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La difícil relación entre la literatura y las ciencias duras. El caso del joven novelista santafesino Juanjo Conti. El dilema en Ernesto Sábato y otros autores
Carl Sagan
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Bien se dice que la relación entre la literatura y las llamadas ciencias duras (matemática, física, química, entre otras) es de complementariedad y que no hay conflicto entre ellas. Sin embargo, un poema y un teorema pueden hacer rima, pero entre ambos las diferencias son obvias. La literatura explora en la condición humana, que no es infalible ni rigurosa como esas ciencias.
Las ciencias duras, que fijan axiomas y otras reglas básicas, pueden aportar mucha imaginación y método al creador literario, pero es probable que los escritores se alegren cada vez que hacen estallar por los aires los siete postulados de Euclides. O ya en nuestra época, que sientan el placer de desmentir con una metáfora irresponsable a la geometría de esta modernidad no euclidiana que nos acosa.
Sin embargo, hay cultores simultáneos de una y otras disciplinas. Hay quienes se formaron como físicos, matemáticos o como príncipes de la computación y que, al mismo tiempo, se arrojan a la fascinación sin premisas de una novela, de una ficción.
Este es, por ejemplo, el caso del ingeniero en sistemas y novelista argentino Juanjo Conti (1984-), que vive en Santa Fe. Creó exitosos programas digitales y, al mismo tiempo, publica novelas de prestigio como Las lagunas -obra finalista del concurso realizado por la editorial municipal de Rosario- o la más reciente, Los quemacoches.
En una entrevista que le hizo Luciano Sáliche para Infobae, Conti, graduado en Ingenería de Sistemas en la Universidad Tecnológica Argentina, contó cómo formó su doble naturaleza de científico y de escritor.
“Cuando yo era chico, la información que llegaba en esa época, en los noventa, no era como la que hay ahora. Era la literatura de la biblioteca de la escuela. Los primeros textos importantes los leí en la secundaria de la mano de los profesores de literatura. A la vez, yo tenía la inquietud de internet, que era algo nuevo y que por esos años llegaba al pueblo: no todos tenían internet en la casa, yo iba a la casa de un amigo. Tenía también esa pulsión, ese deseo por conocer, entonces elegí esa carrera porque lo que yo quería era saber cómo funcionaban las computadoras por dentro”.
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Mas reciente es su novela Los quemacoches (Editorial QUOiEA, 2022), basada en el hecho real de que en las calles de la ciudad de Santa Fe, entre marzo de 2015 y febrero 2019, fueron 380 los autos incendiados por desconocidos. Luego contaría que recién poco después de terminado el libro, apareció un auto quemado justo delante de su departamento. Fue, recuerda Conti, “como si los personajes del libro hubieran ido a rendirle un homenaje al autor”. La novela de Conti tiene una cita de Juan Jose Saer que le cae de medida al libro: “Ya se sabe cómo es el fuego: parece que le da forma y vida a las cosas”.
En cuanto a su especialidad profesional, puso las cosas en su lugar al señalar que “la inteligencia artificial no es buena ni mala, depende de los usos que le demos”. Cuando Sáliche le preguntó si había paralelismo entre la literatura y la programación, dijo que sí, que había y que ambas disciplinas “se tocan, a veces de forma más explícita”. Señaló que en sus primeros libros, como Las lagunas, esa relación “está un poquito más solapada, pero en Las Iteraciones es el tema de la novela”.
En la Argentina el caso más notable de fusión entre la literatura y las ciencias duras fue el encarnado por Ernesto Sábato, que tuvo una sólida formación en física y matemática en la Universidad Nacional de La Plata. En esta casa se doctoró en Física, pero años después de recibido abandonó la ciencia para dedicarse de lleno a la literatura.
Lo curioso es que públicamente no habló más de su primera profesión. No existen declaraciones explícitas de Sábato sobre su condición de físico, aún cuando como escritor no dejó de rozar temas como la relación entre la ciencia y la ética o sobre el rol de la tecnología en la civilización moderna.
En una charla sostenida allá por los 80 en el café El Olmo, en el barrio de Palermo, Sábato habló largo de sus años de estudiante y de joven iniciado en la Física. Y también recordó que su tesis del doctorado se la había dedicado y regalado a un viejo profesor platense. Sábato como físico trabajó un año, desde 1938 a 1939, en el laboratorio de Marie y Pierre Curie, en Paris.
La relación entre la literatura y las llamadas ciencias duras es de complementariedad
Marie, una física-química más conocida como Madame Curie fue junto a su marido Pierre pionera en el campo de la radiactividad y ambos se convirtieron en Premio Nobel de Física en 1903, aunque ella recibiría también el Nobel de Química en 1911.
Y resulta que Sábato trabajó con ellos al haber obtenido una beca para investigar en el laboratorio de los famosos científicos. Cabe señalar que los descubrimientos de estos científicos polacos abrieron después el camino hacia la fisión nuclear, de modo que Sábato contaba en su bagaje científico estos muy valiosos antecedentes.
Sábato se dedicó durante algo más de diez años la Física. Después fue durante más de 55 años escritor obstinado, infatigable. Y ya cuando se acercaba el final, poco tiempo antes de perder la vista, se volcó a la pintura, que fue su última pasión como creador.
Carl Sagan (1934-1966) como el centauro fue dos cosas a la vez, tuvo doble naturaleza: astrónomo, astrofísico, cosmólogo y, al mismo tiempo, también escritor, el más reconocido de los divulgadores científicos. Estadounidense, fue profesor asociado en la Universidad de Harvard y profesor principal en la Universidad de Cornell. Falleció de cáncer, muy joven aún.
Uno de sus libros empieza con una foto del planeta Tierra, suspendido en el espacio, con esta frase del autor: “Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. Ahí ha vivido todo aquel de quien hayas oído hablar alguna vez, todos los seres humanos que han existido”.
Sagan fue el estuario en donde confluyó la mejor literatura con la ciencia más elevada, sin que se repelieran. Aunque su mayor fama le vendría por la serie de televisión “Cosmos”, que le mostró a la humanidad los misterios del universo. Dominó como muy pocos el sentido de lo maravilloso que está oculto en cada humano.
Su especial sabiduría se inició cuando era niño y acudió a una biblioteca pública de Nueva York: “Le pedí al bibliotecario algún libro sobre las estrellas. Y la respuesta a mis preguntas era impresionante. Resultó que el Sol era una estrella que estaba muy cerca de nosotros. Que las estrellas eran soles, aunque estaban tan lejos que las veíamos como meros puntitos de luz. De repente, la verdadera escala del universo se reveló ante mí. Fue una especie de experiencia religiosa. Había una magnificencia en ello, una grandeza, una sensación de magnitud que nunca después me ha abandonado. Nunca me ha abandonado”.
Su prosa –literalmente celestial- lo acercó por momentos a escritores de la talla de Antoine de Saint Exupery. Pero hubo también otros grandes escritores-cientificos, como Lewis Carroll, Anton Chéjov, Bertrand Russel y el húngaro Arthur Koestler, que cultivaron las dos disciplinas.
De Koestler se dijo que fue tan sabio –médico, psicólogo, escritor- que la historiadora Ana Applebaum dijo de él: “Es difícil pensar en un solo intelectual importante del siglo XX que no se cruzara con Arthur Koestler o un único movimiento intelectual importante del siglo XX al que Koestler no se uniera o no se opusiera. Desde la educación progresista y el psicoanálisis freudiano al sionismo, el comunismo y el existencialismo, a las drogas psicodélicas, la parapsicología y la eutanasia, Koestler estaba fascinado por todas las modas filosóficas, serias o informales, políticas y apolíticas de su época”.
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