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El español Pablo Berger realizó su primer largometraje animado montando un improvisado estudio en Madrid para contar una historia contra los tiempos que corren. La apuesta funcionó: su película está nominada al Oscar
“Mi amigo robot”, la película española realizada con bajo presupuesto que competirá por el Premio Oscar a mejor animación, llega mañana
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
La soledad en la ciudad es el corazón de “Mi amigo robot”. A pesar de su título, una traducción bien libre del original “Robot Dreams”, la película animada del español Pablo Berger, nominada al Oscar y que se estrena mañana, no es una vertiginosa aventura de ciencia ficción sobre androides, tiros y un porvenir hiperfuturista sino, al contrario, un regreso al pasado, a la Nueva York de los 80, para retratar la historia de una amistad, y también una historia del paso del tiempo y la pérdida.
Es la historia de un perro, llamado Perro, que se siente solo en la ciudad, y entonces pide un robot por correo para que sea su amigo: el robot llega en una caja, y con paciencia y dedicación, Perro lo ensambla. Sigue un verano de diversión a través de la Nueva York de los 80. Pero después todo se complica, y la soledad y la insatisfacción de la vida urbana vuelven a tomar el centro de escena, mientras seguimos la vida en paralelo de Perro y robot. Bajo la superficie colorida y vibrante de la animación de Berger, y de su alocado título, “Mi amigo robot” es una película descorazonante.
Pero también allí Berger apuesta a la diferencia: en medio de un cine de animación anabolizado por las computadoras, con secuencias explosivas realizadas de manera remota en estudios de animación de todo el mundo, interrumpidas por escenas de emociones exacerbadas, su película busca regresar a las emociones simples y humanas, alejarse del gran espectáculo de multiversos y superpoderes para acercarse al corazón del asunto humano… con un perro y un robot.
Que no hablan: Berger homenajea al humor mudo, a Tati, a Chaplin, en una película sin diálogos, estrategia perfecta para centrarse en las emociones más depuradas, lejos de las tramposas palabras que nos han envuelto en tiempos donde todo parece ser discurso y casi nada real.
El cineasta propone más retornos: sus personajes pasean por una Nueva York de los 80, tiempos donde se respiraba a otra velocidad, y un espacio que todavía era una urbe real, burbujeante y humana, no poblada por cafés de diseñador, cortes leñador y gentrificación. Y pasean dibujados a mano alzada, como en los viejos tiempos, antes de la llegada de la animación por computadoras que modificaron el medio en forma y contenido: hasta Pixar ha perdido su pulso para encontrar emotividad en sus historias fantásticas, mientras el resto de la industria se ha abocado a la lógica del “parque de diversiones” y del espectador que necesita que le recuerden, cada 10 minutos, que está en el cine con una gran secuencia de acción realizada de manera tercerizada y despersonalizada en estudios de todo el mundo (por costos y en tiempos, además, moralmente cuestionables: la explotación capitalista llega al cine).
En el corazón de una industria fagocitada por la megalomanía, por el progreso en nombre del progreso, el imán de lo nuevo, “Mi amigo robot” repone esa sensación de artesanalidad y calidez en el dibujo, gracias a su animación tradicional. No hay grandes despliegues técnicos pero, como dice el propio Berger, esta “historia universal de amistad, amor y empatía” es “una película de las de antes, dibujada a mano, animación 2D tradicional” donde la emoción prima “por encima de la técnica”: contra estos tiempos sobretecnificados donde, cada día, se pierde un poco más lo humano, una película de un robot y un perro busca volver a poner la humanidad adelante, el corazón sobre todo.
Esa calidez reside en el trazo humano del dibujo, sencillo pero conmovedor, y sin dudas nostálgico recuerdo de la era el cartoon; pero, más profundamente, es reflejo de su realidad material, de su producción casi de garage. “Mi amigo robot” es un proyecto personal, realizado con un equipo chico y un afán enorme: Berger construyó su película de manera artesanal, por 6 millones de dólares, en un estudio montado en Madrid de manera improvisada, sin saber bien lo que hacía, de la misma manera (y quizás con la misma intención, poner fin a la soledad) en que Perro montó a su amigo robot.
“David contra Goliat”, definió Berger esta lucha por el Oscar en la que un “aprendiz” de la animación, realizando su primer largo en el medio (antes, filmó “Blancanieves” y “Abracadabra”), enfrentará a los grandes titanes de la industria, Netflix, Disney, Sony, Japón. Estrenada en Cannes, “Mi amigo robot” competirá en la categoría animada de los Premios Oscar contra verdaderos gigante: “Nimona”, producción de Netflix, “Elemental”, de Pixar, “El niño y la garza”, del maestro Miyazaki, y “Spider-Man: a través del multiverso”: solo la película japonesa no es, primordialmente, una película animada por computadora.
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