

Rocío ULLOA, EN SOLEDAD, EN SU VIAJE EN MONTEVIDEO / EL DIA
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Crecen los relatos, las fotos y las decisiones de viajar solos. Cada vez más personas se animan a conocer el mundo sin amigos, pareja, ni familia. La tendencia se consolida con mochilas, pasajes baratos y la introspección
Rocío ULLOA, EN SOLEDAD, EN SU VIAJE EN MONTEVIDEO / EL DIA
Un chico toma mate en una playa de Taganga, en Colombia. Una mujer cruza en micro la cordillera rumbo a Chile. Una joven saca fotos de su carpa frente al Fitz Roy. No hay pareja, no hay grupo. Solo ellos, el paisaje y la historia que están escribiendo. “¿Sola?”, pregunta alguien. “Sola”, responde ella. Y sonríe.
Viajar solo dejó de ser una rareza o un plan de última opción. Hoy es, para muchas personas, una decisión consciente. Un modo de tomar el mundo con las manos, de probar los propios límites, de diseñar un viaje sin ceder a las negociaciones clásicas del turismo compartido. En redes, en blogs, en TikTok o en charlas de café, la frase “me voy solo” ya no suena a ruptura, sino a declaración de principios.
La pregunta es inevitable: ¿por qué, en un mundo cada vez más hiperconectado, crece la necesidad de estar —al menos un tiempo— en soledad?
El auge del “solo traveling” —los que viajan sin compañía— empezó a escalar fuerte en la última década y se potenció aún más tras la pandemia. Según un estudio de Booking realizado en 2023, el 42% de los viajeros argentinos encuestados planeaba al menos un viaje en solitario ese año. La cifra duplica los registros prepandemia.
Pero más allá de los números, lo que se consolida es una nueva sensibilidad: el viaje como experiencia transformadora. No tanto como descanso o evasión, sino como búsqueda personal. Ya no se viaja solo porque “no hay con quién”, sino porque se elige deliberadamente.
Rocío Ulloa, de 28 años, cree que al viajar sola, el plan se va “armando”: “Con el que capaz me subí a un colectivo, después me invita a subir una montaña. En cambio si somos muchos, tiene que haber más consensos”, detalló
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Asimismo, también cuenta qué le expresan sus familias o amigos: “dicen que cuando viajas sola, nunca estás sola. Es verdad, pero vos buscas la dosis de gente que queres. Es un camino de ida porque las elecciones por vos y no dependen de la compañía. Sos responsable de tus decisiones”, cerró.
Como todo fenómeno social que se masifica, el viaje en soledad también puede leerse como síntoma cultural. Vivimos en una época que valora la autosuficiencia, la independencia y el crecimiento personal. Frases como “salí de tu zona de confort” o “hacé cosas por vos” circulan como mantras en redes sociales, libros de autoayuda y publicidades de aerolíneas.
Pero detrás de esos slogans, hay algo más profundo: un cansancio del mandato colectivo, de las agendas compartidas, de los viajes que parecen fotocopias de Instagram. Viajar solo se convierte, así, en una forma de recuperar el deseo original.
En Argentina, esta tendencia se da especialmente entre jóvenes adultos (20 a 35 años) y también en personas mayores de 50, sobre todo mujeres. En el primer caso, se asocia al crecimiento post pandemia de los viajes “mochileros”, “económicos”, con tramos flexibles y trabajo remoto. En el segundo, aparece como una reapropiación de la libertad, sobre todo después de experiencias como la maternidad, divorcios o jubilaciones.
Mariana, 58 años, se fue sola a Perú y después a México. “Toda la vida viajé con mis hijos o mi pareja. A los 55 me separé y me pregunté qué cosas quería hacer yo, sola. No fue fácil al principio, pero fue uno de los momentos más lindos de mi vida”.
Viajar solo permite muchas cosas: improvisar, no discutir por horarios, cambiar de destino a último momento, hablar con desconocidos, descubrirse en situaciones nuevas. Pero sobre todo, permite algo que suele escasear: habitar el tiempo sin negociar.
La soledad en viaje no es la misma que la soledad del día a día. Acá se transforma en presencia. En escucha. En atención. Lo que se busca no siempre es turismo, sino reencuentro consigo mismo.
Las redes sociales, en este contexto, cumplen un rol doble. Por un lado, permiten compartir lo vivido y mantener contacto con los afectos. Por otro, pueden distorsionar la experiencia si el viaje se convierte en un contenido. Muchos viajeros solitarios hoy eligen desconectarse durante sus travesías para evitar esa tentación.
Viajar solo no es sencillo. Especialmente para las mujeres, que deben enfrentar miedos reales y simbólicos. “Lo primero que me preguntan es si no tengo miedo. Y sí, a veces lo tengo. Pero también aprendí a cuidarme, a confiar en mi instinto y en la gente”, dice Florencia, 29 años, que recorrió sola Uruguay, Bolivia y Perú.
Por eso crecieron los grupos y comunidades virtuales como “Mujeres que viajan solas”, “Viajeras argentinas” o foros en Reddit y Facebook donde se comparten rutas, consejos, alojamientos seguros, contactos de confianza. También hay hostels pensados especialmente para personas que viajan solas, con espacios comunes, actividades grupales y propuestas colaborativas.
Estas redes funcionan como contenedores afectivos: aunque se viaje solo, no se está aislado. La soledad se vuelve relativa. Y esa es otra clave del fenómeno: la posibilidad de elegir cuándo estar acompañado y cuándo no.
Detrás de todo esto hay una idea central: el viaje en solitario no se trata solo de cambiar de geografía. Es una forma de transformación personal. Una suerte de rito de pasaje donde el territorio exterior habilita un movimiento interior.
Muchos de quienes viajan solos aseguran volver “distintos”. No porque hayan encontrado respuestas, sino porque se permitieron hacerse nuevas preguntas. ¿Qué quiero? ¿Con qué disfruto? ¿Qué me hace bien?
En un mundo atravesado por la ansiedad, la productividad y la necesidad constante de validación, viajar solo se convierte en una herramienta para volver a lo esencial. Un freno. Una pausa. Un regreso al cuerpo y al deseo.
Y como toda transformación real, puede ser incómoda, desafiante, hermosa y brutal. Puede haber momentos de angustia, de duda, de llanto en una estación de colectivo. Pero también hay una fuerza que empuja desde adentro: la certeza de que uno se está eligiendo.
Rocío ULLOA, EN SOLEDAD, EN SU VIAJE EN MONTEVIDEO / EL DIA
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