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Victoria Villarruel y Javier Milei
Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
La saga de ruptura política que acaban de protagonizar Javier Milei y la Vice, Victoria Villarruel, en verdad no ha sorprendido a nadie en el mundo político porque esa relación viene rota desde hace meses. La particularidad fueron ciertas formas.
El Presidente usó la palabra “traidora” para referirse a Villarruel, que es como ubicarla en el bando enemigo; definitivamente fuera del espacio libertario.
La dama lo apuró refutando el argumento oficial del equilibrio fiscal como motivo para el eventual veto de leyes que beneficien a jubilados o discapacitados -lo mismo que decirle insensible- y reprochándole gastos del área de inteligencia y los incontables viajes del mandatario por el mundo. Este último, un argumento un tanto débil: las giras de Milei representan chirolas si se calcula el monto que insumiría una suba de jubilaciones y una nueva moratoria previsional, por ejemplo.
El tema con estos reproches de la Vice es que son una música similar a la que se ha escuchado en usinas kirchneristas para pegarle al Presidente. En el caso de ella, es como que dijo que no está en desacuerdo con el ajuste impulsado por la Rosada sino que debe pasar por otro lado. Instantáneamente, desde la maquinaria comunicacional libertaria ubicaron a Villarruel casi como una socia de Cristina Kirchner. Un concepto absurdo y, por supuesto, maniqueo, muy afín a la lógica de reducir todo a “bueno o malo”, “amigo-enemigo”, que tiene la tropa libertaria.
La reacción pública fuerte de Villarruel al mote de “traidora” también marcó el fin de cierta pasividad suya frente a los golpes y destratos que venía recibiendo del Ejecutivo desde hace tiempo, un año tal vez. Callaba ante las embestidas y ninguneos. Intramuros, hablaba de respetar la institucionalidad como prioridad. Se ve que se cansó.
Es verdad que la cosa entre Milei y su compañera de fórmula empezó a estar mal casi desde el principio del mandato cuando el entonces recién asumido presidente no respetó su promesa de darle a la dama el manejo de las estratégicas áreas de Seguridad y Defensa. Fueron, al final, para la fórmula del derrotado Juntos por el Cambio en 2023, los que ayudaron al libertario a pasar el balotaje: Patricia Bullrich y Luis Petri, respectivamente.
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Después de eso, toda una visión conspirativa cubrió la relación, sobre todo desde el prisma de la Rosada y particularmente de la hermanísima Karina Milei, que nunca la quiso. Que se reunió con éste, que se vio con aquel. La conclusión es que el Presidente perdió alguien que le maneje el Senado, donde tiene una minoría resonante. Se vio en la sesión del jueves pasado: casi que el peronismo hizo lo que quiso y le encajó varios proyectos repelidos por el Poder Ejecutivo.
La verdad es que el mundo político lee que Villarruel, o por el destrato que sintió o porque ya lo planeaba de antes, tiene un plan político propio. Tal vez fuera para más adelante y lo adelantó.
Un primer paso serían esas sutiles diferenciaciones de Milei, como su oposición a recortarle fondos a sectores vulnerables. Otro, claro, los modos: difícilmente se la vea gritando o insultando como a su ex aliado. Y uno más: el diálogo civilizado con sectores defenestrados por el relato libertario.
Para esto, por ejemplo, se fija una agenda fuera del Congreso. Visita a gobernadores, hace pasadas por pueblos del interior para estar en contacto no sólo con el intendente local sino con fuerzas vivas (hace poco estuvo de recorrida por la provincia de Buenos Aires) y hasta ocupa espacios de presencia oficial que Milei deja vacantes por sus rabietas o, acaso, desinterés.
Por ejemplo el 20 de junio pasado estuvo en Rosario para celebrar el Día de la Bandera junto al gobernador radical Pullaro y el 9 de julio viajó a Tucumán para el acto por el Día de la Independencia, donde Milei no asistió con la excusa de la niebla.
En el Senado se sabe que la Vice viene haciendo movimientos internos, dentro de sus facultades, para armar una suerte de escudo contra los ataques no sólo públicos del Ejecutivo. Algunos dicen que busca consolidar su poder, como para que nadie pueda sacarla de esa poltrona hasta 2027, cuando finaliza su mandato. O, en todo caso, hasta cuando ella quiera.
Hace meses viene moviendo piezas internas para rearmar el organigrama decisorio en la Cámara alta. Redujo su núcleo más cercano, su mesa chica, integrado sobre todo por gente con pasado militar o vínculos con lo castrense. No es novedad su ligazón con ese ámbito, donde su padre tuvo protagonismo, lo que incluso le ha validado descalificaciones desde el kirchnerismo y la izquierda.
El director de seguridad del Senado, por ejemplo, es un militar retirado, con antecedentes en el área de Inteligencia. De apellido Gallardo. Dicen incluso que tuvo -¿tiene?- vínculos con el jefe del Ejército durante el último kirchnerismo, César Milani.
Más nombres: su nuevo jefe de asesores se llama Mario Norberto Russo, que trabajó en la campaña de 2023. Enemigo declarado de la diputada “híper-javierista”, Lilia Lemoine, quien lo denunciado hace tres años por una presunta agresión física. Otro ex teniente coronel, de apellido Gestoso Presas, es el subdirector de Auditoría y Control de Gestión. Marcelo Cinto Courtaux, actual director general de Relaciones Parlamentarias del Senado, es hijo del ex militar homónimo condenado por delitos de lesa humanidad. Es, acaso, de los más cercanos a Villarruel.
En la Rosada, oficialmente, minimizan la posibilidad de que Villarruel arme “algo serio”. Pero en forma velada agitan la hipótesis de que en las próximas elecciones legislativas de octubre la candidata a senadora por la Capital Federal será Bullrich. Más allá de que en el poder se estima a la ministra como una excelente postulante, es una forma de decir que entrará a la Cámara alta alguien con directivas de mantener a raya a la Vice, acaso de controlarla. Hoy Bullrich es, tal vez, la más dura detractora pública de la titular del Senado.
La saga de ruptura política que acaban de protagonizar Javier Milei y la Vice, Victoria Villarruel, en verdad no ha sorprendido a nadie en el mundo político porque esa relación viene rota desde hace meses. La particularidad fueron ciertas formas.
El Presidente usó la palabra “traidora” para referirse a Villarruel, que es como ubicarla en el bando enemigo; definitivamente fuera del espacio libertario.
La dama lo apuró refutando el argumento oficial del equilibrio fiscal como motivo para el eventual veto de leyes que beneficien a jubilados o discapacitados -lo mismo que decirle insensible- y reprochándole gastos del área de inteligencia y los incontables viajes del mandatario por el mundo. Este último, un argumento un tanto débil: las giras de Milei representan chirolas si se calcula el monto que insumiría una suba de jubilaciones y una nueva moratoria previsional, por ejemplo.
El tema con estos reproches de la Vice es que son una música similar a la que se ha escuchado en usinas kirchneristas para pegarle al Presidente. En el caso de ella, es como que dijo que no está en desacuerdo con el ajuste impulsado por la Rosada sino que debe pasar por otro lado. Instantáneamente, desde la maquinaria comunicacional libertaria ubicaron a Villarruel casi como una socia de Cristina Kirchner. Un concepto absurdo y, por supuesto, maniqueo, muy afín a la lógica de reducir todo a “bueno o malo”, “amigo-enemigo”, que tiene la tropa libertaria.
La reacción pública fuerte de Villarruel al mote de “traidora” también marcó el fin de cierta pasividad suya frente a los golpes y destratos que venía recibiendo del Ejecutivo desde hace tiempo, un año tal vez. Callaba ante las embestidas y ninguneos. Intramuros, hablaba de respetar la institucionalidad como prioridad. Se ve que se cansó.
Es verdad que la cosa entre Milei y su compañera de fórmula empezó a estar mal casi desde el principio del mandato cuando el entonces recién asumido presidente no respetó su promesa de darle a la dama el manejo de las estratégicas áreas de Seguridad y Defensa. Fueron, al final, para la fórmula del derrotado Juntos por el Cambio en 2023, los que ayudaron al libertario a pasar el balotaje: Patricia Bullrich y Luis Petri, respectivamente.
Después de eso, toda una visión conspirativa cubrió la relación, sobre todo desde el prisma de la Rosada y particularmente de la hermanísima Karina Milei, que nunca la quiso. Que se reunió con éste, que se vio con aquel. La conclusión es que el Presidente perdió alguien que le maneje el Senado, donde tiene una minoría resonante. Se vio en la sesión del jueves pasado: casi que el peronismo hizo lo que quiso y le encajó varios proyectos repelidos por el Poder Ejecutivo.
La verdad es que el mundo político lee que Villarruel, o por el destrato que sintió o porque ya lo planeaba de antes, tiene un plan político propio. Tal vez fuera para más adelante y lo adelantó.
Un primer paso serían esas sutiles diferenciaciones de Milei, como su oposición a recortarle fondos a sectores vulnerables. Otro, claro, los modos: difícilmente se la vea gritando o insultando como a su ex aliado. Y uno más: el diálogo civilizado con sectores defenestrados por el relato libertario.
Para esto, por ejemplo, se fija una agenda fuera del Congreso. Visita a gobernadores, hace pasadas por pueblos del interior para estar en contacto no sólo con el intendente local sino con fuerzas vivas (hace poco estuvo de recorrida por la provincia de Buenos Aires) y hasta ocupa espacios de presencia oficial que Milei deja vacantes por sus rabietas o, acaso, desinterés.
Por ejemplo el 20 de junio pasado estuvo en Rosario para celebrar el Día de la Bandera junto al gobernador radical Pullaro y el 9 de julio viajó a Tucumán para el acto por el Día de la Independencia, donde Milei no asistió con la excusa de la niebla.
En el Senado se sabe que la Vice viene haciendo movimientos internos, dentro de sus facultades, para armar una suerte de escudo contra los ataques no sólo públicos del Ejecutivo. Algunos dicen que busca consolidar su poder, como para que nadie pueda sacarla de esa poltrona hasta 2027, cuando finaliza su mandato. O, en todo caso, hasta cuando ella quiera.
Hace meses viene moviendo piezas internas para rearmar el organigrama decisorio en la Cámara alta. Redujo su núcleo más cercano, su mesa chica, integrado sobre todo por gente con pasado militar o vínculos con lo castrense. No es novedad su ligazón con ese ámbito, donde su padre tuvo protagonismo, lo que incluso le ha validado descalificaciones desde el kirchnerismo y la izquierda.
El director de seguridad del Senado, por ejemplo, es un militar retirado, con antecedentes en el área de Inteligencia. De apellido Gallardo. Dicen incluso que tuvo -¿tiene?- vínculos con el jefe del Ejército durante el último kirchnerismo, César Milani.
Más nombres: su nuevo jefe de asesores se llama Mario Norberto Russo, que trabajó en la campaña de 2023. Enemigo declarado de la diputada “híper-javierista”, Lilia Lemoine, quien lo denunciado hace tres años por una presunta agresión física. Otro ex teniente coronel, de apellido Gestoso Presas, es el subdirector de Auditoría y Control de Gestión. Marcelo Cinto Courtaux, actual director general de Relaciones Parlamentarias del Senado, es hijo del ex militar homónimo condenado por delitos de lesa humanidad. Es, acaso, de los más cercanos a Villarruel.
En la Rosada, oficialmente, minimizan la posibilidad de que Villarruel arme “algo serio”. Pero en forma velada agitan la hipótesis de que en las próximas elecciones legislativas de octubre la candidata a senadora por la Capital Federal será Bullrich. Más allá de que en el poder se estima a la ministra como una excelente postulante, es una forma de decir que entrará a la Cámara alta alguien con directivas de mantener a raya a la Vice, acaso de controlarla. Hoy Bullrich es, tal vez, la más dura detractora pública de la titular del Senado.
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