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Roberto Arlt y sus ‘Aguafuertes porteñas’ indispensables

Roberto Arlt y sus ‘Aguafuertes porteñas’ indispensables

Roberto Arlt y sus ‘Aguafuertes porteñas’ indispensables

15 de Junio de 2025 | 03:44
Edición impresa

 

“EN TODO CAFÉ DE BARRIO HAY UN HOMBRE QUE MIRA CON TRISTEZA JUGAR AL BILLAR”
UN ‘POOL’, UN DESCONSUELO Y UNA PERSONA EN SOLEDAD

En sus aguafuertes, Roberto Arlt retrató la melancolía urbana con precisión quirúrgica. En “En todo café de barrio hay un hombre que mira con tristeza jugar al billar”, el escritor dibuja con palabras la soledad que habita en los márgenes de la rutina.

Hay una escena que se repite en Buenos Aires como un loop existencial: la de un café de barrio, con mesas gastadas, mozos que conocen a los clientes por el apodo, y en el fondo, un hombre callado que observa en silencio una partida de billar. Roberto Arlt la captó con ojo de entomólogo urbano y la congeló en una de sus aguafuertes más célebres.

Toda la escena, la describe algo así: “Lo veréis sentado junto a una mesa. Hace mucho rato que ha tomado su café, porque el platillo de la taza está cubierto de ceniza. La luz amarilla desparrama una claridad extraña sobre el tapete verde del billar, pero nuestro hombre con el rostro agrisado por un pensamiento mira el ir y venir de las bolas. Suele estarse largos cuartos de hora con la mejilla apoyada en la palma de una mano y las piernas cruzadas, contemplando a los jugadores”.

El texto no narra una historia, sino que observa. El protagonista, anónimo, podría ser cualquiera: un jubilado, un desocupado, un solitario incurable. Mira el billar no por deporte, sino como quien busca entender algo que se le escapa. Arlt escribe: “En ese mirar del hombre hay una nostalgia sin objeto, como si lo que se extrañara fuera una parte perdida de sí mismo”.

Este hombre no participa, no interrumpe, no se destaca. Está, simplemente. Pero su presencia es una denuncia muda del paso del tiempo, de lo que ya no vuelve, de la derrota íntima. Arlt encuentra en este personaje mínimo la punta del iceberg de una Buenos Aires repleta de derrotados dulces, de espectadores de sus propias vidas.

La aguafuerte funciona como un espejo: cualquiera que haya estado alguna vez en un café puede reconocer a ese hombre, o lo que es más inquietante, reconocerse en él. El mérito de Arlt es haberlo mirado sin condescendencia, con la humanidad brutal que caracteriza toda su obra.

“LA TRISTEZA DEL SÁBADO INGLÉS”, LA POSTAL MELANCÓLICA EN BUENOS AIRES

Los sábados por la tarde en Buenos Aires pueden tener algo desolador. Sobre todo si uno no tiene un plan, si el día se estira como un hilo sin nudo. En “La tristeza del sábado inglés”, Roberto Arlt se mete en esa zona muerta del fin de semana y la transforma en literatura.

El relato comienza exactamente así: “¿Será acaso, porque me paso vagabundeando toda la semana, que el sábado y el domingo se me antojan los días más aburridos de la vida? Creo que el domingo es aburrido de puro viejo y que el sábado inglés es un día triste, con la tristeza que caracteriza a la raza que le ha puesto su nombre. El sábado inglés es un día sin color y sin sabor; un día que ‘no corta ni pincha’ en la rutina de las gentes. Un día híbrido, sin carácter, sin gestos”.

La aguafuerte retrata un sábado de barrio, donde todo parece cerrado, quieto, levemente abandonado. Los clubes están desiertos, las persianas bajas, los bares sin conversación. Hay un silencio que no es calma, sino vacío. “El sábado inglés” alude al cierre comercial heredado del puritanismo anglosajón, pero en Buenos Aires eso se traduce en una sensación de encierro emocional.

Con estas palabras lo exhibe: “La humanidad tenía que aguantarse un día por semana sin hacer nada. Y la humanidad se aburría. Un día de “flaca” era suficiente. Vienen los señores ingleses y, ¡qué bonita idea!, nos endilgan otro más, el sábado. Por más que trabaje, con un día de descanso por semana es más que suficiente. Dos son insoportables, en cualquier ciudad del mundo. Soy, como verán ustedes, un enemigo declarado e irreconciliable del sábado inglés”.

Arlt capta esa atmósfera con sensibilidad aguda. No hay grandes acontecimientos, solo el rumor de una tristeza que se pega a las paredes como humedad. Y sin embargo, en esa nada aparente, el escritor detecta un clima, una forma del sentir porteño que no necesita tragedias para estar herido.

El tono es íntimo, casi confesional. Arlt no describe desde afuera: está ahí, en esa tarde vacía, padeciéndola, contagiado por la falta de sentido. “El alma también baja la persiana”, escribe, y no hace falta agregar nada más.

Así lo concluye al mismo: “No, sin vuelta de hoja; no hay día más triste que el sábado inglés ni que el empleado que en un sábado de éstos está buscando aún, a las doce de la noche, en una empresa que tiene siete millones de capital, ¡un error de dos centavos en el balance de fin de mes!”.

Esta aguafuerte dialoga con todas las demás, pero especialmente con esa Buenos Aires melancólica que Arlt supo retratar mejor que nadie. Porque para él, cada detalle cotidiano era una pista del drama mayor: el de vivir sin saber muy bien para qué.

Aguafuertes porteñas
ROBERTO ARLT
Editorial: Brugera
Páginas: 280
Precio: $27.299

 

“EL PLACER DE VAGABUNDEAR”: EL ARTE DE PERDER EL TIEMPO SEGÚN ARLT

Roberto Arlt camina. Y mientras camina, piensa, observa, registra. Su escritura es hija de esas caminatas sin destino aparente, y en “El placer de vagabundear” lo deja claro: perderse por Buenos Aires es una manera de ganarle algo —tiempo, aire, sentido— a la vida.

Inicia, en el texto añejo, diciendo algo como lo siguiente: “Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernández: ‘No toda es vigilia la de los ojos abiertos’. Digo esto porque hay vagos, y vagos. Entendámonos. Entre el ‘crosta’ de botines destartalados, pelambre mugrientosa y enjundia con más grasa que un carro de matarife, y el vagabundo bien vestido, soñador y escéptico, hay más distancia que entre la Luna y la Tierra. Salvo que ese vagabundo se llame Máximo Gorki, o Jack London, o Richepin”.

En esta aguafuerte, Arlt se posiciona en contra del mandato de la eficiencia. Reivindica la vagancia con una elegancia provocadora. “¿Por qué tiene que tener un sentido todo lo que hacemos?”, se pregunta. Y responde con el cuerpo: paseando. Deambula por barrios periféricos, escucha conversaciones ajenas, se deja llevar por calles desconocidas. No busca nada, pero encuentra todo.

Hay en este texto un espíritu que anhela libertad, casi zen. El caminar sin meta se vuelve una crítica sutil al ritmo infernal de la ciudad moderna, al trabajo como única justificación de la existencia. Para Arlt, el vagabundeo es una forma de arte y una forma de resistencia.

La prosa está llena de imágenes sueltas, como si el propio texto vagabundeara. No hay una tesis, hay una deriva. Y eso es justamente lo que vuelve poderosa esta aguafuerte: nos permite habitar la ciudad desde otro lugar, desde la curiosidad y el ocio.

“Vagabundear es, tal vez, una forma de oración laica”, parece decir Arlt, que antes que escritor fue caminante, testigo, cronista de lo inasible. Y en sus textos, esa forma de mirar se transformó en estilo.

 

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