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El legado ancestral y los desafíos se mezclan en una serie de uniones controvertidas. Tradiciones, en jaque; y la ciencia redefine lazos familiares. Barreras éticas y biológicas
Boda de Gustav y Carina / WebEl rey Alfonso XIII con sus hijos / Web
VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU
Anacrónica. Detenida en el tiempo. Destinada a desaparecer. Esa es la visión que tenemos de la institución monárquica en nuestra sociedad, incluso en aquellos países en que aún subsiste esa forma de gobierno. Sin embargo la república como forma de gobierno es tan antigua como la monarquía y a lo largo de los tiempos una y otra se han ido alternando en la mayoría de las naciones del mundo occidental. ¿Qué es lo que hace a la monarquía “antigua”, entonces? Seguramente los valores que la sustentan, principalmente el hecho de que sea hereditaria.
La herencia, la trascendencia, los símbolos y el concepto de familia son pilares en los que se apoya un monarca. Y la construcción de esa familia es uno de los trabajos más “arduos” que tiene. Sino que le pregunten a la reina Victoria, la casamentera más grande de la historia, quien se tomó como un desafío propio casar a sus nueve hijos y a todos sus nietos. Y casarlos “bien”, según su criterio. No fue la única. La elección del consorte del rey o reina en ejercicio o de sus herederos sigue siendo un asunto de estado.
Ana Obregón y Alejandro Lequio con su hijo Alex / Web
Mientras los miembros de la realeza se casaban entre ellos, el casamiento era un contrato entre países que buscaban consolidar su unión. Hasta el siglo XVIII las bodas se concertaban cuando los contrayentes eran niños y la ceremonia se llevaba a cabo cuando alcanzaban la pubertad. En algunos casos se hacía por poder y los novios se conocían cuando ya estaban casados. A partir del siglo XIX es cuando empieza a relacionarse el concepto del amor con el del matrimonio y los príncipes y princesas empiezan a “elegir” con quien casarse según sus gustos. Claro que hasta cierto punto porque no cualquiera era elegible.
Cuando el rey de España, Alfonso XIII, quedó deslumbrado con la princesa Victoria Eugenia de Battemberg, nieta de la reina Victoria, hubo cierto disgusto porque la chica tenía una abuela que era “solo” condesa. El asunto se zanjó cuando el entonces rey de Inglaterra le dio categoría de Alteza Real en lugar de Alteza Serenísima que era el que le correspondía por nacimiento.
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Los miembros de la realeza se casaban entre ellos y el casamiento era un contrato entre países
Eduardo VIII, en cambio, tuvo que abdicar al trono para casarse con quien quería. La señora Wallis Simpson, su novia, no solo no era de la realeza sino que se había divorciados dos veces. Más cerca en el tiempo, Harald, el entonces heredero al reino de Noruega, se enamoró perdidamente de una joven modista. Fueron diez años los que tardó en convencer a su padre y al parlamento para que le permitiera unirse en matrimonio con la chica. Otros que tuvieron que esperar nada más y nada menos que 33 años fueron el príncipe Bertil de Suecia y Lilian Davies. Se conocieron en 1945 y se convirtieron en amantes porque ella estaba casada. Él no era heredero directo del trono así que pensaba alegremente renunciar a sus derechos e irse con la chica pero una serie de circunstancias lo convirtieron en potencial regente de su sobrino y casarse con Lilian, que no era de la realeza, hubiera significado una traición a la patria. Bertil y Lilian esperaron en la sombra 33 años hasta que Carlos Gustavo, su sobrino, se convirtió en rey y dio de baja la cláusula que obligaba a los miembros de la familia real a casarse con pares. En 1973 Bertil y Lilian, ambos sesentones, pudieron casarse.
Ya en el siglo XXI recordemos que el entonces heredero de los Países Bajos estuvo a punto de renunciar a sus derechos por una rubia argentina que había conocido en Sevilla. El parlamento holandés se negaba a dar el consentimiento para la boda porque Jorge Zorreguieta, el futuro suegro, había sido ministro del gobierno militar. “Esa chica se casó gracias a mi” solía recordar con una sonrisa pícara Raúl Alfonsín. Algo de cierto había porque cuando la comisión que vino desde los Países Bajos a investigar los valores democráticos de la familia de Máxima, él soslayó las funciones del padre y destacó que la hija era una chica inocente que se había formado en una sociedad democrática.
La boda de Máxima y Guillermo Alejandro / Web
Llegamos así a una historia de amor tan sinuosa como absurda. La princesa Benedicta, hermana de la reina Margarita II de Dinamarca, se casó en 1968 con el “príncipe” alemán Ricardo de Sayn-Wittgenstein-Berleburg. Las comillas son porque aunque los títulos suelen ser reconocidos en los países monárquicos, Alemania es una república y solo se usan como apellido.
Sayn-Wittgenstein-Berleburg es uno de los tantos principados independientes que formaron lo que hoy es territorio alemán. A pesar de la unificación, siempre han luchado por conservar su linaje, sus tradiciones y, sobre todo, sus propiedades.
La herencia, la trascendencia, los símbolos y el concepto de familia son pilares
El padre de Ricardo, el marido de Benedicta, era general del ejército nazi y en 1944 desapareció en una de las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Unos años antes había testado a favor del hijo mayor que su hijo pudiera tener algún día y una de las cláusulas de ese testamento exigía que todos sus herederos varones debían casarse con mujeres nobles, protestantes y de raza aria. Si así no lo hicieran perderían la jefatura de la casa y las propiedades asociadas. Ricardo cumplió al casarse con la princesa Benedicta de Dinamarca pero el testamento no podía ejecutarse hasta que no tuviera un hijo así que hubo que esperar hasta 1969, año en que nació Gustavo, para declarar oficialmente muerto al padre. Todo rocambolesco, anacrónico y hasta perverso.
Ana Obregón con Ana Lequio / Web
Gustavo, el hijo de Ricardo y Benedicta, tenía a disposición decenas de princesas europeas y pseudoprincesas alemanas para elegir pero en 2003 se enamoró de Carina Axelsson, una morocha católica, de padre sueco y madre mexicana, nacida en California y modelo de profesión. El abuelo se habrá revolcado en su tumba pero tanto la princesa Benedicta como el príncipe Ricardo apoyaron a la pareja. Carina comenzó a acompañar a Gustavo en las fiestas de la corte danesa e, incluso, a usar las tiaras de la familia, señales que a los padres del novio y a la propia tía, la reina Margarita, les importaba tres bledos, lo que el abuelo nazi había dejado escrito. Pero la ley es la ley y Gustavo elevó un pedido a las cortes para que anularan el párrafo que establecía que si se casaba con una mujer que no fuera protestante, noble y aria perdía los derechos sucesorios.
Es curioso como a las casas reales de países monárquicos les ha resultado relativamente fácil cambiar las leyes para que las hijas mujeres tengan el mismo derecho a heredar que los hombres. Al regirse por la constitución, los parlamentos de cada país presionan para que la institución se adapte a los nuevos tiempos pero las casas reales sin trono quedan un poco a la deriva y la única presión existente es la de otros herederos que buscan sacar su tajada. Y así precisamente le pasó a Gustavo. Cuando en 2020 logró, después de 10 años de litigio, que se anulara el párrafo infame del testamento, apareció un tío que se arrogaba derechos sobre el patrimonio.
Pero como en los cuentos infantiles, por fin triunfó el amor y hace un año Carina y Gustavo pudieron casarse. En el castillo de Berleburg, con una tiara histórica y con la presencia de miembros de la realeza escandinava dieron el sí luego de un noviazgo de 20 años.
Claro que el tema no estaba del todo resuelto. Carina tenía 53 años cuando se casaron. Joven pero no tanto como para quedar embarazada de modo que una vez fallecido Gustavo se plantearía nuevamente el tema sucesorio. Podemos imaginar a algunos tíos y primos agazapados esperando la oportunidad pero… La ciencia truncó toda esperanza. A principios de este año anunciaron que serían padres mediante la subrogación de vientre y el 26 de mayo pasado nació Gustavo Alberto, un bebé varón, seguramente protestante, que será el VIII príncipe de Sayn-Wittgenstein-Berleburg. Eso sí, de sangre aria, solo tendrá la mitad.
Harald y Sonia de Noruega, 55 años de amor / Web
Los nuevos métodos de fertilización y las nuevas maneras de ser padres están aún bajo la lupa de la ética. La ciencia avanza más rápido que nuestro entendimiento y muchas veces quedamos paralizados ante la evidencia. Pero no hay duda que este es un ejemplo gráfico de cómo, ante una realidad anacrónica y discriminatoria por raza, religión y sexo, un subterfugio de la ciencia les ha tirado el guante. Primos ambiciosos abstenerse.
Mientras tanto, dentro del seno de la familia real española, ha ocurrido un hecho aún más curioso. Aunque bastante alejado de los Borbones de la rama principal, el conde Lequio es un personaje bastante mediático por ser panelista de los programas chimenteros de la televisión. Alejandro es hijo de Sandra Torlonia quien a su vez es hija de la infanta Beatriz, hija mayor del rey Alfonso XII y la reina Victoria Eugenia, aquella que nombramos al principio de esta reseña. Por lo tanto Lequio es tan bisnieto del rey Alfonso como el rey Felipe VI. Alejandro se casó dos veces pero su pareja más conocida fue Ana Obregón, una rubia despampanante, productora, presentadora y actriz; una especie de Susana Giménez española, salvando las diferencias. Juntos tuvieron un hijo que este año hubiera cumplido 30 años sino no fuera porque en 2020 murió de cáncer. Ambos padres quedaron devastados por su muerte pero Ana, luego del lógico período de duelo, hizo de su dolor una obsesión y dedicó su vida a cumplir los deseos truncos de su hijo.
Escribir un libro y plantar un árbol pueden ser de fácil concreción pero tener un hijo sonaba a imposible. Pero Anita lo logró. A los 68 años, mediante un vientre subrogado y utilizando el esperma congelado de su hijo, se convirtió en madre-abuela. En Estados Unidos, claro, porque en España la práctica está prohibida. ¿Por qué madre-abuela? Porque la niña nacida en marzo pasado está anotada como propia pero genéticamente es su nieta. La niña se llama Ana Lequio, de nombre, y Obregón, de apellido. El abuelo del niño, el conde (que en realidad tampoco es conde) no estuvo de acuerdo pero contra toda polémica y oposición, lo cierto es que el descendiente más pequeño del rey Alfonso XIII es también un milagro de la ciencia.
Reflexionar y encontrar el equilibrio entre ética y ciencia siempre en necesario pero en este Día del Padre queremos homenajear y saludar a todos los que ejercen la paternidad con amor, más allá de la forma en que llegaron a ella.
Boda de Gustav y Carina / Web
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