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Una generación atrapada: entre el cigarrillo y el vapor

El supuesto impulso social, la normalización del consumo y el marketing digital intensifican estas adicciones desde edades tempranas, generando efectos negativos en la salud

Una generación atrapada: entre el cigarrillo y el vapor

Crece el consumo de vaporizadores como una supuesta opción menos dañina / Freepik

15 de Junio de 2025 | 04:52
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En las aulas, en las plazas, en los colectivos, el aire que flota entre los más jóvenes es espeso. No solo por el humo dulce de los cigarrillos electrónicos que se vuelve paisaje cotidiano, sino por una sensación de falta de impulso, de empuje, de ganas. Padres, docentes y profesionales de la salud mental lo repiten como un mantra cada vez más inquietante: “los chicos no tienen iniciativa”. Y aunque la frase puede sonar a una queja genérica, lo cierto es que algo más profundo está pasando: la apatía juvenil no es solo una impresión subjetiva, sino una tendencia preocupante que viene acompañada por un crecimiento sostenido en el consumo de sustancias como la nicotina, presentada con estéticas seductoras, sabores frutales y promesas de placer inmediato.

“Vemos una generación con pocas herramientas para lidiar con el malestar, y con una inclinación cada vez más fuerte a buscar escapes rápidos”, alertan los psicólogos. Esa búsqueda muchas veces encuentra su respuesta en el vapeo, una práctica que se instala entre adolescentes desde edades alarmantemente tempranas. Las cifras son elocuentes: más del 50 % de los jóvenes entre 14 y 18 años en España ya ha probado un vaporizador; en Sudáfrica, algunos estudios detectaron que hasta el 46 % de los estudiantes secundarios son usuarios regulares. La realidad argentina no difiere demasiado, aunque los números exactos se escapan por entre las fisuras de una regulación escasa y una vigilancia social aún difusa.

Los médicos clínicos advierten que el problema no es sólo sanitario. “El uso habitual de nicotina en etapas tempranas afecta funciones clave del cerebro como la atención, la toma de decisiones y el control de impulsos. En un cerebro que aún está en desarrollo, esto es gravísimo”, explican. La nicotina, aunque a menudo presentada en formato “cool”, con aparatos modernos y sabores de caramelo, actúa como una droga altamente adictiva. Lo hace en silencio, sin escándalos, pero con una eficacia que estremece: se vuelve hábito, necesidad, y, con ello, una puerta abierta a otras formas de consumo.

Pero ¿qué lleva a chicos de 12, 13 o 15 años a buscar estas formas de escape? “Hay una combinación de factores que va desde lo social hasta lo psicológico. Por un lado, está la presión del entorno, la influencia de las redes y la baja percepción del riesgo. Por otro, un vacío emocional difícil de llenar con propuestas positivas”, sostienen los psicólogos. Los mismos que insisten en que el desinterés no es desidia, sino síntoma. “Lo que se ve como pereza muchas veces es, en realidad, un estado de saturación emocional. Jóvenes desconectados, ansiosos, que no encuentran motivaciones genuinas y caen en rutinas vacías.”

En ese contexto, la falta de iniciativa no es simplemente la consecuencia de una generación “blanda”, como se suele diagnosticar a la ligera. Es el resultado de múltiples capas de precarización: afectiva, social, familiar, educativa. Una sensación extendida de que no hay proyecto posible, de que el esfuerzo no vale, de que el futuro es una palabra que perdió sentido. La pandemia, con su aislamiento prolongado y su impacto emocional, fue un golpe crucial. Pero la herida venía de antes. Y lo que dejó fue, más que nada, una generación harta.

“El vapeo es un síntoma, no la enfermedad”, advierten los médicos. Los pulmones irritados, la bronquitis crónica, los cuadros de ansiedad aumentados por la nicotina, son apenas el capítulo visible de un malestar más profundo. Un malestar que se alimenta de algoritmos, de comparaciones constantes, de una cultura de la inmediatez donde todo se mide por la satisfacción instantánea. “Les cuesta sostener procesos largos. Todo lo que implique espera o esfuerzo es rechazado de entrada. El deseo mismo se ve debilitado”, dicen los psicólogos.

En muchos casos, esa misma fragilidad emocional se disfraza de indiferencia. Pero no es lo mismo no querer que no poder. Y en esa diferencia se juega buena parte del desafío que tiene por delante una sociedad que no puede seguir mirando para otro lado. Porque el humo que flota en los recreos no es solo vapor: es un mensaje, una señal de alarma que estamos obligados a escuchar.

 

Alarman sobre el crecimiento del consumo de cigarrillo y el uso de vapeadores

 

El contexto familiar, también, es parte del problema. Las estadísticas muestran que muchos adolescentes comienzan a vapear o fumar en casas donde los adultos lo hacen con normalidad. La idea de que “el vapeo no hace mal” se cuela en la charla cotidiana, y los chicos reproducen ese discurso. Lo hacen, además, con una industria que les habla en su idioma: colores, nombres atractivos, aromas tropicales, influencers que lo promueven en TikTok. Y así, se consolida una cultura de consumo que no solo anestesia sino que modela subjetividades.

La falta de iniciativa de los jóvenes, entonces, no puede entenderse sin este entramado. No es sólo falta de motivación interna, sino el resultado de una serie de condiciones que los desalientan, los intoxican, los abruman. “Hay un vacío institucional muy fuerte. Las escuelas intentan, pero muchas veces están solas. Y en los hogares se habla poco. Se piensa que es una etapa, que ya se les va a pasar, y mientras tanto el problema crece”, advierten los psicólogos.

La salida no es mágica, ni rápida. Implica volver a generar sentido, espacios donde el deseo pueda construirse sin la presión del rendimiento ni el escape constante. Lugares donde el error esté permitido, donde el tiempo no sea un enemigo. Pero sobre todo, implica mirar a los jóvenes con más empatía y menos juicio. No como una generación perdida, sino como una generación que pide ayuda. Aunque lo haga, paradójicamente, en silencio. Con una nube de vapor delante de la cara.

El cigarrillo también es cada vez más consumido entre jóvenes / Freepik

Los tres riesgos más frecuentes que son nocivos para la salud

1 ADICCIÓN A LA NICOTINA: la nicotina presente en cigarrillos y vaporizadores genera una alta dependencia, especialmente peligrosa en cerebros en desarrollo, afectando funciones como la atención, el control de impulsos y la toma de decisiones.

2 DAÑO RESPIRATORIO: ambos productos irritan las vías respiratorias y pueden causar bronquitis crónica, inflamación pulmonar y deterioro de la capacidad pulmonar, incluso en adolescentes sanos.

3 AUMENTO DEL RIESGO CARDIOVASCULAR: el consumo habitual de nicotina y otras sustancias presentes en estos dispositivos eleva la presión arterial, acelera el ritmo cardíaco y aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares a largo plazo.

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