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El azar reparte sus cartas

El azar reparte sus cartas

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

15 de Junio de 2025 | 03:20
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Esta semana tan combativa produjo dos sucesos que desmienten la frase puntiaguda de aquel curita vasco: “los milagros existen, pero nunca suceden”. El accidente de ese Boeing 787 de Air India que se estrelló a pocos segundos de despegar y dejó más de doscientos muertos, al menos pudo poner a salvo a dos pasajeros: uno de ellos, por haberse sentado en el 11 A, butaca pegadita a una de las puertas de emergencia del aparato; y la otra sobreviviente fue una muchacha india que vive en Londres y a la que no dejaron embarcar, pese a sus ruegos, por haber llegado diez minutos tarde.

¿Qué extrañas piruetas ensaya el destino? ¿Por qué la muerte decidió llevarse a centenares de pasajeros en un instante y a otros dos los dejó para después? ¿Quién repartió los asientos y la demora?

Ese hombre herido que anda caminando, tratando regresar a la vida, turbado y perdido, parece un zombi escapado de alguna serie. Andaba sin rumbo, como un resucitado en medio de un paisaje de desolación y fuego, sin poder dimensionar la magnitud de la tragedia que había vivido. A la otra pasajera, el azar la había rescatado un rato antes. Gracias a una empleada exigente del aeropuerto, no pudo embarcar. En los dos casos, hay una intensificación del azar para hacer cambiar el rumbo de dos vidas –sobre todo la del pasajero- que le fueron arrancados a la muerte.

El 11 parece ser un número clave. Fue el día elegido por el terrorismo para cometer los mayores atentados en distintas capitales: las Torres Gemelas en Nueva York y la matanza de Atocha, en Madrid. Para los amantes de la numerología, esta vez el 11 borró por un segundo su maleficio para darle a este hombre y esta mujer un salvavidas providencial en medio de un brutal siniestro. Ramesh Vishwashkumar es el ciudadano británico que entre escombros y gritos de dolor logró salir del aparato y empezó a buscar a su hermano. Un sobreviviente que había resucitado para sumarle estupor al pavoroso accidente. Y la muchacha india no se va a cansar de agradecerle al trastorno del tránsito por no dejarla llegar a tiempo para tomar ese avión. Pese a sus ruegos, cuando aún faltaban 45 minutos para despegar, la asistente no le permitió subir. Enojada, se fue a tomar un café y fue allí mismo donde vio por la televisión que el avión que había perdido se había estrellado a poco de despegar. Sus ojos estallaron en lágrimas y su alma abrazaba de lejos al tránsito recargado y a la empleada salvadora.

 

El azar crea escenas perturbadoras que nos ofrecen a la vez el milagro y su sinrazón

 

¿Milagro, trampas del destino, otra de las “casualidades exageradas” de las que habla Louis Pauwels? Cuando Einstein dijo aquello que “Dios no juega a los dados” no sólo cargó contra el determinismo, sino pareció apegarse a la idea de un Dios que para administrar semejante caos propone la esperanza más que la casualidad.

Pero el azar tiene dos caras. Fue conmovedora la muerte de Thiago, ese nene de 7 años, que de la mano de su padre estaba esperando en La Matanza un colectivo para ir a lo de su madre. Lo acabó matando a bala perdida de un policía que se tiroteaba con una banda de delincuentes. Un crimen aterrador. Thiago estuvo a quince centímetros de poder salvarse. Y el pasajero del 11A sobrevivió por estar a centímetros de la puerta milagrosa. La vida a veces depende de un puñado de centímetros o de minutos. El destino reparte vida y muerte. Borges, en uno de sus magistrales cuentos, habla de una comarca ilusoria donde todos están obligados a apostar, confirmando que “la lotería es una interpolación del azar en el orden del mundo y que aceptar errores no es contradecir el azar: es corroborarlo”. Por supuesto, nos dice al oído lo que sabemos pero a veces olvidamos: que en la ruleta impredecible del destino al final todos estamos obligados a jugar.

El azar le suma sorpresas al ruido complejo y disperso de la vida. Sus caprichos crean escenas perturbadoras que nos ofrecen a la vez el milagro y su sinrazón. El ser humano se arrodilló ante ese poder decisivo donde el destino se cruza con lo fortuito para repartir flores y espinas. Por eso repetimos la frase del científico belga Peter Piot: “La cosa más importante en la vida es la ausencia de la mala suerte”.

 

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