investigadores de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, que demuestra la existencia de actividades beneficiosas para la cognición. Para llegar a esa conclusión se montó una prueba.
Estudios documentan los beneficios del entretenimiento con los crucigramas
“Este es el primer estudio que documenta los beneficios tanto a corto como a largo plazo del entretenimiento del crucigrama en el hogar. Los resultados son importantes a la luz de otras intervenciones en el deterioro cognitivo leve”, dijo uno de los médicos.
El trabajo se hizo con 107 participantes que sufren DCL (deterioro cognitivo leve), a los que se entrenó con crucigramas durante dos meses seguidos. Al término, se consideró a esa prueba como estimulante para el mejor conocimiento y para la prevención de enfermedades neurodegenerativas.
Corresponde consignar que el Alzheimer es considerado como la forma más común de demencia en mayores de 65 años de edad. Una prudente conclusión indica que, así como es correcto ejercitar al cuerpo para encontrarse en buen estado, lo mismo pasa cuando se trata de mantener en condiciones al cerebro, ya que el envejecimiento humano ataca no sólo a la parte física sino también a la mental.
Pese a que existen algunos antecedentes remotos, se considera que el crucigrama como tal fue inventado a fines del siglo XIX por el británico Arthur Wynne. De joven viajó a los Estados Unidos y el pasatiempo, hasta entonces desconocido por el gran público, se volvió popular.
Luego de desempeñar varias actividades, Wynne recaló en el periodismo como director editorial de la sección de entretenimientos del diario New York World, propiedad entonces del millonario Joseph Pulitzer.
Lo cierto es que fue en el suplemento dominical de ese diario, el 21 de diciembre de 1913, cuando se publicó por primera vez el nuevo y enigmático juego cuyo nombre inicial fue “rompecabezas de palabras cruzadas”.
Y es verdad que ese rompecabezas –ya expandido en el mundo- tuvo mucho que ver con el resultado de la Segunda Guerra Mundial, en donde le costó mucho tiempo a los aliados descifrar los mensajes que se enviaban los nazis con palabras que ocultaban secretos y estrategias bélicas.
En eso tuvo mucho que ver la máquina Enigma, ideada por Alan Turing , un matemático, lógico, criptógrafo y filósofo inglés, cuya vida dio pie a películas, novelas e innumerables ensayos. Se cree que su descubrimiento, que incluyó un estudio casi informático de las palabras, le ahorró a los aliados dos años más de guerra y centenares de miles de vidas.
También sucedió en Londres una historia ciertamente increíble, cuando el autor de los crucigramas del diario británico The Telegraph puso en riesgo el desembarco de Normandía, al colocar en el cuestionario de varios crucigrama previos al Día D los nombres de Utah, Omaha y otros, que coincidían con los nombres de las playas que serían usadas para el desembarco en Normandía.
Lo cierto es que la inteligencia de los aliados se fue al diario y se llevó detenido a Leonard Dawe, que en principio pudo demostrar que se había tratado sólo de una coincidencia, que esos nombres habían surgido por casualidad, aún cuando la investigación nunca se cerró y las dudas quedaron abiertas para siempre.
Pero ahora, recientemente, se informó que el creador de Alexa y promotor de la Inteligencia Artificial de Amazon y de los anagramas del Código Da Vinci, William Tunstall-Pedoe, está investigando el mundo de la literatura y de los crucigramas.
El tema, muy complejo de entender y, mucho más, de explicar, se relaciona con usar como modelo a las redes neuronales, que harán más inteligentes a las máquinas.
Tal como dice Ara Rodríguez en un artículo sobre Inteligencia Artificial, Tunstall, que se negó a dar muchos anticipos sobre lo que tiene en mente, sí adelantó “que habrá una relación con su sistema para resolver crucigramas”. Así que el parsimonioso británico Wynne –creador de los crucigramas hace nueve décadas- tendría ahora bien ganado el derecho de expresar “chúpense esa mandarina”.
Will Shortz, editor de los crucigramas de The New York Times puzzle editor, durante la promoción de un documental en el año 2006 / AP
Hacer los crucigramas entretiene pero además tiene beneficios para la mente / Alexandra Lowenthal, unsplash
El word-cross de Wynne, el tercer tipo de crucigrama inventado en el mundo / wikipedia
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